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El gasto público

Columna de opinión publicada en El Observador Agropecuario
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14 de julio de 2017 a las 05:00

Por Luis Romero Álvarez, especial para El Observador

El problema es el gasto público. Por ser muy alto, obliga a pedir impuestos altos; como igual no alcanza, se emiten pesos en cantidad elevada; como esto dispara la inflación, hay que bajarla atrasando el tipo de cambio, lo que perjudica al sector exportador y frena al turismo.

De paso hay que usar tarifas altas para recaudar impuestos encubiertos. Como tampoco así alcanza hay que aumentar el endeudamiento nacional, lo que representa más gastos de intereses mañana y todo vuelve a empezar, con el resultado de un país que no puede nunca crecer sostenidamente a tasas altas por méritos propios.

De paso se agrega una mala consecuencia del gasto excesivo: no queda suficiente para la inversión pública; por eso la infraestructura es pobre, la logística complicada, etcétera. Lo que repercute otra vez en costos más elevados para el sector privado que ya carga con impuestos altos, tarifas altas y dólar atrasado. Un combo anti crecimiento a largo plazo.

En materia de gasto hay que apuntar a dos componentes básicos: lo permanente y lo circunstancial. El gasto permanente está representado básicamente por sueldos, pasividades e intereses. El gasto circunstancial son los despilfarros absurdos que a cada rato vemos, como ANCAP, Pluna, Fondes, gasificadora, y suma y sigue.

Esta última categoría es fácil de corregir: el presidente, que es el responsable final de todo el gasto, debe prohibir estrictamente que se tire la plata del pueblo; y quien no obedezca esta orden debe responder con su propio patrimonio por el despilfarro producido. No se puede hacer carrera política personal haciéndose publicidad con plata ajena desde empresas públicas; la carrera cada cual se la debe construir en base a méritos y buena gestión.

El gasto público permanente es mucho más grave. El gobierno del FA le regaló al país unos 70 mil empleados públicos más, para atender a los mismos tres millones y poco de uruguayos. Son US$ 1.000 millones anuales más pero siempre a cambio de nada, gravísimo.

Claro que después hay que llamar a privados para hacer carreteras, obviamente a cambio de más peajes que siguen sumando costos a las empresas y las personas.

La suba fuerte sufrida por la deuda nacional (más la que se viene) trae a futuro un componente pesado de pago de intereses; esto no duele mucho hoy porque las tasas están extraordinariamente bajas, pero pensar estos niveles de deuda con 3% más de tasa de interés como puede pasar, da escalofríos. Pero la deuda y sus intereses son consecuencia del exceso de gasto; si baja el gasto y hay superávit se achica la deuda y se acabó el problema.

El gobierno del FA le regaló al país unos 70 mil empleados públicos más, para atender a los mismos tres millones y poco de uruguayos. El gobierno del FA le regaló al país unos 70 mil empleados públicos más, para atender a los mismos tres millones y poco de uruguayos.

Como país necesitamos resolver definitivamente estos asuntos aunque nos lleve 20 o 30 años. Precisamos una regla laboral para el empleo público: establecer que la próxima administración sea quien sea no repondrá vacantes hasta bajar la plantilla a un máximo de 220 mil empleados; y que a partir de ese nivel, nunca más, ningún gobierno, podrá superar el límite máximo de 220 mil empleados públicos.

Luego precisamos una regla fiscal como tiene Chile a nivel constitucional que establezca que el gasto público puede subir solamente, y como máximo, una fracción establecida (digamos 50%) del crecimiento del PIB.

Además, a nivel de la Udelar deberíamos crear una Escuela Nacional de Administración, como hay en Francia, para formar administradores para el sector público. Nadie debería acceder a cargos superiores en la Administración Pública sin título habilitante de esta escuela especializada.

Así daríamos un paso importante hacia la profesionalización de los negocios públicos y evitaríamos que quienes no pueden manejar un kiosco, lleguen a manejar –y fundir– nuestras más grandes empresas. Con estas pautas nuestros hijos tendrán un país competitivo, barato para vivir, con impuestos bajos y lleno de oportunidades. ¿Qué estamos esperando?

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