Se podría decir que existe un desacople significativo entre la necesidad de asumir la envergadura de la transformación de la educación y los instrumentos que disponemos para entender su profundidad y complejidad, y las maneras efectivas de concretarla.

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El aporte de las humanidades a la educación y la conexión con las ciencias

Una de las debilidades mayores de las humanidades parecería residir en la relativa ausencia de visiones potentes sobre la organización y funcionamiento de las sociedades desde miradas comprehensivas, plurales y propositivas
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25 de diciembre de 2022 a las 05:00

Uno de los efectos más significativos de la pandemia del Covid-19 radica en evidenciar y acelerar la discusión sobre la perentoriedad de transformar la educación y los sistemas educativos en base a redefinir los conceptos y las categorías sobre los cuales repensar los propósitos y contenidos de la educación.

En particular, nos enfrentamos frente al desafío de buscar respuestas frente lo que podemos denominar la vulnerabilidad epistemológica y metodológica para responder a los retos actuales y de reimaginar los futuros que aspiramos forjar. Esto es, las formas y los contenidos a través de los cuales se confiere sentido, jerarquiza, conecta y estructura el conocimiento que sirven de sustento para formar a las nuevas generaciones, puede pecar de irrelevante y disfuncional para cimentar futuros mejores. Se podría decir que existe un desacople significativo entre la necesidad de asumir la envergadura de la transformación de la educación y los instrumentos que disponemos para entender su profundidad y complejidad, y las maneras efectivas de concretarla.

El artículo “El malestar de las humanidades”, de autoría del catedrático de teoría de la literatura y literatura comparada en la Universidad de Zaragoza, Luis Beltrán Almería (revista Letras Libres, octubre 2022), propone y provoca una reflexión punzante y fina sobre el devenir de las humanidades que está, en buena medida, asociada a la necesidad de repensar las bases de conocimientos sobre las cuales se busca formar a las nuevas generaciones. Veamos algunas de las puntas de un debate tan saludable como insoslayable.

En primer lugar, la referencia que hace Almería a lo que el filósofo de la ciencia Thomas Khun definía como malestar, esto es, “la fragmentación de la comunidad científica en una serie de colectivos” que en su afán competitivo por la “hegemonía de los espacios académicos”, terminan por no responder “a los retos del momento”. La fragmentación de saberes de las ciencias experimentales y de las humanidades, generalmente encapsulados en escuelas de pensamientos, desdibujan y opacan su potencial relevancia para la comprensión de temas candentes y complejos que cruzan a la sociedad en su conjunto.

Asimismo, la fragmentación obstaculiza los diálogos y las sinergias entre las ciencias experimentales y las humanidades tanto a su interior, así como entre las mismas, y uno de cuyos impactos negativos yace en que las nuevas generaciones no pueden acceder y gozar de una formación comprehensiva y que tenga sentido para su desempeño en la vida en diferentes órdenes. También la fragmentación es alimentada intensamente por propuestas curriculares y pedagógicas que son, en definitiva, la sumatoria de planes y programas de estudios como si, en efecto, las realidades y los fenómenos bajo estudio puedan ser “entendidos” a partir del trabajo aislado e independiente de cada área de aprendizaje y disciplina.

En segundo lugar, Almería alude a una “gran burbuja en el dominio del pensamiento” que ha implicado que la “ciencia ha seguido su ruta de contacto con la naturaleza” … mientras que “las humanidades han desplegado su propio camino, autonomizándose de la naturaleza”. Un mundo de aguas separadas entre las ciencias experimentales y las humanidades ha llevado a posturas teóricas y metodológicas fuertemente marcadas por demarcarse unas de otras cuando, en realidad, ambas abordan diferentes aspectos complementaros de las vidas de las personas y de las colectividades en interacción con la naturaleza. Sus objetos de estudio tienen un común denominador en las maneras en que los humanos nos vinculamos con nuestros entornos, y que siempre tiene un componente de subjetividad y de posicionamiento propio insoslayable.

Por otra parte, las ciencias experimentales y las humanidades comparten la necesidad de triangular enfoques y métodos con la intención de poder lograr visiones comprehensivas, afinadas y precisas de los fenómenos bajo estudio. Los diálogos y los aprendizajes mutuos entre ambas nos permiten salir de los reductos disciplinares, de los monismos metodológicos y de las comunidades académicas auto referenciadas, para efectivamente priorizar poder conocer y actuar competentemente frente a desafíos planetarios que nos comprometen como humanidad.

En tercer lugar, Almería asevera que “el rechazo de las humanidades no se funda solo en la escasa rentabilidad, sino que también las humanidades contribuyen a su ruina por su deriva hacia la charlatanería y a la rutina escolar”. Tres temas son agendados como relevantes por Almería.

