Gabriel Pereyra

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El asesinato de Carrasco Norte y el sálvese quien pueda

La batalla estará perdida si no logramos recuperar la tolerancia entre los uruguayos
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06 de octubre de 2016 a las 05:30

En estos días, ya propósito de una rapiña con homicidio en Carrasco Norte, escribí una columna reiterando una posición que defiendo hace años (mucho antes de que el ministro Eduardo Bonomi la hiciera pública despertando un enojo generalizado): que ante una rapiña es mejor darle todos los bienes materiales al asaltante para preservar la vida. Y lo escribo porque lo pienso, porque es el consejo que dan los expertos que no andan a la caza de votos y porque es lo que les digo a mis hijos, atemorizado de que un día les toque a ellos.

Me generó no enojo sino vergüenza ajena ver a políticos que ante la pregunta de qué harían ellos con sus hijos ante una situación así, con tal de golpear al ministro del Interior, evadían una respuesta. Estoy casi seguro que a su gente le deben dar el consejo lógico de no resistirse, no porque eso vaya a asegurar que aún así el rapiñero dispare, sino porque es el camino razonable para reducir riesgos. Una actitud inmoral es cuidar lo propio en reserva y tirar a la marchanta otra idea públicamente por intereses políticos.

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A esta altura la ciudadanía que simpatiza con la oposición parece no advertir que una cosa es su enojo y temor por la delincuencia y las políticas oficiales, y otra la actitud de sus representantes políticos, que saben bien que en política hay una máxima: para atornillar a alguien al sillón basta con pedir la renuncia. Han hecho del pedido de renuncia de Bonomi un cliché inconducente, una forma de jugar para la tribuna en vez de debatir o aportar a lo que importa. Porque, además, saben bien que un cambio de persona no implica un cambio de políticas.

¿Cuál es el aporte de la oposición a la seguridad cada vez que piden la renuncia del ministro? El asunto ha tomado ribetes de caricatura que personalmente he utilizado -aún a riesgo de que me tilden de oficialista- para provocar un debate y visualizar por qué carriles transita el intercambio de ideas.

Lo que se advierte es una mezcla de bronca y miedo que impiden un debate serio y, sobre todo, tolerante. Cualquier propuesta que no pase por aumentar penas o pedir más castigo parael delincuente es tildada de pro chorra o cosas parecidas.

Cualquier propuesta que busque aumentar las sanciones e insistir con lo que se ha dado en llamar la mano dura, es tildada de fascista.

Como todos, tengo opinión formada. Si algo tengo para criticarle al gobierno del Frente Amplio es haber cedido a la presión popular y de la oposición y haber hecho lo que dijo que no haría, ya que blancos y colorados fracasaron estrepitosamente cuando lo hicieron. El hacinamiento carcelario por la vía de sancionar duramente delitos que hoy son "blandos" al lado de un copamiento o una rapiña, es obra de los partidos tradicionales, sin que ello implique atribuirle a esos colectivos mayor responsabilidad por la situación actual.

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Y sin embargo ya no se puede hablar de mejorar las condiciones carcelarias porque el enojo con los delincuentes lleva a pedir más encierro en esas mazmorras, generando un círculo que es pan para hoy y sangre para mañana, cuando salgan de allí peor de lo que entraron. ¿Es tan difícil comprender esto?

Ya no se puede incorporar al debate sobre seguridad cuestiones tales como las condiciones de vida de determinados sectores de la población (en particular de niños y adolescentes) porque parece que se está justificando la delincuencia en función de la existencia de pobres. Y, una vez más, el debate se empobrece.

Es cierto que el tema de la inseguridad es multicausal y de un abordaje complejo. Pero también lo es que el sentido común ayuda a explicar con facilidad ciertas cosas. Por ejemplo: imagine por un momento que usted se mete un revólver en el bolsillo del saco, sale a la calle, elige a un transeúnte solitario, va y le pega un tiro en la nuca. Y huye. Y tenga en cuenta que se trata de usted, que está haciendo un ejercicio de imaginación, pero que cada vez hay más gente dispuesta a hacer eso, narcotráfico y maginalidad mediante. ¿Cuál es la responsabilidad del ministro y de la Policía ante un acto así? ¿Quién tiene la fórmula para evitarlo?

Detectar un delito in fraganti es muy difícil y, suena duro, a veces es peor. Recuerden sino el asalto al correo de Pocitos, cuando la Policía llegó a tiempo y una rapiña común y corriente, por decirlo de alguna forma, se transformó en un tiroteo con bajas por doquier.

¿Entonces hay que tirar la toalla? No. Un comienzo puede ser comprender que una cosa es el acto delictivo y otra sus causas y sus consecuencias. Ya no podremos actuar sobre el hecho porque lo hecho, hecho está. Quizás podemos hacer cosas para evitar que alguien salga a matar. Y si no lo logramos, quizás podamos atender a la familia de la víctima con el cuidado que se merece. Y quizás podamos lograr que en el futuro ese asesino se rehabilite.

Pero lo más importante es que no podemos sucumbir ni al accionar del asesino ni a la reacción de una familia dolida que sale por TV a pedir la pena de muerte. Su papel en el debate en momentos de profundo dolor debe ser matizado, comprendido en el contexto en el que se da. El debate deben liderarlo personas que no están sumidas en el dolor. Líderes con capacidad de generar no más odio, que eso sobra, sino tolerancia para con quien piensa distinto.

La delincuencia es antes que nada producto de una fractura, del fracaso del contrato social, del fin de la tolerancia.

Los propios delincuentes suelen decir que tarde o temprano van a perder, que todos terminan perdiendo. Pero si quienes no somos delincuentes entendemos que, antes de perder, la violencia nos viene ganando, lo peor que podemos hacer es fogonear esa violencia. Un país que se caracterizó por la solidaridad y el respeto por el otro tiene que rescatar de algún lado lo mejor de esos valores para recomponer la tolerancia perdida. Y no estoy hablando de la tolerancia que los delincuentes no tienen para con sus semejantes, sino la tolerancia que deben tener los hombres públicos en los que, según las encuestas, la gente cada vez cree menos. Tolerancia entre quienes son capaces de articular políticas que ataquen las causas de la delincuencia y luego sus consecuencias. Tolerancia para, aún en la discrepancia, poder intercambiar con otro compatriota sin pensar que es un fascista o un defensor de los delincuentes. Si la tolerancia fracasa en esos estamentos de la sociedad, entonces sí, empecemos a cavar trincheras porque la consigna será la del sálvese quien pueda.

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