La posibilidad de matarse es real. En alguna parte del cerebro debe estar esa certeza. Pero también es parte del juego, parte de la razón por la que una persona puede sentir el impulso de pisar un poco más el acelerador. De notar cómo el metal empieza a vibrar, las revoluciones suben y el motor empieza a aullar, y hay algo que se rompe. Una resistencia de las fuerzas de la física o un límite temporal, a los que la conjunción de una máquina y un humano les acaban de ganar.
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