Presidente ecuatoriano, Guillermo Lasso

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El discurso del gobierno de Lasso y el viejo truco de la Doctrina de Seguridad Nacional

La apelación a las Fuerzas Armadas que hizo el ministro de Defensa ecuatoriano puso en evidencia que las políticas que provocaron genocidios en América Latina están lejos de desaparecer
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28 de junio de 2022 a las 10:01

Por Daniel Cecchini

“Las Fuerzas Armadas no permitirán que se intente romper el orden constitucional o cualquier acción contra la democracia y de las leyes de la república”, dijo la semana pasada el ministro de Defensa de Ecuador, Luis Lara, frente a las protestas sociales que escalaban por el aumento de los combustibles.

También dijo que “la democracia del Ecuador está en serio riesgo ante la acción concertada de personas exaltadas que impiden la libre circulación de la mayoría de los ecuatorianos”, refiriéndose a los cortes de rutas.

El discurso de Lara y su mención de las Fuerzas Armadas – avalada por el presidente Lasso, porque de otro modo sería imposible – aparece en una coyuntura, la de las protestas del pueblo ecuatoriano, pero quizás lo que se pierde de vista es la repetición de una fórmula represiva que, pasadas las décadas y cambiando métodos, sigue siendo la misma: la Doctrina de Seguridad Nacional.

Una doctrina que no sólo hace nido ocasional en Ecuador, sino que se reproduce – abierta o encubierta – en otros discursos de gobiernos latinoamericanos.

La Doctrina de Seguridad Nacional, ideada en la década de los ’60 – más precisamente después de la Revolución Cubana – por el Departamento de Estado norteamericano se planteó siempre como una ecuación de raíces “biológicas”: un enemigo externo, con aliados internos, que intenta destruir a un organismo. Un virus maligno.

El “organismo” era el país “occidental y cristiano” y el enemigo era el virus del comunismo internacional que se infiltraba en todos sus estamentos.

Esa fue la justificación de los genocidios cometidos por las dictaduras de Argentina, Uruguay, Chile, Brasil y Bolivia en los ’70, además del accionar de parapoliciales y “contras” pagos por esas mismas dictaduras y los Estados Unidos en países centroamericanos.

En lugar de combatir con las armas de la justicia a las organizaciones armadas se optó por el genocidio de toda disidencia política y social.

El pasado presente

Parece cosa del pasado, pero no lo es. Los ejemplos sobran:

En Argentina, durante el gobierno de Mauricio Macri, se postuló la existencia de una conspiración venezolano-mapuche-iraní que pretendía apropiarse de la Patagonia. Esa ilusión no terminó con el gobierno de Alberto Fernández, que teme apenas cuestionarla.

El gobierno progresista (quizás de izquierda) de Gabriel Boric no sabe muy bien cómo manejarse con las protestas mapuches del sur chileno. La posible militarización del asunto habla por sí sola.

En Bolivia, un tribunal acaba de condenar a la expresidenta usurpadora Janine Áñez por su participación al darle falsa legalidad al golpe de Estado contra Evo Morales. A partir de esa condena judicial se alzan voces supuestamente democráticas diciendo que es una presa política.

Al enterarse de la victoria de Gustavo Petro, ese insigne demócrata llamado Mario Vargas Llosa – otrora comunista –dictaminó que esa elección era una “anomalía” y le vaticinó una brevedad menor a los tiempos marcados por la constitución colombiana.

Hay más ejemplos, pero no hacen falta más para esta nota. Lo que se pretende plantear es que los medios hegemónicos y el poder transnacional intentan – nuevamente – darle un tono democrático a un discurso que sigue justificando al expolio y sus actores. Pero que, en última instancia, se basan siempre en el mismo recurso, la vieja Doctrina de Seguridad Nacional.

Y esa doctrina, más allá de sus cosméticas discursivas, siempre lleva a lo mismo: hambre, represión, discriminación y muerte.

Por eso preocupa tanto el discurso desplegado por el gobierno de Lasso frente a las protestas en Ecuador.

Es necesario tener conciencia de lo que se juega. Maxwell Smart, el inolvidable Superagente 86, diría que se trata de un viejo truco, pero de un truco mortal.

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