El escritor argentino Eduardo Sacheri
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > ENTREVISTA

Eduardo Sacheri: "Escribo como una manera de indagar en mi propia vida"

El escritor argentino lanzó su nueva novela, El funcionamiento general del mundo, mezcla de relato de viaje y de historia de paso a la adultez, en el que el fútbol vuelve a jugar un rol clave
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03 de agosto de 2021 a las 05:04

¿En qué se parecen un libro y un partido de fútbol? Según Eduardo Sacheri, en que mientras uno lee o juega, ordena y entiende la vida como en ningún otro momento. La reproduce de una forma simplificada y entendible. Para el escritor argentino, la ficción y el juego existen para eso, para acercarnos de forma más amigable a una realidad que es más dura y más hostil, más contradictoria y más confusa que una película, un libro, o un grupo de personas corriendo atrás de una pelota.

Esa cualidad del juego es uno de los ejes de El funcionamiento general del mundo, su nueva novela, en la que Sacheri cuenta la historia de Federico, un cincuentón divorciado que ante la muerte de una de sus profesoras del liceo, suspende las vacaciones con sus hijos adolescentes y se los lleva en un viaje por carretera desde Buenos Aires hasta el sur argentino para asistir al entierro, sin avisarles y sin que puedan prepararse para el invierno sureño.

Aunque no lo hizo vestido de short y chancletas como sus personajes, en 2019 Sacheri recreó ese viaje en su auto. “Si bien había andado muchas veces por la Patagonia con el auto, una cosa es ‘voy paseando, voy disfrutando’, y otra es ‘voy tratando de ver qué es lo que ven mis protagonistas, qué es lo que pueden pensar a medida que avanzan’ en un viaje medio a contrarreloj. No es ‘me paro tres horas a almorzar en una parrillita al costado de la ruta’; tienen que seguir y seguir. También tenía ganas de hacerlo en pleno invierno, para que las peripecias propias de la Patagonia se multiplicaran en ese contexto de nieve, hielo, frío y viento. Que tomaran el protagonismo sobre todo para quienes no conocen, como ese Federico que no tiene ni idea de por dónde va, igual que sus hijos”, dice el autor en un diálogo vía Zoom con El Observador desde su casa en Castelar, Buenos Aires.

Federico quiere llegar a ese funeral porque la profesora Muzzopapa fue una figura central en un momento clave de su vida, al convertirse en la entrenadora de su equipo durante un torneo de fútbol entre clases en su secundario. Es un equipo de descastados en el que el protagonista es el arquero, y que disputa el campeonato en un momento peculiar para el colegio y para todo el país: la salida de la dictadura.

¿Cómo surge este libro?

Fue una confluencia de varios deseos o búsquedas. Por un lado, tenía ganas de aterrizar en 1983, porque en distintos libros he hecho eso de aterrizar en algún momento de la historia de mi país, aterrizar de manera doméstica, en personajes comunes y corrientes, no en la gran política, sino en lo que pasaba con la gente común en tal momento o tal otro. Y ese año, 1983, en Argentina es muy importante como bisagra entre una dictadura que se va y una democracia que intenta abrirse paso. Por otro lado, llevaba muchos años sin servirme literariamente del fútbol. La última vez que lo había hecho fue en la novela Papeles en el viento, que salió hace diez años. Y al mismo tiempo, tenía ganas de seguir interrogándome sobre una cuestión que me interesa mucho, que es cómo contamos nuestro propio pasado, cuánto nos abrimos o nos cerramos en relación a que los demás conozcan quienes hemos sido, sobre todo nuestros hijos.

Federico tiene la misma edad que vos. ¿Hay algo de autobiografía en esta historia?

Lo que no es autobiográfico es el contexto familiar de Federico, ni el del presente ni el del pasado. Pero lo que sí se comparte es la edad y el contexto de esa adolescencia, en una gigantesca escuela secundaria, muy prestigiosa, exigente, anónima, hostil y muy contenedora al mismo tiempo, aunque suene contradictorio. Ese fue mi contexto, e intenté sintonizar y entender dónde estaba parado con esos adultos, esos profesores, esas autoridades que no sabían muy bien cómo pararse frente chicos que tampoco sabíamos muy bien cómo pararnos. Aparece el fútbol como herramienta de pertenencia, sobre todo en eso de "somos miles, casi nadie me conoce, me siento bastante solo, pero si juego al fútbol la cosa cambia un poco". Todo eso es muy autobiográfico.

¿Cómo lo manejás al momento de escribir?

