Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > un nuevo villano

Guasón: las razones por las que es una película tan polémica como removedora

La película protagonizada por Joaquin Phoenix ha dividido aguas por su contenido y el retrato de su protagonista
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03 de octubre de 2019 a las 05:01

El Guasón tiene a la gente nerviosa. Anda suelto, las autoridades están alertas por su potencial para inspirar a otros a seguir sus pasos y otros lo defienden diciendo que es un incomprendido y que la sociedad moderna no lo entiende. No, no nos transportamos mágicamente a Ciudad Gótica. No se va a prender la batiseñal ni el comisionado Gordon va a salir en los medios pidiendo tranquilidad. Es todo por una película.

El eterno enemigo de Batman es el protagonista de la enésima película de superhéroes en llegar a los cines en lo que va del siglo. Pero esta es un poco diferente. No está conectada ni hace referencia a otras películas, más allá de un par de guiños a la mitología del hombre murciélago no anticipa otras aventuras futuras, y no tiene escenas filmadas delante de una pantalla verde en las que lo único real es la cara del actor de turno. Es una película autoconclusiva que cuenta el origen del payaso criminal bajo un manto de drama serio y crudo.

Mostró sus credenciales de “película de verdad” cuando ganó el premio a Mejor película en el festival de Venecia, y lógicamente, ya empezaron los rumores de que es una de las candidatas más firmes a pelear el Oscar. Los cantos de alabanza han pavimentado su camino hasta su estreno oficial, que se produce en Uruguay este jueves. Pero Guasón llega también con una intensa polémica a cuestas, prácticamente inédita para una película que parece destinada tanto a ser una bomba en la taquilla y sobre todo, para un filme inspirado por los cómics, que suelen ser adaptados como aventuras inocentes y no como estudios sobre la locura y la marginalidad.

Miren al pierrot callejero

Guasón no es un espectáculo como el que nos ha acostumbrado el cine de ese género. Aprovechando que en los cómics el personaje no tiene una historia oficial, acá se nos lo presenta como un hombre llamado Arthur Fleck, interpretado por Joaquin Phoenix. Arthur trabaja como payaso de alquiler: a veces le toca promocionar liquidaciones de comercios que están por cerrar, otras le toca ir a animar a niños con cáncer a un hospital.

Disfruta su trabajo, pero su sueño es ser comediante de stand-up. Admira mucho a Murray Franklin (Robert De Niro), un humorista televisivo al que mira religiosamente junto a su madre enferma, con la que vive y a quien cuida. Sueña con estar en la tele. Con ser popular. Con que la gente se ría de sus chistes.

Pero el mundo no le va a hacer fácil su misión. Porque Arthur padece algunos trastornos mentales y la sociedad no le permite salirse de la “normalidad”. En un momento, escribe en su cuaderno de apuntes para chistes “lo peor de tener una enfermedad mental es que la gente espera que te comportes COMO SI NO LA TUVIERAS”, escribe, así, con letras cada vez más grandes y con la mano izquierda, para tener una caligrafía movediza e infantil.

Arthur tiene, por culpa de un golpe en la cabeza, ataques de risa repentinos que se mezclan con llanto y ahogo. La gente lo mira raro, porque piensan que lo hace voluntariamente. En una Ciudad Gótica de principios de la década de 1980, tapada de basura por culpa de una huelga, dark y arruinada, le pegan, lo agreden y le van dando la espalda gradualmente. Y él siente que el mundo no le presta la atención debida. Lo va a resolver de una forma bastante brusca y agresiva.

En su mejilla un lagrimón

La actuación de Joaquin Phoenix es magistral. Es uno de los mejores actores de Hollywood, por lejos, y acá lo reafirma. Su delgadez extrema, con los huesos a punto de rasgar la piel, es apenas el costado físico de una interpretación que navega los mares de la locura, la furia, la tristeza y la alegría. Es el eje y el ancla de la película, porque prácticamente los demás personajes son secundarios, revolotean a su alrededor, por más que sean actores consagrados como De Niro, o en ascenso como Zazie Beetz.

Con ingredientes de Robert Pupkin de El rey de la comedia y Travis Bickle de Taxi Driver (los dos interpretados por De Niro, por lo que su presencia aquí es un guiño obvio, así como la imitación al cine de Martin Scorsese de esos tiempos), este Guasón es un payaso trágico al que no se puede dejar de mirar. Y ahí está el gran debate que enfrenta esta película.

