Aunque presentado por los medios como un hecho sin precedentes en la historia de la Iglesia, no es la primera vez que un Papa preside el funeral de un Papa emérito. Lo que sucede hoy en la Plaza de San Pedro tiene un precedente. Tras fallecer en su exilio como prisionero de Napoleón de la ciudad francesa de Valence en 1799, Pío VI tuvo un solemne funeral tres años después, cuando sus restos fueron llevados a Roma para un solmene ceremonia que celebró Pio VII, su sucesor.
“Ciertamente sin precedentes fue la renuncia del Papa Ratzinger, motivada por razones de edad y falta de fuerza física y mental para sostener las responsabilidades y la carga de compromisos asociados al pontificado. Pero que un Pontífice reinante bendiga el cuerpo de su predecesor antes del entierro es un hecho que tiene un precedente bastante reciente si se compara con los dos mil años de historia de la Iglesia”, relata Andrea Tornielli en un artículo publicado por Vaticano News, la agencia oficial de noticias de la Santa Sede.
Nacido como Giovanni Angelico Braschi en 1717, ordenado sacerdote en 1755 y elegido pontífice en 1775, Pío VI murió luego de un corto pontificado que coincidió con el reinado de Luis XVI de Francia y el estallido de la Revolución Francesa. Inmediatamente después de su fallecimiento, tuvo lugar un primer funeral en Valence, mientras que los "novendiali" -los nueve días de Misas que anteceden al sufragio de los cardenales para elegir a su sucesor- se celebraron en Venecia, ciudad en donde se había reunido el colegio cardenalicio.
Sin embargo, Pío VII, ungido Papa el 14 de marzo de 1800, quiso que los restos de Pío VI volvieran a Roma. Con ese objetivo fueron exhumados en diciembre del año siguiente y viajaron desde Valence a Marsella, y de allí por barco a Génova. “Tras desembarcar en Italia, el cuerpo del Pontífice exiliado inició un peregrinaje triunfal, con solemnes exequias celebradas en cada parada. El 17 de febrero de 1802 tuvo lugar ‘la magnífica entrada triunfal a Roma’, con los cardenales que esperaban los restos en el Puente Milvio”, explica Tornielli.
La solemne y última ceremonia se celebró en San Pedro en presencia del nuevo Papa. No obstante, los restos de Pío VI no tuvieron descanso. “Su corazón y el precordium, el antiguo nombre de los órganos y formaciones anatómicas de la cavidad torácica que rodean al corazón y que se consideraban la sede de los afectos, los sentimientos y la sensibilidad fueron llevados a Valence, a petición explícita del gobierno de París”, relata Tornielli. El largo viaje de regreso a través de Francia se concretó en 1802.
Finalmente, nueve años después, el corazón de Pío VI fue llevado nuevamente a Roma. Hoy, los restos del pontífice descansan en las grutas vaticanas, el nombre con que se conoce la necrópolis que se extiende por debajo de una porción de la nave central de la Basílica de San Pedro.
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