Busco un equilibrio que me sirva, pero que no moleste al lector. Que me sirva porque escribo fundamentalmente para intentar entender dónde estoy parado, mi propia vida, mi propio pasado y presente. Me sirvo de lo que escribo como una manera de indagar en mi propia vida, siempre. Pero, al mismo tiempo, intento construir una trama que pueda ser interesante para quien lee. Y no creo que mi vida tenga ese nivel de interés. Entonces ahí detengo esa indagación y empiezo a introducir elementos ficticios. Es la parte más de juego. Inventando me divierto más, porque estoy jugando, y quiero que al lector después le pueda resultar más interesante precisamente por ese juego. 

¿Por qué volver al fútbol en este momento?

El fútbol en mi vida ha significado y sigue significando algo importante. Mi literatura en general se nutre mucho de mis propias cosas, del mundo que me rodea y del mundo del que participo. El fútbol, de entrada, en mi carrera literaria tuvo un rol muy importante, sobre todo los cuentos de fútbol, en la difusión radial que tuvieron, al punto de que se convirtieron casi en una etiqueta de mi trabajo. A lo largo de los años fui tratando de no necesariamente alejarme del fútbol, pero sí que fuera una cosa más variada. Por otro lado, en este momento de mi vida, donde probablemente en cualquier momento deje de jugar al fútbol por que tengo 53 años y cada vez me duele todo más, pienso en que a lo mejor este es el momento de volver, no sé si por última vez, pero sí después de mucho tiempo. Me preocupa, cuando escribo, no reiterarme abusivamente. No aburrir a mis lectores con una recurrencia empalagosa en los temas, las aproximaciones, en lo que sea. Es un equilibrio delicado, no sé si tan conseguible. 

¿Tuviste miedo en algún momento de quedar encasillado por el fútbol?

Sí. Pero ojo, el miedo a quedar encasillado puede ser para "el que escribe historias como El secreto de sus ojos", que es otro encasillamiento posible. Es el riesgo de cuando algo recibe mucho beneplácito exterior, que uno puede decir "upa, con esto me quieren, vamos a insistir, voy a reiterarme". Es complicado, la tentación es grande. 

¿Por qué elegiste que tu protagonista sea arquero?

Mi adolescencia también fue una adolescencia de arquero, y por los mismos motivos que Federico: era donde mejor jugaba, era donde los demás más me valoraban. No sé si me gustaba tanto. O en todo caso, me gustaba porque me gustaba la aprobación que recibía. Y valía la pena tolerar lo ingrato del puesto, el enorme grado de responsabilidad que tiene. Por algo cuando ya tuve un poco más de 20 años, dejé el arco, ya no lo necesitaba. Había cumplido un rol en mi vida. O en todo caso ya había cosechado algunas otras herramientas como para hacerme sitio de otro modo. Pero guardo el mayor de los respetos por el puesto, y me molesta mucho cuando hay futboleros que critican y menosprecian el rol de los arqueros, precisamente porque me parece que es un puesto importantísimo, tremendamente ingrato, y muy especial.

Algo que está en El funcionamiento general del mundo y también en tus demás textos es que los protagonistas no son personas exitosas ni populares. ¿De donde nace ese interés por ese tipo de figuras?

Creo que me resulta mucho más interesante la gente de la periferia que la del centro. Y creo que casi todos somos más periferia que centro. Es el tipo de persona que me interesa. Es decir, yo puedo leer, y me interesa leer historias de personajes más centrales, exitosos, más rotundos, más armados. Pero no es gente a la que conozca, y en general, mi literatura la construyo a partir de los mundos que conozco. Supongo que ahí está ese resultado. 

Y hay también algo de la épica de lo cotidiano, ¿no?

Creo que es algo que me interesa. Mi vida siempre ha sido una vida suburbana. Estoy hablando con vos desde mi casa de Castelar, vivo en este pueblo desde hace 53 años. De acá no me he movido, y no por una cuestión de orgullo vernáculo, sino que mi mundo es este, y la gente de acá es común y corriente, y creo que todas las vidas son ordinarias salvo de vez en cuando. Y en todo caso, lo interesante es analizar ese "de vez en cuando". Creo también que hay una literatura, en Argentina por ejemplo, que yo como lector disfruté, construida desde eso. Hay un montón de cuentos de Cortázar que me deslumbraron en mi adolescencia precisamente porque descubrí que se podía hacer literatura de lo que a uno se le cantara. Que el asunto era el artefacto, no la temática. Porque mis lecturas infantiles eran de seres excepcionales: los piratas de Salgari, los personajes de Verne que daban la vuelta al mundo, o se metían al centro de la Tierra. En mi niñez la literatura era de la excepcionalidad, y el cine también. Woody Allen, en mi adolescencia, me hizo decir "ah, se puede poner a tres personas conversando alrededor de una mesa, y eso es cine también". También me pasó con Osvaldo Soriano y con cuentos de Benedetti. No necesariamente la truculencia de Horacio Quiroga, sino la "mediocridad" de la vida de cualquiera. Me di cuenta de que ese es el mundo que a mí me interesaba contar.

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