Desde que se reveló al mundo en Venecia, se ha discutido sobre lo que puede provocar este filme. Desde un bando se ha manifestado que aunque sea una película de época, puede extrapolarse lo que vive Arthur Fleck al mundo moderno y que algún espectador puede verse motivado a seguir la senda del villano y emprenderla a tiros contra aquellos que siente que no lo aprecian como deberían. O a entrar a algún lugar público y dispararle a los que allí se encuentren, como pasa con aterradora frecuencia en Estados Unidos.

Otros dicen que no entendieron nada, que es inconcebible que haya que aclarar que es una obra de ficción que no se hizo con la intención de motivar a nadie a cometer atentados, y que es todo culpa de la sociedad moderna y su corrección política. Eso dice, por ejemplo, el director de la película, Todd Phillips, que pasó de hacer la saga ¿Qué pasó ayer? y de guionar Borat a esta cuestión más seria.

En una charla con la revista Vanity Fair, argumentó que su conversión al drama se debe a la predominancia de la cultura “woke”, una expresión estadounidense que se traduce literalmente como “estar despierto”, y que refiere a aquellas personas que están preocupadas continuamente porque todo cumpla los preceptos de la justicia racial y social. “Se escribieron artículos sobre por qué las comedias ya no funcionan. Te diré por qué, porque todos los tipos graciosos reaccionan como 'A la mierda con esto, porque no quiero ofenderte’”, dijo Phillips.

Ni el director ni el elenco dieron entrevistas durante la premiere en Los Ángeles, bajo el argumento “dejemos que la película hable por sí misma”. Algunas semanas antes, Phoenix se paró y se fue de una entrevista cuando le preguntaron si pensaba que podía inspirar a cometer ataques. El estudio a cargo, Warner, respaldó a su equipo en esas decisiones.

Por contraste, el ejército estadounidense ha emitido una alerta a sus integrantes para que estén atentos cuando vayan al cine; y algunas grandes cadenas de ese país han prohibido que los espectadores vayan disfrazados.

A solas con su corazón

Todo este lío se debe en parte a la mayor sensibilidad y preocupación de la sociedad estadounidense (donde se está produciendo la mayor parte del debate) por los ataques de supremacistas blancos y de tiradores solitarios a multitudes. Y porque el Guasón se ha convertido en un ícono de una de las subculturas de internet: los incels.

Este término poco conocido se remonta en realidad a 1993, cuando una universitaria canadiense llamada Alana creó un sitio web para contar sus dilemas personales y sus problemas con el sexo. Ahí nació la palabra, una mezcla de los vocablos célibe e involuntario. Pero cuando la responsable del sitio se alejó de esa comunidad en el 2000, de a poco el colectivo fue tomando un cariz considerablemente más oscuro.

Hoy por hoy los incels son en su mayoría hombres blancos jóvenes que tienen una frustración sexual y un resentimiento contra aquellos que son activos sexualmente. Algunas de las ideas más extremas que comparten son que las mujeres están obligadas a tener sexo con hombres, que el feminismo y la lucha por los derechos de las mujeres tienen parte de la culpa de que no puedan tener pareja, y hasta que todo es un plan del judaísmo para debilitar a la sociedad occidental.

Algunos incels se han radicalizado, han tomado posturas racistas y violentas, y varios de los tiroteos masivos que se han producido en Estados Unidos en la última década han sido reivindicados por esta comunidad, o sus perpetradores tenían vínculos con ella.

Guasón en ningún momento hace referencia al tema. Pero se puede entender la preocupación, porque Arthur Fleck tiene también una frustración al respecto de sus vínculos románticos y sexuales, por ejemplo.

La respuesta, seguramente, vaya por el camino del medio: Guasón no busca justificar acciones violentas ni provocarlas, y en parte critica tanto a la sociedad como a quienes toman esas medidas como venganza, pero al mismo tiempo tiene a su protagonista en un lugar que incentiva al espectador a ponerse de su lado. Así como en 1999 algunos entendieron mal el mensaje de El club de la pelea y abrieron sus propias sucursales reales, en 2019 alguien puede verse tentado a teñirse de verde, maquillarse la cara y salir a sembrar el caos (las dos películas tienen como protagonistas a hombres blancos heterosexuales con trastornos mentales y un vínculo conflictivo con el sexo). No necesariamente va a pasar, pero se entiende el planteo del conflicto.

Más allá del debate, Guasón es una película impactante, que sacude al espectador. Es una película de cómics que obliga a pensar. Es una propuesta diferente, y puede ser una buena herramienta para que el público que suele ir a buscar espectáculo a la sala, termine viendo un tipo de película que de otra forma no vería.

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