Ecos del lejano oeste

Cuando un tema se repite en literatura el lector puede, además de profundizar en el conocimiento del mismo, comparar estilos y observar coincidencias y singularidades entre los diferentes autores. El Uruguay rural de principios del siglo XX es, de un tiempo a esta parte, uno de los territorios más visitados por varios escritores nacionales.

Al nombre de Mario Delgado Aparaín, que con Los ocho magníficos viaja nuevamente hacia ese interior profundo y de fronteras difusas de antaño, hay que sumarle el de Tomás de Mattos (Don Candinho o las doce orejas), César di Candia (La larga espera de tío Ramón) o el joven Martín Bentancor (El inglés, La lluvia sobre el muladar).

Aunque en la solapa se informa que el libro nace de la unificación y reescritura de dos textos previos, Estado de gracia y Por mandato de madre, la novela se puede leer de forma independiente como una novedad. Cuenta, desde el humor y la ternura, las aventuras de un conjunto de personajes que van desde los persistentes ingleses que quieren introducir el tren en Uruguay, hasta un reducido grupo de aguerridos contrabandistas, pasando por el gobernador de Durazno y su inolvidable ejército.

Lo bueno es que además de ser una entretenida novela de aventuras, con buenos y malos, batallas, tiroteos, fugas y persecuciones, la novela tiene un fondo reconocible donde lo que prima es la descripción de los sueños personales de los protagonistas.

El texto inicia justamente contando la vida rutinaria del inglés Stirling, que sueña y espera cada día a que sus compatriotas se decidan a hacer llegar el tren hasta la destartalada estación de un pueblo perdido al que nunca llegan locomotoras ni alegres pitidos de vapor. Que ese hombre luego muera pero resucite, no es un detalle menor.

Pero aunque se demore, la llegada del progreso es inminente y bien lo sabe Filisbino Nieto, contrabandista que ve amenazado su negocio ante la expansión inglesa hacia el interior del país, lo que lo llevará a dar pelea contra ellos y las autoridades uruguayas que los respaldan como pueden.

El choque de intereses entre las dos razas, la foránea y la nacional, está quizás mejor representado que el choque de mentalidades, pero Aparaín logra a base de buen humor mostrar el lado más absurdo de la psiquis criolla y también deslizar alguna crítica a los educados pero gélidos británicos de la compañía ferroviaria.

Aunque el asalto al tren no llega a producirse nunca, el lector no puede evitar sentir que está en un wéstern clásico, con Filisbino cabalgando sobre su caballo Aluminio, llamado así en honor al Silver de El Llanero solitario, y una banda de forajidos entrañables que van de rancho en rancho intentando no ser capturados por las autoridades comandadas por Mínimo Santos, bisnieto del dictador Máximo Santos.

La prosa de Aparaín, siempre precisa y dinámica, ayuda a la lectura de una novela que también traza algunos paralelismos reconocibles como la fuga del penal de Durazno de Filisbino Nieto y de todos los demás presos, que recuerda mucho a la de la cárcel de Punta Carretas protagonizada en su momento por los tupamaros.

Hay que destacar también la pintura de caracteres, ya que cada personaje tiene un fondo interesante bien delineado. "Cavilando sobre aquella ilusión de ruina lenta, Ananías vació durante la espera una y otra vez su mate humeante, chupando con la mirada fija en la espuma verde como musgo, viéndola crecer y decrecer igual cada mañana como la marea de un océano enano donde podía sumergir su pensamiento hasta dejarlo del tibio color de la aceituna", escribe.

Los ocho magníficos, con su mezcla de wéstern y novela picaresca, ofrece una radiografía precisa de una época y de eso que se suele definir como el Uruguay profundo.