Las lluvias demasiado escasas y tardías sumadas a las heladas en pleno verano se constituyeron en una combinación letal para la cosecha

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En el altiplano boliviano, la sequía y las heladas ponen en riesgo la seguridad alimentaria

La situación impacta en los pequeños agricultores dedicados al cultivo de papa, habas y maíz. También produce falta de forrajes, lo que genera a su vez una merma en la producción de leche, carne y derivados
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16 de febrero de 2023 a las 05:01

Decenas de hileras de surcos lucen vacías en un vasto campo arado del altiplano de Bolivia. A esta altura del año, debería estar lleno de papas listas para la cosecha. Sin embargo, el persistente déficit hídrico y las heladas en pleno verano pudieron más que la laboriosidad de los agricultores en la región, también afectada por el cambio climático.

Como muchos campesinos aimaras de la zona, Cristóbal Pongo consagró su vida al cultivo. "Nuestra entrada es papa, no más. Cosechamos, vendemos. Es nuestro sustento, el de nuestras familias, para que nuestros hijos puedan estudiar ", explica el agricultor de 64 años, de rodillas en su campo a unos 4.000 metros sobre el nivel del mar.

Este año, Pongo no tendrá nada para vender en el mercado de Calamarca, ubicado a unos 70 kilómetros de La Paz, la capital del país. "La helada se llevó la papa. Ya no retoña, se murió", lamenta mientras camina entre los surcos buscando alguna que haya sobrevivido a la falta de agua y a las heladas.

La escasez de papas y otros tubérculos cultivados desde tiempos ancestrales por la población de la zona disparó los precios en el mercado. En el caso de la papa, un ingrediente tradicional en la mesa de los bolivianos, se precio se multiplicó por siete, hasta alcanzar casi US$ 2 por kilo, en un contexto en el que la pobreza afecta al 36% de la población, según los datos oficiales de 2021.

Las lluvias demasiado escasas y tardías sumadas a las heladas en pleno verano se constituyeron en una combinación letal para la cosecha, algo que según los científicos no es casual. "El altiplano es particularmente vulnerable a los cambios del clima, y estos cambios se están manifestando cada vez con mayor frecuencia", advierte Luis Blacutt, experto en física de la atmósfera de la Universidad Mayor de San Andrés.

La razón, aclara, es que la región recibe hasta el 70% de sus precipitaciones anuales sólo entre noviembre y marzo. Sin embargo, el año pasado, la lluvia llegó recién a finales de diciembre. Ese retraso también causó estragos en la región andina del vecino Perú, que en diciembre declaró un estado de emergencia de 60 días en más de 100 distritos por la sequía.

Hay más de 4.000 variedades comestibles de papa, el tercer cultivo alimenticio más consumido por los humanos luego del arroz y el trigo, y la mayoría se encuentra en los Andes de Sudamérica, según el Centro Internacional de la Papa, con sede en Lima.

Las observaciones de Blacutt sobre el cambio climático en el altiplano tienen antecedentes. Ya en 2010, un estudio de la revista Anales, de la Asociación Estadounidense de Geógrafos, anticipó que los "cambios en el clima del altiplano podrían tener graves consecuencias sobre el manejo del agua y la agricultura indígena".

Por lo pronto, Pongo no sabe cómo sobrevivirá esta temporada. No habrá cosecha hasta abril y deberá esperar hasta finales de octubre para volver a sembrar. Si las lluvias no llegan para esa fecha, tendrá que esperar, porque necesita que la tierra esté húmeda para que las papas germinen. Si espera demasiado, las heladas invernales, que se adelantan cada vez más, podrían destruir una vez más el fruto de su trabajo.

Ante la incertidumbre, él y algunos vecinos instalaron invernaderos con el apoyo del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca), una ONG local. "Si no se puede producir a campo abierto, de alguna forma se puede producir en ambientes controlados como son las carpas solares", asegura Orlando Ticona, técnico de Cipca.

Sin embargo, aunque la iniciativa podría garantizar el autoabastecimiento de las familias, lejos está de revertir la situación general debido a que la producción en invernáculos se limita a superficies pequeñas. "No tengo esperanza", dice Pongo sobre sus cultivos de este año al contemplar la tierra muerta. "Pero si llueve, va a haber buena producción", remata, optimista.

Según el Cipca, la campaña agrícola 2022-2023, está siendo severamente afectada por diferentes eventos climáticos, lo que seguramente disminuirá la producción agropecuaria y puede poner en cuestión la seguridad alimentaria. En el Altiplano, desde el inicio de la campaña, algunas familias productoras optaron por sembrar en seco esperando la lluvia. Otras, lo hicieron muy tarde y fuera de época.

Durante noviembre, diciembre y enero, el Altiplano continuó registrando fuertes heladas. Según los expertos de la ONG, el cambio climático y el fenómeno de La Niña hicieron que en el municipio de San Pedro de Totora se registraran temperaturas que oscilaron en un mismo día entre -5.2°C a 24°C. En otros lugares, como en la comunidad de Khipakhipani, llovieron 33 milímetros en veinticuatro horas, mientras que en Cañaviri hubo vientos huracanados que superan los 40 kilómetros por hora con valores de radiación solar extrema.

La realidad se replica a lo largo de toda la región, que requiere lluvias de forma urgente para que se puedan recuperar los cultivos, caso contrario las pérdidas serán mayores. No obstante, la realidad se empeña en desbaratar la esperanza. Los partes meteorológicos señalan que las probabilidades de lluvia son mínimas y que la sequía parece asentarse más, al tiempo que las heladas persisten en quedarse, incluso en pleno verano.

“Hemos estado intentando adaptarnos al cambio climático y sus efectos. Por primera vez sembramos papa bajo el sistema de riego por aspersión, pero no contábamos con que en pleno enero podía helar. Es así que el 14 de enero mi cultivo amaneció totalmente quemado”, explica Agustín Ticona Huallpara, de la Comunidad Chonchocoro, en el municipio de Viacha.

“La papa, el haba, el maíz y los forrajes están totalmente quemados. Los que vivimos y tenemos cultivos en las planicies cercanas al lago Titicaca perdimos prácticamente todo. Aunque estamos menos afectados que los productores de las serranías, no sabemos qué hacer. Nos dijeron que tenemos seguro agrario, pero no sabemos cómo acceder a la ayuda. Este año no recuperaremos ni siquiera para las semillas. Es una pena, parece que ya no hay futuro en el campo”, agrega Virginia Choque Yapu, de la comunidad Coacollo, en el municipio de Taraco.

Los técnicos del Cipca advierten que también la ganadería está severamente afectada por la falta de forraje, lo que genera a su vez una merma en la producción de leche, carne y derivados. En este contexto de extrema vulnerabilidad, algunas familias productoras reducirán la cantidad de animales. Al igual que los expertos, los productores reclaman una urgente intervención del Estado a través de programas que desarrollen un plan de contingencia a corto plazo y una estrategia de producción sostenible a mediano y largo plazo.

“Se está viendo la importancia de implementar sistemas productivos sostenibles para garantizar la seguridad alimentaria familiar, implementar mecanismos de adaptación al cambio climático y, principalmente, es importante recuperar las variedades resistentes a heladas y sequías en los diferentes cultivos, como así también recuperar las prácticas, saberes y conocimientos ancestrales para hacer frente a este contexto de emergencia”, señala el Cipca en su sitio en internet.

(Con información de la agencia de noticias AFP y del Centro de Investigación y Promoción del Campesinado)

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