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El drama brasileño: la elección más polarizada desde el retorno a la democracia

La celebración este domingo 7 de la primera vuelta de la elección presidencial en Brasil es considerada la más polarizada desde el retorno a la democracia
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06 de octubre de 2018 a las 05:03

Los brasileños van a las urnas este domingo 7, por la primera vuelta de la elección presidencial más reñida y polarizada de la historia reciente del país, en la que un candidato de extrema derecha e ideas populistas tiene chance de obtener la victoria, aunque lo más probable es que la contienda electoral se defina en un balotaje, el 28 de octubre. Su retador sería el candidato del Partido de los Trabajadores, que da la pelea a la sombra del líder Luis Inácio Lula da Silva, encarcelado por hechos de corrupción.    

La última encuesta Data folha, difundida el jueves 4, de unos comicios que además de nuevo presidente elige a gobernadores, una parte del Congreso y representantes de asambleas regionales, da 35% de intenciones de voto a Jair Bolsonaro, frente a 22% para Fernando Haddad; los competidores más moderados, el centroizquierdista Ciro Gomes y el centroderechista Geraldo Alckmin, se ubican relegados en alrededor del 10%. 

Los sondeos también revelan que los dos candidatos con más chance para estar al frente de la principal economía de América Latina aparecen empatados de cara al balotaje.  
Sin embargo, analistas brasileños no descartan una sorpresa de Bolsonaro y que gane en la primera vuelta si recobra fuerza el “voto útil” en la enojada clase media para evitar que la izquierda vuelva al poder.  

Los comicios se realizan en un contexto de crisis económica y social que explican que el próximo jefe de Estado sepa de antemano que lo espera una agenda muy caliente de reformas por un profundo agujero fiscal, problemas de productividad estructurales y de muy mala gestión del Estado (ver nota de página 4). Es clave la recuperación de la economía, tras dos años de recesión y otro tanto de un débil crecimiento.  

Un mustio campo económico y social en el noveno país más desigual del mundo llevó esta semana al director del centro de políticas sociales de la Fundación Getúlio Vargas, el economista Marcelo Neri, a explicar el drama brasileño de manera descarnada: “una parte de la población vive en el siglo XIX y otra en el siglo XXI. No podemos olvidarnos de la primera”, poco escolarizada, en aglomeraciones sin saneamiento básico y confrontada a “índices de violencia dignos de una guerra”.

La suerte de diario de guerra que podría escribir el próximo mandatario por los múltiples desafíos que enfrenta, bien podría incluir los problemas históricos de gobernabilidad -ningún presidente consiguió desde el retorno a la democracia una mayoría absoluta en el Congreso- que estarán presentes en el próximo período, en un marco general de descomposición de la política por probados hechos de corrupción que salpicó a la mayoría de los partidos. 

Lo más probable es un Congreso con representantes de unos 30 partidos -que siga dominado por el PT, el MDB y el PSDB- y que volverá a obligar a hacer juegos malabares al próximo jefe de Estado a la hora de llevar adelante su plan de gobierno. Ese escenario atomizado es en esencia muy similar al perverso esquema de favores, manejo de recursos y designaciones en cargos de confianza que reveló el caso del “menselao” (la compra de votos en el Congreso con que el gobierno del PT se aseguraba la aprobación de sus proyectos de ley).

Los políticos caminan a los tumbos, golpeados por la actuación de la Justicia y, no menor, por el hastío de un electorado absolutamente descreído por la mala conducta de los gobernantes.

El fastidio popular con la política, que siempre tiene un ingrediente emocional, en el caso brasileño también podría incluir un fundamento razonado. Es que una investigación de soborno político centrada en el escándalo de Lava Jato, según el sitio web Congresso em Foco, comprobó que alrededor de 60 % de los 81 senadores de Brasil y un tercio de los 513 miembros de su cámara baja han sido acusados de un delito.

El ambiente de una doble crisis -económica y política- es muy favorable para exacerbar el sentimiento de la gente y sentir en la piel el clima de polarización e incertidumbre como mostró esta campaña electoral para llegar al Palacio Planalto. 

Y en ese sentido, los dos candidatos que resultaron más atractivos entre el electorado para salir del infierno son quienes se ubican en los polos más extremos, con ideas y personalidades diametralmente opuestas. 

Dios y Brasil

La campaña tuvo un antes y después con el atentado que sufrió Bolsonaro, de 63 años, el pasado 6 de setiembre, cuando un hombre le asestó una puñalada en el abdomen en un mitin. Aunque no pudo realizar nuevos actos públicos, siguió presente en las redes sociales y logró  aumentar sustancialmente su ventaja en las encuestas.

Llamativamente, su popularidad mejoró nuevamente después de las masivas manifestaciones de mujeres que el último sábado de setiembre denunciaron el historial de declaraciones misóginas, racistas y homófobas de este admirador de la dictadura militar brasileña (1964-85). 

El candidato del Partido Social Liberal (PSL), un capitán de la reserva del Ejército con una larga experiencia como legislador, recogió en la recta final el apoyo de la bancada ruralista en el Congreso, de pastores evangélicos y de sectores empresariales que apostaban previamente por Alckmin. 

Su receta se basó en propuestas sencillas para combatir males profundos, con un lema: “Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos”. Y, además, pegando a su principal contrincante donde más le duele: la corrupción.

Sin restar méritos propios, analistas brasileños creen que el avance de la opción de extrema derecha es una consecuencia del sentimiento de rabia de una parte del electorado contra Lula, sentenciado en segunda instancia por hechos de corrupción, y también hacia otros dirigentes del PT, envueltos en el escándalo del Lava Jato. 

De llegar al poder, quiere flexibilizar el porte de armas para enfrentar la violencia que deja más de 60 mil muertos por año; proseguir el actual programa de austeridad del gobierno de Michel Temer; y defender los “valores tradicionales” para combatir la “ideología de género”. 

“Feliz de nuevo”

Cuando Haddad, de 55 años, aceptó la candidatura por el PT, en sustitución de su líder encarcelado, el exalcalde de San Pablo era un ilustre desconocido para el promedio de los votantes. Pero poco a poco fue ganándose un lugar a fuerza de pegarse al líder natural de este partido de izquierda con el eslogan “¡Haddad es Lula! ¡Lula es Haddad!”.

El mensaje, acompañado de la promesa de hacer a Brasil “feliz de nuevo”, apelando a la nostalgia de los trabajadores cuyo nivel de vida mejoró durante la gestión de Lula, lo ayudó a levantar en las encuestas y transformarse en el principal contendor de Bolsonaro.

El mensaje ha conectado con los votantes más pobres en bastiones del Partido de los Trabajadores, como el del noreste de Brasil.

Pero no todo es color de rosa para Haddad que enfrenta la reacción negativa de quienes culpan al PT de la corrupción e incluso de ser responsable del punta pie inicial de la recesión 
económica.

Por lo menos tiene tres desafíos: deshacerse de la imagen de peón de Lula -que es, a la misma vez, su fuerza y su debilidad-, convivir sin desfallecer con los críticos del partido y convencer a los votantes de que no repetirá los errores de la izquierda en el gobierno.

Haddad, profesor de derecho y un título en economía, y que todos reconocen sus buenos modales, se ha preocupado en el último tramo de la campaña por convencer a los empresarios de que lo anima una gestión responsable en la economía y que no hará ninguna locura, algo que ya demostró en su gestión como alcalde de San Pablo.

Según Reuters, “los inversionistas lo encontraron más abierto de lo que esperaban y más razonable que el PT en general, pero persisten las preocupaciones sobre un giro de las políticas hacia la izquierda”. 

Aunque es comprobable su movimiento hacia el centro -y dispuesto a encarar algunas reformas que son tabú en el PT-, Haddad no se apea de ideas estatistas y, ese sentido, se niega a privatizar empresas públicas, aunque respetando los contratos de concesión vigentes.  

Quien resulte electo en las octavas elecciones que se realizan desde el retorno a la democracia y suceda al impopular Michel Temer, tendrá un arduo camino no solo para poner al país de pie sino para unir los lazos rotos con una ciudadanía muy fatigada hasta con el propio sistema democrático.  

 

En contra del “odio” 
La campaña en televisión para las elecciones presidenciales de este domingo 7 concluyó el jueves pasado con casi todos los candidatos alertando sobre el discurso de “odio” que se le atribuye al ultraderechista Jair Bolsonaro, el postulante favorito para ganar al menos en primera vuelta, según las encuestas.
En la propaganda de televisión de Bolsonaro, en el marco del cierre de campaña, se escucha la voz de un locutor que dice: “Mentiras, calumnias, persecusión. Hasta intentaron quitarle la vida. Brasil encima de todo. Dios encima de todos”.  

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