Miguel Arregui

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George Orwell en la guerra civil española

A 70 años de la muerte de un santón antitotalitario, extraño, independiente y sin deudas con nadie (II)
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18 de marzo de 2020 a las 01:21

George Orwell, un hombre de acción, entre violento e idealista, se sentía muy deprimido por la situación política en Europa, territorio en dispuesta entre comunistas y fascistas durante la “Gran Depresión” de los años ’30.

En junio de 1936 se casó con Eileen O’Shaughnessy y ambos se fueron a vivir a una casa muy primitiva en un pueblito inglés, sin electricidad y con huerta, pollos y cabras. Allí terminó su informe sobre las condiciones de la clase obrera en el norte de Inglaterra durante la “Gran Depresión”, una nueva denuncia social que llevó el título de “El camino de Wigan Pier”. 

“Quería hundirme para hallarme de verdad entre los oprimidos (…) y estar a su lado frente a los tiranos”, escribió. Era una forma de expiación, o un santurrón que buscaba una paz completa en el fondo de la escala. También cuestionó a los socialistas, “un grupo estúpido y carente de sinceridad”, lo que le significaría muchos enemigos en la izquierda.

“El camino de Wigan Pier”, publicado en 1937, se vendió muy bien y convirtió a Orwell en una celebridad. Y a fines de ese año él estaba en Barcelona, listo a combatir fusil en mano contra fascistas, monárquicos y derechistas, quienes se habían levantado el verano anterior contra el gobierno republicano.

La guerra civil española no era mal lugar para quien tenía el temperamento de un combatiente, y que, en cierta forma, era más periodista que novelista. 

Llegó allí con una credencial destinada al Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), ya que los comunistas lo consideraron poco fiable y se negaron a darle un pase para integrar las Brigadas Internacionales.

“En ese sentido Orwell me pareció un estúpido: era, como muchos ingleses, un idealista”, escribió el novelista estadounidense Henry Miller, quien trató de disuadirlo a su paso por París, sin éxito. 

En una trinchera cerca de Huesca

Ya en España, Orwell se emborrachó de felicidad igualitaria y fervor revolucionario. 

Encuadrado casi de casualidad en las milicias del POUM (marxista antiestalinista), el 20 de mayo de 1937 recibió un tiro de fusil en la garganta, en una trinchera cerca de Huesca, en la que mandaba a un grupo de 30 ingleses y españoles. Fue evacuado hacia Barcelona en el mismo momento que los comunistas liquidaban a los puristas del POUM, imperdonablemente trotskistas, e instauraban el imperio del terror en filas republicanas. 

Como solía ocurrirle, Orwell había caído en la facción derrotada del bando derrotado. Los comunistas lo habían clasificado como trotskista, por lo que estaba en lista de enemigos; pero logró escapar de España junto a su esposa en junio de 1937.

En 1938, antes del fin del conflicto civil español, publicó “Homenaje a Cataluña”, un relato airado y vívido que casi todo periodista conoce y admira; y una de las mejores crónicas independientes sobre la guerra civil española, junto, tal vez, a “Testamento español”, de Arthur Koestler, y “Spanish Cockpit” (“El reñidero español”), de Franz Borkenau.

En él trazó un cuadro vívido de la guerra civil en Cataluña y Aragón, y contó las mortíferas rivalidades en el bando republicano, particularmente entre comunistas, marxistas independientes y anarquistas. El fervor ideológico de la izquierda tenía, claramente, una matriz religiosa, furiosa e intolerante, que estuvo en la base de la derrota final, en 1939.

El texto, que se lee fácilmente y con pasión, incluye observaciones irónicamente maldita sobre la España de entonces y su cultura. Así, por ejemplo, el templo de la Sagrada Familia, de Antoni Gaudí, se le antojó “uno de los edificios más horrorosos del mundo”; o bien: “En España no hay nada, desde una comida a una batalla, que tenga lugar en el momento previsto (…). En teoría, yo más bien admiro a los españoles por no compartir esa neurosis del tiempo propia de los nórdicos; pero, por desgracia, yo también la comparto”.

Orwell atacó a la prensa británica que encubría los crímenes de los comunistas. “Una de las lecciones más terribles que me enseñó la guerra fue la de que la prensa izquierdista es tan mentirosa y falaz como la de derecha”, escribió (aunque reivindicó, admirado, la honestidad del diario liberal “The Manchester Guardian”, actual “The Guardian”).

“Homenaje a Cataluña” lo convertiría en una celebridad histórica, como cronista y como combatiente difícil de desmentir: un excéntrico intachable y valeroso. Pero eso ocurriría años más tarde, cuando la verdad se fue abriendo paso; porque, al principio, el libro, ignorado por la izquierda británica, cuando no boicoteado, se vendió muy poco.

Los pecados de la izquierda

Desde entonces George Orwell se volvió un crítico feroz del totalitarismo soviético, y defensor de un socialismo democrático. “El pecado de casi todos los de izquierdas desde 1933 en adelante consiste en que han querido ser antifascistas sin ser antiautoritarios”, escribió años más tarde. En suma: ser antifascista no equivalía necesariamente a ser comunista, o un mero bolchevique de salón, como muchos intelectuales ingleses de entonces. El comunismo era tan opuesto a la democracia como el fascismo.

En realidad, Orwell no transigía con nadie. En sus novelas atacó alternativamente al imperialismo, al capitalismo, al fascismo y al comunismo. Por exclusión, solo aceptó al fin, como el mal menor, el liberalismo socialdemócrata, como harían tantos otros revolucionarios críticos.

“Fue el primer santo de Nuestra Era, extraño, feroz, independiente y sin deudas con nadie”, según lo describió un académico británico.

Próxima y última nota: Orwell durante la Segunda Guerra Mundial; un escritor maldito, el éxito con “Rebelión en la Granja” y “1984”, un casamiento extraño y una muerte prematura.

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