El uso de tapabocas ha colaborado con la baja de otras enfermedades respiratorias

Opinión > ANÁLISIS

Es hora de reconocerlo: la pandemia está terminando en Uruguay y estos son los argumentos

Los cálculos más cautelosos, que sostienen que esto es solo un descanso y a la corta o a la larga la cosa se volverá a complicar, implican hacer proyecciones sobre los escenarios más improbables
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13 de agosto de 2021 a las 13:18

Para muchos, el momento actual de la pandemia en Uruguay es casi un entretiempo, un descanso a la espera de que una variante más contagiosa, como la delta, aterrice en Uruguay. Es una sensación generalizada, atribuible a algunos líderes de opinión pero también a buena parte de la opinión pública que cree que aseveraciones como la del título que acompaña la nota son demasiado temerarias.

Está claro que el covid-19 está lejísimos de terminar en el mundo, que cada día hay más de 500 mil casos nuevos y se cuentan también de a miles las muertes. Y que mientras el virus circule en el mundo, Uruguay no podrá desentenderse y deberá seguir monitoreándolo. Pero, sin caer en triunfalismos, también es claro que, en el escenario actual, el covid-19 en el país está dejando de ser un problema grave. Y que la posibilidad de que esos escenarios cambien radicalmente para que vuelva a ser una pesadilla como la de marzo-junio están lejos de ser los más probables, gracias a uno de los mejores programas de vacunación del mundo. 

Decirlo tampoco es promover el desastre o ser anticiencia. Más bien todo lo contrario. Es caminar una fase de transición ordenada y escalonada, pero consciente de que la pandemia como la conocimos tiene, salvo sucesos extraordinarios, fecha de finalización en Uruguay.

La mayoría de los especialistas lo han dicho de forma indirecta: un ingreso de la variante delta —inevitable a la corta o a la larga si se vuelve dominante en el resto del mundo— encontraría a Uruguay mucho más pertrechado que cuando arribó la P1. En ese momento no había ni vacunados ni un porcentaje relevante de personas con anticuerpos por infección. Es decir: el 99% de la población no tenía defensas contra el virus. Luego llegó la ola, y si bien más del 97% de los que cursaron la enfermedad consiguieron esas defensas sin requerir mayores cuidados, miles terminaron en el hospital o fallecieron.

Ahora, en cambio, hay 67% con dos dosis de vacunas y al menos 11% de recuperados de covid, aunque esa cifra podría trepar hasta el 30% —esas cifras se solapan, porque muchos de los que tuvieron covid ya se vacunaron—. Incluso, para fortalecer esa barrera, los expertos de la Comisión de Vacunas recomendaron administrar una tercera dosis de Pfizer a los vacunados con Sinovac, y la respuesta de la población ha sido excelente: más del 50% del público objetivo anotado en 24 horas.

Imaginar un nuevo escenario negativo del covid-19 en Uruguay no es imposible, pero depende de muchos supuestos de probabilidad baja. Por ejemplo, que la variante delta —o las que vengan— tuviera un gran escape inmunitario, que además de infectar a los no vacunados lo hiciera también con gente vacunada, de una manera suficientemente grave como para requerir internación. Hasta ahora, todas las vacunas han sido eficaces para prevenir casos graves o muertes, aún de las variables más transmisibles. Lo posible versus lo probable.

De ocurrir lo probable, una eventual ola de covid afectaría de forma leve a algunos vacunados y de forma más grave a una muy pequeña proporción de vacunados, mientras que entre los no vacunados la proporción sería mucho mayor. Es lo que pasa en el mundo: el covid-19 se ha convertido en una epidemia de no vacunados.

¿Qué dicen los números?

Una vez que todos los anotados para vacunarse reciban su segunda dosis, solo quedará el 26% de la población sin inmunizarse. Pero a eso hay que restarle el 16% correspondiente a los menores de 12 años, que aunque se infecten lo harán de manera leve en su abrumadora mayoría. Eso deja el 10% de la población como universo de posibles afectados graves. Pero la mayoría son personas jóvenes —es la población menos vacunada—, a los cuales el virus afecta muy poco. Del porcentaje restante —¿un 5% de la población?— hay que quitar aún a los no vacunados, mayores de 50, que ya hayan cursado covid-19. 

O sea que aún el peor escenario no alcanzaría para volver a poner en riesgo el sistema de salud. El presidente de la Sociedad de Medicina Intensiva, Julio Pontet, fue bastante categórico en declaraciones a El País esta semana: “Podemos decir que la variante delta no va a ser un problema para los CTI de adultos en nuestro país”.

