El vestido blanco inmaculado, una sonrisa de cumpleaños y el puño izquierdo en alto. A su lado, una docena de adolescentes repiten el gesto de lucha y otros hacen la V de la victoria. Es setiembre de 1972 y los pequeños camaradas del seccional octavo de la Juventud Comunista festejan las 15 primaveras de Graciela Villar.
A pesar de una vida de grandes luchas, su nombre era ajeno al gran público hasta que Daniel Martínez –candidato presidencial del Frente Amplio– la propuso como compañera de fórmula. Quienes, como Carolina Cosse, tuvieron que recurrir a Google para hacerse una mejor idea de quién era esa tal Villar, se encontraron con una dirigente aguerrida, de oratoria explosiva.
“Dicen que mi discurso es de barricada. Capaz es la hora de hablar de barricada. Capaz es hora de que la quietud que nos ha ganado haga ver que lo que tenemos merece ser defendido, y que tenemos que ir por más. Porque se nos va la vida en ello”, dice micrófono en mano, casi con la voz quebrada, a militantes frenteamplistas.
Lleva la barricada en su piel. Hija de trabajadores textiles y descendiente de “comunistas de toda la vida”, pasó su infancia “con la valija pronta” para afrontar los desalojos y conoció “los cien barrios de Montevideo”, según contó en 2013 a la revista del Sindicato de la Cooperativa de Asistencia Médica de Soriano (Secams).
La política y la conciencia social le entraron por los poros. Tenía diez años cuando su abuela Manuela –una obrera jubilada–, la llevó al entierro de Líber Arce. En quinto de escuela, con una maestra “progresista” que se convirtió en una inspiración personal, entregó una tarea de redacción despotricando contra el gobierno de Jorge Pacheco Areco.
A los 13 años ingresó a la Juventud Comunista, donde pulió sus dotes de oradora y se forjó en la dialéctica que lleva consigo hasta el día de hoy, y que le generó problemas ya desde joven, como cuando la expulsaron del liceo 17 por dar dar un acalorado discurso parada arriba de una mesa.
La vida de Villar también está marcada por la lucha con el cuerpo. Quienes la conocen dicen que es una “ganadora nata” que soportó primero los embates de la dictadura y que años más tarde venció a otro enemigo: el cáncer.
En 1974 cayó detenida durante una manifestación por el primer aniversario del asesinato de Walter Medina, un excompañero suyo del liceo. Como era menor, fue a parar al Hogar Modelo Yaguarón y durante dos meses conoció de primera mano historias de asesinatos, violaciones y abortos.
Ya cumplida la mayoría de edad, continuó militando en la clandestinidad y tuvo su primera hija –Tania– a los 19 años. Una noche la fueron a buscar a su casa, la detuvieron junto a su esposo (militante del Sunca) y se llevaron a la bebé. Temió perderla para siempre, pero volvieron a verse al cabo de unos meses. Cuando al año siguiente les alertaron que volvían por ellos, juntaron sus cosas y escaparon hacia Argentina.
“Todo lo que le pasó por mi cuerpo es lo que le pasó al Uruguay”, dice décadas después, ante un grupo de dirigentes que celebran su postulación a la vicepresidencia. No escatima en palabras para retratar lo que vivió. Dice que le sale “de las entrañas”.
La noticia del cáncer le llegó en abril de 2013, cuando le detectaron un nódulo maligno en el seno derecho. Tras una cirugía y un tratamiento intenso de radioterapia pudo volver a nacer. Cuando asumió como intendente en 2015, Daniel Martínez le ofreció tener una dirección a su cargo, pero Villar prefirió replegarse a su trabajo como edila y no descuidar la salud. La vida le daría revancha cuatro años después cuando, ya recuperada del todo, Martínez volvió a tocar su puerta y la invitó a acompañarlo en la fórmula presidencial. “Estoy para lo que precises”, respondió.
Volvió del exilio en el 84, cuando en Uruguay ya se empezaban a respirar aires de libertad. Había pasado el plebiscito y la movilización del Obelisco. Ahora tocaba revitalizar el movimiento social.
