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El Mecanismo de Montevideo

La hoja de ruta de la Unión Europea es un camino adecuado para evitar que la crisis venezolana se profundice, pero no el Mecanismo de Montevideo, al que Maduro ya le dio su beneplácito
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10 de febrero de 2019 a las 05:00

El mecanismo  es una serie de televisión brasileña sobre política. Creada por José Padilha y Elena Soárez, y dirigida por José Padilha, la serie se inspira libremente en las investigaciones de la Operación Lava Jato y fue lanzada por Netflix el 23 de marzo de 2018. Tuvo mucho éxito.

En febrero de 2019, se está gestando otro guion que podría servir eventualmente para una serie de televisión uruguayo-mexicana con el mismo nombre pero ubicada en Montevideo, quizá para diferenciarla de la de Brasil. 

No se trata en este caso de algo ilegítimo o inmoral, pero el Mecanismo de Montevideo tiene todo los elementos de irrealidad y fantasía que son necesarios para crear una serie de televisión. A veces las series surgen de la explicación de lo que realmente ocurrió –el Lava Jato–, una operación de corrupción política que excede lo imaginable. Y de ahí su atractivo televisivo.

En el caso del Mecanismo de Montevideo, se trata de un guion, una hoja de ruta diseñada por los gobiernos de México y Uruguay (a iniciativa de México, conviene señalar) para proponerlo en una cumbre de cancilleres y altos representantes diplomáticos de varios países latinoamericanos y de la Unión Europea, que se celebró en Montevideo el pasado jueves 7. El potencial atractivo televisivo del Mecanismo Montevideo viene del hecho de que México y Uruguay diseñaron un plan que se desmarca de los postulados planteados por la UE para llamar a un diálogo entre el dictador Maduro y la oposición venezolana encolumbrada ahora bajo el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó. O sea, dos grupos de países, dos documentos y dos posturas distintas coincidieron el mismo día en la misma ciudad aunque un país –Uruguay– estaba en los dos.

El canciller mexicano, Marcelo Ebrard, señaló que “el objetivo es facilitar la comunicación entre las partes y que se puede facilitar lo más rápido”.  Añadió que el tema de las elecciones –algo que en  general se ve como la única salida–, será “uno de los temas a tratar” y que el objetivo es simplemente que “haya mediación”. Pero el Mecanismo de Montevideo no habla de plazos ni de convocatoria a elecciones limpias. Es una hoja de ruta vacía.

El diálogo se ha tornado ahora en algo más que una entelequia al existir de parte de la oposición y de la mayoría del pueblo venezolano una cara visible en la figura de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional, y dotado de legitimidad para asumir como presidente encargado en caso de vacancia presidencial, cosa que este cuerpo legislativo estima que ocurrió el 10 de enero cuando terminó el mandato de Maduro y cuando debía comenzar el segundo.

Pero ¿qué puede dialogar un presidente que perdió hace años la legitimidad de ejercicio y ahora presumiblemente también la legitimidad de origen, que reprime a su pueblo, que tienen presos políticos, que limita las libertades individuales, que hostiga a la prensa, que ha sumido a su país en una grave crisis humanitaria y ha provocado la emigración de casi 3 millones de sus compatriotas? Un presidente que se apoya en las Fuerzas Armadas para sostenerse en el poder.

Si ni siquiera Maduro acepta un corredor de ayuda humanitaria, no están dadas las más básicas y elementales condiciones para el diálogo. Diálogo en el que no creen la mayoría de los países de América Latina y ahora de Europa. Diálogo que siempre que se intentó contribuyó a darle oxigeno al régimen cívico-militar y a debilitar la fuerza de la oposición. 

Porque, bueno es recordarlo, no estamos frente a dos fuerzas similares, con potencial militar para infligirse daño mutuamente. La cuestión no es, como dice el gobierno uruguayo, entre “la guerra y la paz”, porque la oposición venezolana no tiene capacidad militar de hacer ninguna guerra, salvo que el ejercito bolivariano se dividiera. No: aquí hay un régimen con la suma de poder militar, que lleva más de 8.000 ejecuciones extrajudiciales según Amnistía Internacional, que reprime por sí y por grupos paramilitares. No es siquiera una situación comparable a la de Colombia con una guerrilla dueña virtual de un territorio y que podía sentarse en una mesa de negociaciones. La situación es comparable, como decía hace poco el exministro chileno de Economía Andrés Velazco, a la de un ladrón que tiene a una anciana agarrada por el cuello con un cuchillo. El único diálogo posible es decirle al ladrón que la suelte y deje caer el cuchillo. No se le puede pedir nada a la anciana, que está indefensa y sometida.

Esto es lo que no quieren entender los neutrales y los dialoguistas. El que debe ceder es Maduro, y si no quiere ceder no habrá guerra: habrán protestas y más muertos del lado opositor.  Y la hoja de ruta de la UE es un camino adecuado para evitarlo. No el Mecanismo de Montevideo, que solo sirve para una buena serie televisiva. De hecho, Maduro ya le dio el “placeat”. 

 

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