La casa Cravotto guarda un secreto. Y, desde ya, va el aviso: aquellos que intenten descifrarlo deberían, mejor, rendirse antes de empezar. Porque la respuesta a la incógnita no aparece cuando se recorre el puente de la calle Sarmiento –en cuyo extremo se ubica–, ni tampoco después de observar durante largo rato su fachada característica –y grafiteada– desde la vereda de enfrente. El secreto no se revela, tampoco, en su segundo piso, en esos muebles a los que no parece haberles pasado el tiempo. Menos que menos se hallarán pistas en la terraza más alta, que alcanza a tocar las copas de los árboles y que se pierde en medio del cielo limpio de julio. Ni siquiera habrá posibilidad de vislumbrar un ápice de la respuesta en el estudio de la planta baja, ese piso que guarda cientos de planos, miles de libros, cuatro mesas de dibujo, muchísimos archivos, libretas y documentos de quien fuera uno de los impulsores del movimiento moderno en Uruguay. Así que, en resumen, olvídense del secreto. La casa lo guarda y no lo revela. Y esta nota tampoco.