Villar eligió la salud como trinchera. Militó en la Federación Uruguaya de la Salud (FUS) junto a históricos como Enrique Pintado, Federico “Fico” Gomensoro, y Cristina González. Hizo de su trabajo en la Mutualista Insraelita del Uruguay (MIDU) –una asociación sin fines de lucro, fundada por inmigrantes judíos y que priorizó la asistencia a ex presos políticos y repatriados– una extensión de su compromiso social.
“Era una muchacha muy trabajadora”, recuerda Jaime Tuzman, director de Midu hasta su cierre en 2001. “Lo que más llamaba la atención es que a pesar de ser dirigente gremial era muy comprometida con la mutualista. Había gente que consideraba a los directivos como la patronal, pero ella tiraba para adelante y luchó por que MIDU se mantuviera en pie”, relató Tuzman. Cuando la mutualista cerró Villar fue uno de los puntales en la defensa de los puestos de trabajo.
La militancia sindical de Villar derivó en una incipiente carrera política cuando en 1994 se unió a las filas de Asamblea Uruguay, fundado ese año detrás de la promisora figura de Danilo Astori, pero conformado también con dirigentes de perfiles heterogéneos, entre ellos una corriente de excomunistas de trayectoria sindical. Villar y Pintado venían de la FUS, Gerardo Rey de UTE, Ruben Villaverde de OSE. Al poco tiempo se incorporaron otras figuras como la sindicalista Susana Dalmás, de destacada labor en el plebiscito contra la reforma de las empresas públicas.
El paso de los años, sin embargo, empezó a evidenciar diferencias insalvables en la forma de concebir la política y la militancia. Empezaron los cuestionamientos al liderazgo “vertical” de Astori, a la “falta de espacio” para crecer detrás de su “sombra” y al alejamiento del territorio. La “barra de Pintado”, con Villar como una de sus puntales, buscó imponer cambios en la estructura astorista.
“En más de una ocasión fue voz discordante con la línea principal”, explica Rey, que en su rol de jefe de organización del comando de Martínez fue influyente en la decisión de ofrecer el cargo a Villar. Otra persona que le insistió al candidato con el nombre de la exedila fue el intendente de Montevideo Christian Di Candia, cercano a la dirigente tras su paso por la Jota (la juventud de AU) y su labor tanto en la Junta Departamental como en la comuna. “Le di manija a Daniel desde que ganó. Graciela es una referente, unifica a la izquierda de una manera impresionante y no se la lleva puesto nadie”, afirmó. Según Di Candia, cuando en 2007 varios jóvenes de AU pegaron el portazo disconformes con sus superiores, “Villar fue la única que se plantó y dijo: los gurises tienen razón”.
En más de una discusión, la hoy candidata a vice reclamó que el sector saliera más allá del universo técnico y mantuviera la presencia en los barrios más carenciados, una arenga que luego extendería a todo el Frente Amplio. En Asamblea, no obstante, había quienes consideraban que los “pintadistas” utilizaban a la gente de los asentamientos para obtener rédito electoral. El alejamiento terminó consumándose con la discusión de las candidaturas. Mientras que Pintado y Villar abogaban por impulsar la figura de Mario Bergara, la mayoría del sector se inclinó por Martínez y hoy cuestiona que una dirigente que no lo quiso en su momento ahora decida acompañarlo en la fórmula. En el entorno de Villar, por el contrario, lo ven como una muestra de “respeto” y “lealtad”.
"No vamos a hacer la revolución, pero sí estamos convencidos de que en esta etapa mantener lo que tenemos y profundizarlo es un compromiso revolucionario".
Graciela Villar, mayo 2019
Detrás de su perfil de “barricada” Villar también esconde una gran sensibilidad, que aflora en los momentos más duros y en los más felices. Por eso el pasado viernes 5 de julio, cuando se presentó como candidata a integrar la fórmula, hizo fuerza para contener el llanto. Vio a sus compañeras de militancia quebradas por la emoción y pensó en su fallecida madre –por quien compra los jazmines de la primavera porque le recuerdan a su aroma–. En la sala estaba su padre, a quien le incumplió el deseo de verla convertirse en abogada, pero que miró con emoción lo que el destino le deparó a su combativa hija.
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