También lo dijo Daniel Herrera, integrante del Guiad, en la diaria: “Muy probablemente vayamos a tener una nueva ola, pero no traerá consigo consecuencias sanitarias graves que comprometan al sistema de salud. Es decir, probablemente no llegaremos con la vacunación a una inmunidad de rebaño ‘real’, sino a una socialmente aceptable”.

Otro escenario hipotético sería que una nueva variante afectara de forma grave a los niños. Lo posible versus lo probable: al momento ninguna variante se ha comportado de esa manera y como destacó a El Observador la inmunóloga María Moreno, es lo menos probable. En los últimos días llegaron desde EEUU algunas noticias alarmantes sobre picos de menores internados, pero según varios referentes pediátricos, el problema es la circulación comunitaria: cuántos más casos hay en una comunidad —la peor parte la llevan las comunidades con bajos índices de vacunación—, más posibilidades de que haya más casos graves de menores, aunque en el porcentaje del total de casos de esa edad siga siendo muy reducido. 

Pero además Uruguay corre con una ventaja: también tiene una gran proporción de adolescentes entre 12 y 14 años vacunados —74% con una dosis y 56% con dos hasta el martes—, por lo que las posibilidades se siguen achicando.

También está la hipótesis que la efectividad de Sinovac baje con los meses. De momento solo se ha comprobado la baja de anticuerpos, que es lo más medible, pero también se entiende que otros mecanismos como los de las células B y T protegen por más tiempo y son los que impiden casos graves. De todos modos, para prevenir esos eventuales escenarios adversos, la Comisión de Vacunas dio luz verde al refuerzo de Pfizer a los  vacunados con Sinovac.

Pero los cálculos más cautelosos, que defienden mantener las restricciones por más tiempo, o que sostienen que esto es solo un descanso y a la corta o a la larga la cosa se volverá a complicar, implican hacer proyecciones basadas en los escenarios más improbables. No soy médico ni biólogo, pero eso no suena a método científico.

En los países con alta vacunación en los que ingresó con fuerza la variable delta, el covid-19 empezó a transformarse, para la gran mayoría, en una gripe común en cuanto a su gravedad. Ese razonamiento es bastante simple y directo, aunque a muchos aún no se animen a decirlo. Cuando los medios decimos que la situación se volvió a complicar en Israel, Reino Unido o estados muy vacunados de EEUU, caemos en una ficción: alcanza con ver la vida normal que está haciendo la gran mayoría de la gente. 

Todo eso lleva a algunos puntos incómodos, pero necesarios para discutir: ¿es justo mantener restricciones que afectan la vida de miles de personas, por aquellos que decidieron no vacunarse? Es cierto, eso es injusto con los que no pueden vacunarse, o a quienes las vacunas no los protegen del todo por sus múltiples comorbilidades o por inmunodeprimidos, pero en todo caso eso implicaría un nuevo contrato social: ¿acaso eso no pasa cada invierno sin que casi nos enteremos? De hecho, actualmente hay una ola de virus VRS, que afecta sobre todo a recién nacidos y deriva en casos de internación en CTI, sin que genere alarma social.

Se puede argumentar que no se deben menospreciar los casos (raros) asintomáticos que derivan en covid largo, o los poquísimos casos de vacunados que terminan en enfermedad grave. En ese sentido vale la pena detenerse a pensar por qué en marzo de 2020 el mundo decidió realizar confinamientos o restricciones (virus desconocido, alta contagiosidad, sistema de salud sin preparación), y cuál sería la razón de hacerlo hoy. ¿Proteger a un número de gente vulnerable mucho menor que el de otras enfermedades? ¿Ganar tiempo mientras descubrimos cada recoveco de la enfermedad de covid-19? Si es eso, nos quedan varios años de restricciones por delante.

Entonces, ¿por qué cuesta tanto reconocer la realidad? Quizás sea un dejo del triunfalismo de inicios de año, cuando muchos creyeron que con el inicio de la vacunación se había terminado el problema, cuando en realidad solo estaba empezando. En ese sentido es lógico y entendible no querer volver a quemarse con leche. Pero quizás debamos prestar atención a lo que nos enseñó 2020: no saber identificar el buen momento hizo que nos cuidáramos tanto cuando no era necesario, que cuando efectivamente pasó a serlo, la mayoría ya estaba demasiado cansada.

Quizás, entonces, sea hora de empezar a mirar la realidad sin miedo, y sin tratar de tratar como niños a una población que ya aprendió lo suficiente del virus. Transitar estas últimas etapas de restricciones (levantarlas todas al mismo tiempo sería desordenado y riesgoso, sobre todo la apertura de fronteras). También mantener el testeo y rastreo para que eventuales nuevas variantes no nos sorprendan. Prepararnos para lo improbable, pero conscientes de que lo más probable es que, en poco tiempo, el covid-19 en Uruguay haya pasado a la historia.

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