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El regreso de Joe Biden, una lucha de dos y el poder de la palabra

El batacazo del ex vicepresidente el supermartes no le otorga en automático la nominación, pero lo convierte en favorito de lo que ya es un mano a mano con Bernie Sanders
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08 de marzo de 2020 a las 05:00

La interna demócrata a la presidencia de Estados Unidos es por fin una carrera de dos: la nominación estará ahora entre el ex vicepresidente Joe Biden y el socialista Bernie Sanders.

El impresionante repunte de Biden ha acaparado estos días el discurso de los medios. Y ha marcado el punto de inflexión que muchos demócratas querían ver en la campaña para que las dos fuerzas que hoy se disputan el corazón del partido –moderados y progresistas— se midan finalmente mano a mano, sin distracciones ni terceros en discordia.

El hecho de que estos sean hoy los únicos dos aspirantes en carrera y que en los últimos días hayan renunciado nada menos que cinco candidatos, habla a las claras de cómo ha cambiado la interna demócrata en tan solo una semana.

Todo se debe a la vertiginosa remontada que el ex vicepresidente coronó el pasado supermartes, arrasando en los estados del sur y ganando inesperadamente en Massachusetts, para ponerse a la cabeza de una contienda que va a estar sumamente reñida de aquí a la convención de Milwaukee a mediados de julio.

El establishment demócrata respira aliviado, después de semanas de contemplar el ascenso de un Sanders que parecía no tener techo. No es que Biden le haya sacado ahora mucha ventaja en el número de delegados; de hecho, están parejos: 638 para Biden, 563 para Sanders. Pero la forma en que lo hizo, pasando de cero a esos 638 en pocos días y arrasando en varios estados, deja claro que el momentum está de su lado. 

Esta semana, el ex vicepresidente ha pasado a encabezar otra vez todas las encuestas a nivel nacional, después de más de 30 días en caída libre. Es la figura del “comeback kid”, tan poderosa en la cultura popular norteamericana, en la política, en el deporte y en otras instancias de competición, como en la vida misma: el que viene de atrás para dar vuelta un resultado adverso genera siempre un atractivo extra.

Biden es hoy el “comeback kid” de esta contienda, apelativo que antes se aplicara a Bill Clinton, en las primarias demócratas de 1992; o en el deporte, a Joe Montana, estrella del fútbol americano, legendario quarterback de los San Francisco 49ers.

Pero por mucho que se hable del supermartes, que tuvo a Biden como gran protagonista, nada de esto hubiera pasado de no haber sido por su abrumadora victoria tres días antes en Carolina del Sur. Es a los votantes afroamericanos de ese estado que Biden debe realmente su resurgimiento en esta campaña; y muy especialmente, al representante de ese estado Jim Clyburn.

El popular dirigente negro, jefe de la bancada demócrata en la Cámara Baja, pronunció antes de la votación un muy emotivo discurso en North Charleston a favor de su amigo Biden que lo cambió todo. 

Desde Barack Obama que no se veía un discurso así en la política de Estados Unidos, muy conmovedor. “Yo conozco a Joe –dijo Clyburn–. Nosotros conocemos a Joe. Pero más importante aun, Joe nos conoce a nosotros”.

Días después, Biden arrasaba en Carolina del Sur, acaparando 48% de los votos en un estado donde el 60% del electorado es afroamericano.

Una muestra más de que por todos los cientos de millones de dólares, por todo el aparato de campaña, los expertos, los spots, los avisos de Facebook y todo lo que hoy se requiere para llevar adelante una campaña exitosa, la palabra de un solo hombre sigue siendo el más poderoso movilizador en política. Esto a veces se nos olvida. Hay oradores que ejercen un poder ígneo sobre los votantes, que son capaces de suspender el alma y cambiar con ello el curso de una elección. Eso fue lo que hizo Clyburn por Biden en Carolina del Sur, y por lo que el veterano legislador afroamericano se ha ganado ahora el mote de “King Maker”, hacedor de reyes.

Pero precisamente por ese poder de la palabra hoy rescatado, es que ahora se hace más evidente la debilidad de Biden: no es un buen orador, y si alguna vez fue un buen polemista, dejó de serlo hace rato. Aún quedan por delante varios estados en estas primarias, el grueso de la campaña. Eso significa decenas de discursos, varios debates y mítines de diverso tipo por todo el país. Biden no va a tener a un Clyburn que le saque las castañas del fuego en cada uno de esos estados. Y Sanders no será Clyburn ni Obama; pero logra movilizar con sus discursos, cuando menos a su base; y en los debates, no lo hace nada mal.

