Leticia tenía que faltar entre dos o tres días por mes al liceo por dolores menstruales, que la hacían “estar doblada en la cama” sin poder moverse. En su vida adulta, cuando comenzó a trabajar como psicomotricista independiente, el faltar no era una opción posible, porque “implicaba que no iba a cobrar ese día”. Además, el hecho de trabajar con niños le generaba —y le sigue generando— una responsabilidad extra de tener que estar a pesar de todo. “Pero eso implica que tengo que tomar muchísimos analgésicos por día”, dice Leticia, quien tiene ovarios poliquísticos que le acentúan los dolores menstruales —conocidos como dismenorrea—, que sufren muchas mujeres.
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