Por un lado, la mención frecuente a que los conocimientos de las humanidades tienen un valor de cambio bajo en el “mercado”.  Más allá que se pueda cuestionar la supuesta existencia de una vara de utilidad del conocimiento que se pueda aplicar indiferenciadamente para los dominios del saber en su conjunto, consideramos que la “rentabilidad” del conocimiento de las humanidades yace en que contribuye a que entendamos mejor la complejidad humana. Nos advierte sobre la ingenuidad de pensar que los conocimientos pueden aplicarse de una manera lineal y sin mediaciones a diferentes realidades abstrayéndonos de la condición humana.  Por ejemplo, el abordaje de los desafíos que nos planteó la pandemia vista desde las conductas de las personas nos reveló que el conocimiento científico es efectivamente movilizado y usado cuando el mismo conecta y empatiza con los valores y las actitudes de las personas y de las comunidades.

Por otro lado, la deriva de las humanidades puede estar asociada a ser crecientemente usada y hasta cierta medida instrumentalizada y manipulada para “adornar” y/o “justificar” posicionamientos sobre diversidad de temas candentes que no están sustentados en pensamientos refinados y/o evidencias generadas a partir de estudios realizados desde múltiples perspectivas. Los discursos y las retóricas tertulianas recurren reiteradamente a fragmentos o pinceladas de las humanidades que pueden tener un efecto mediático potente e inmediato pero que, en definitiva, no van más allá de lugares comunes o de titulares sin posterior elaboración. La tendencia a opinar de todo haciendo “uso” de las humanidades puede llevar a su desprestigio e inoperancia.

Asimismo, la rutina escolar a la que hace mención Almería, podría relacionarse a la escasa relevancia que puedan llegar a tener las humanidades en las propuestas y desarrollos curriculares y pedagógicos en la medida en que se les reduce a reductos disciplinares sin diálogos con otras áreas de aprendizajes y disciplinas hacia afuera de los mismos – lo que Almería denomina “el bajo rendimiento intelectual de un modelo académico basado en la especialización y la fragmentación”. Una de las debilidades mayores de las humanidades parecería residir en la relativa ausencia de visiones potentes sobre la organización y funcionamiento de las sociedades desde miradas comprehensivas, plurales y propositivas.

Un riesgo importante de esta situación puede devenir en quitarle espacios – tiempos y contenidos de instrucción - en los currículos. Sin embargo, la toma de conciencia creciente de la relevancia que puede tener las humanidades para aspirar a forjar sociedades más sostenibles, inclusivas, democráticas y resilientes, podría llevar a reposicionar su rol, no ya agregando asignaturas y contenidos a currículos que están, en gran medida, sobrecargados sino informando una visión integral de la persona como alumno conectando las humanidades y las ciencias experimentales.

En cuarto lugar, Almería asevera que, enfrentada la humanidad al desafío de su sostenibilidad y supervivencia, se tiene que asumir que “el debate sobre su relación con la naturaleza …. vaya inmediatamente asociado al debate sobre los límites del conocimiento y de la ciencia”. Esencialmente esto implica que se requieren nuevas formas de concebir, organizar, validar y democratizar la complejidad e interrelación de los conocimientos para que las nuevas generaciones puedan apropiarse de las referencias y los instrumentales requeridos para encarar desafíos que no surgen de sola aplicación de conocimientos a diferentes tipos de situaciones.

Ciertamente la complejidad del conocimiento como tal es un común denominador a las ciencias experimentales y las humanidades que en el caso de éstas últimas y tal como señala el historiador McNeill mencionado por Almería, “la principal fuente de complejidad histórica reside en el hecho que los seres humanos reaccionan tanto al mundo natural como entre sí a través de la mediación de símbolos”. La naturaleza es parte inherente e insoslayable de la reflexión de las ciencias humanas y del humanismo en particular como filosofía de vida.   

La conciencia global es un fuerte recordatorio y un sentido compromiso sobre que los humanos nos necesitamos mutuamente para hacer sostenible nuestra vida en el planeta en armonía con la naturaleza. No tenemos escapatoria ni refugio en la indiferencia, el aislamiento y el egoísmo sino tenemos que asumir el desafío de integrar con sentido los conocimientos de las ciencias experimentales y de las humanidades para poder asumir responsabilidades y disfrutar de vidas locales que no entren en colisión entre si y que coadyuven en forjar futuros mejores. La conciencia global requiere, claro ésta, de aterrizajes locales convocantes y convincentes, pero encuadrados en referencias universales que hacen a la dignidad y la libertad de la persona con independencia de sus identidades, afiliaciones y culturas.

 

 

 

 

 

 

 

 

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