De modo que a pesar de que el ex vicepresidente es hoy el claro favorito, no es tan seguro que lo vaya a seguir siendo. Aunque el respaldo de todo el establishment demócrata, y ahora también el dinero del recientemente retirado de la interna Michael Bloomberg, sin duda ayudarán.

El próximo martes se vota en seis estados importantes. Y podría esgrimirse que las líneas demográficas vuelven a cambiar en favor de Sanders. Se votará en un solo estado del sur, Mississipi, donde es de esperar que Biden se imponga cómodamente. Pero luego, Washington y Idaho es probable que sigan la tendencia de los otros estados del oeste, como California, Colorado y Nevada que apoyaron la candidatura de Sanders.

Y en el llamado Midwest, votan también el martes Michigan y Dakota del Norte, donde Sanders ganó en 2016 frente a Hillary Clinton. Lo curioso es que Missouri, que históricamente ha sido considerado un estado tanto sureño como del Midwest (incluso durante la Guerra de Secesión su territorio fue dividido entre Unionistas y Confederados), mantiene su tradicional perfil dualista hasta en materia electoral: en 2016 Sanders y Hillary terminaron allí virtualmente empatados, imponiéndose ella en un escrutinio final por apenas 0,2%. Y a tenor de lo que dicen hoy los sondeos, el martes podría ocurrir algo parecido.

Como sea, a medida que al cierre de este artículo siguen llegando encuestas, sería imprudente no dejar bien claro el favoritismo y el gran momento por el que atraviesa la campaña de Biden. Quien ahora tiene que revertir la tendencia es Sanders. Aunque también es cierto que Biden se ha mostrado bastante desorientado en apariciones recientes, confundiendo a su esposa con su hermana durante su discurso la noche del supermartes u olvidando por completo lo que iba a decir en medio de un debate, entre otros varios despistes que han despertado suspicacias en Washington. Si a eso le sumamos las andanzas de su hijo Hunter como lobista internacional, algo sobre lo que Donald Trump y los suyos a buen seguro volverán a insistir en estos días, las debilidades del favorito demócrata no son pocas.

Así las cosas, si para la fecha de la Convención Demócrata el 13 de julio, ninguno de los dos candidatos hubiera llegado a los 1.991 delegados, cifra ampliamente referida en la prensa estadounidense como “el número mágico” que garantiza automáticamente la nominación, en tanto mitad más uno del total de 3.979 delegados en disputa, entonces se podría dar lo que se conoce como “una convención disputada”, donde los convencionales deberán dirimir al candidato del partido en sucesivas rondas de votación. Y ya en la segunda de ellas pueden votar los 771 superdelegados. 

Es ahí donde entra a tallar con mayor fuerza el peso del establishment demócrata, ya que los superdelegados responden al liderazgo del partido. Aunque en teoría podrían perfectamente hacerlo antes, toda vez que los superdelegados, a pesar de contar solo el día de la convención, pueden expresar su voto en el momento que lo deseen.

Como sucedió en 2016, cuando, después de una avalancha de victorias de Bernie, casi todos los 775 superdelegados en esa elección se expresaron anticipadamente en favor de Hillary Clinton, incluso se los empezaron a contabilizar debajo de su columna; lo que creó una gran confusión en aquel momento que al final terminó beneficiando la nominación de Clinton.

Por si algo le faltaba a este deficiente sistema de primarias en Estados Unidos, los demócratas le han añadido a los superdelegados. En ese sentido el proceso republicano es mucho más democrático; el liderazgo del partido no se reserva un solo voto que pueda alterar el resultado de la interna.

Pero de llegar los demócratas efectivamente a una convención disputada en Milwaukee, el número total de delegados será de 4.750, que surge de la suma de los delegados obtenidos en votación más los superdelegados. En ese caso, el número mágico para obtener la nominación sería 2.376, la mitad más uno. 

En resumen, un gran galimatías al que esperemos no llegar, pero que en todos los casos perjudicaría a Sanders en favor de Biden. La suerte podría estar echada para el viejo socialista; pero fiel a su temple, seguirá dando batalla hasta el final. 

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