Dice el refrán: “Más vale ser cabeza de ratón que cola de león”. A veces estar en el fondo, ser el último orejón del tarro, tiene mayor preponderancia que residir en el mediocre medio, donde las cosas son ni fu ni fa. Las emociones en juego ganan en dramatismo, en intensidad de emociones. Pasa en la guerra y en el fútbol. Una gran batalla perdida puede tener más plus histórico que una intrascendente guerra triunfal. El cine hizo dos películas maravillosas al respecto: La patrulla infernal, lección magistral de ética de Stanley Kubrick, con Kirk Douglas en su cima, y Gallipoli, otro filme bélico antológico, al que no estaría mal regresar en tiempos de pandemia en los que la vida no debe olvidarse de lo que es estar vivo. Ambos filmes terminan con una nota musical de alto contenido emotivo y que anticipa que el final a la vista, con muerte y derrota, tendrá también una cuota de memorable grandeza. En la guerra y en el fútbol (y en el amor, pues también en este todo vale, es lo que dicen), los triunfos pequeños no adquieren dimensión épica como puede tenerla una derrota catastrófica que condena a un equipo al descenso.
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