Hay varias cosas que me resultan insólitas dentro de las diferentes normativas que rigen a los países y una de ellas, una que quizás esté ahí arriba en el podio, es la veda alcohólica en la previa a una elección. Sé que no solo es patrimonio uruguayo, pero aun así me parece una instancia curiosa. Cada vez que se menciona, o cada vez que se aproxima el "deber cívico", pienso en ella. Pienso en filas de borrachos esperando para poner dos o tres listas en un sobre, en vísperas festivas donde la cerveza y el whisky corren más rápido que los jingles, pienso en la posibilidad de que el sueño y la resaca sean tan grandes que solo el 2% del padrón electoral vaya a votar, y después pienso en lo inverosímil y ridículo que suena todo eso.
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