Los números que esperan los economistas para el crecimiento de la economía uruguaya no son buenos. No hablan de crisis, sino de una expansión mediocre de la actividad. Y es eso, la mediocridad del escenario económico, lo que asusta. Porque por un lado, no ayuda a solucionar los problemas más estructurales que tiene la economía local: la reducción sistemática en el número de empleos, un déficit fiscal insostenible en el mediano plazo, la inadecuación de los factores productivos para enfrentar los nuevos requerimientos de los mercados globales, entre otros problemas.
Nadie espera una crisis, al menos en los próximos dos años. Un crecimiento de la actividad en el entorno de 1% no es crisis. La mediana de expertos que contestaron a fines de octubre la Encuesta de Expectativas Económicas de El Observador anticipaban una expansión de 1,5% para este año y 1,3% en 2019.
Los motores del crecimiento funcionan a media máquina. Ni el consumo, ni la inversión, ni las exportaciones están empujando y lo peor es que no hay indicios de que eso se pueda revertir en el corto plazo.
La inversión privada sigue en caída. Y los sondeos empresariales muestran que los ejecutivos mantienen una posición muy cauta a la hora de expandir sus negocios. La última Encuesta de Expectativas Empresariales de la consultora Deloitte –de octubre de este año– muestra un deterioro de la percepción de ejecutivos sobre el clima de inversiones dentro de un año. El 56% ve un deterioro respecto al año pasado y solo 4% percibe una mejora.
En la puerta está el inicio de las primeras obras que viabilizarían la instalación de una segunda planta de UPM a partir de 2020, pero el peso real de esa inversión y su derrame al resto de la economía va a ser acotado e incierto.
El consumo pasó de ser el motor detrás de la expansión económica a acompañar tímidamente el crecimiento de la actividad. El deterioro del mercado laboral (11.900 puestos de trabajo menos en el tercer trimestre que en igual período del año pasado), la caída del salario real en el último año (-1,3% en el mismo lapso) y el deterioro de la confianza de los consumidores, no permiten ver un repunte del consumo en el corto plazo.
Por el lado del comercio exterior tampoco se esperan grandes novedades. Uruguay no solo se ha vuelto caro para los países de fuera de la región –aunque menos de lo que era hace un año– sino ahora también es caro para los países del vecindario. En los últimos años, Uruguay logró compensar la contracción de la economía regional por el hecho de que venía acompañada con un atraso cambiario mayor en Brasil y Argentina que en la economía local. Ese escenario quedó atrás desde que Argentina y Brasil devaluaron sus monedas.
El problema más obvio de crecer poco es el riesgo de que un evento inesperado haga corregir a la baja las expectativas y haga cambiar de signo las proyecciones. Y lo cierto es que en la coyuntura actual, los riesgos están por doquier.
Argentina y Brasil son fuente de incertidumbre. Ambos países tienen enormes desafíos por delante y no es claro que la conducción económica tenga la voluntad y la capacidad política de tomar las medidas necesarias para que los ajustes se procesen de manera efectiva y con un costo social acotado.
La incertidumbre también viene por parte del mundo desarrollado. Los flujos comerciales se encuentran bajo la amenaza del proteccionismo y Uruguay llega tarde al intento de forjar alianzas fuera de la órbita del Mercosur, que le permitan entrar a nuevos mercados con las condiciones que lo hacen algunos de sus principales competidores en el mundo.
Pero hay otros problemas vinculados al bajo crecimiento. Si la inversión no avanza y no se generan nuevos puestos de trabajo, la economía local no logrará brindar oportunidades al creciente número de uruguayos e inmigrantes que buscan sin éxito su incorporación al mercado laboral.
Si bien el salario real ha caído en el último año, todavía se encuentra muy cerca de sus máximos en más de 40 años. Esa es una buena noticia, pero al mismo tiempo, en un contexto de baja rentabilidad de los sectores exportadores, es un desafío pensar cómo es posible sostenerlo y muy difícil pensar en su aumento.
En la medida en que no se solucionen los problemas de rentabilidad para las empresas –algunos de ellos asociados a los costos de sostener un tamaño que ha crecido más que la economía en su conjunto en la última década–, Uruguay dejará de ser un destino atractivo para la inversión. Más aún si los países de la región logran en el mediano plazo solucionar sus problemas y se convierten en alternativas más atractivas para el capital.
La tentación del gobierno es abrazarse a las perspectivas actuales de crecimiento mediocre. Descansarse en la ausencia de crisis en los pronósticos y en el logro histórico de encadenar 15 años consecutivos de expansión económica. Eso no es suficiente. Uruguay todavía está lejos de ser un país desarrollado y para serlo necesita crecer. Y no alcanzan con tasas de 1%. Para lograrlo se necesita una agenda, se necesitan políticas activas que sean consistentes y creíbles.
Hoy eso está fuera de la mesa del Poder Ejecutivo y muchos se resignan a pensar que habrá que esperar a un próximo gobierno para que eso cambie.
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá