La tía que se lleva a los cumpleaños familiares sus bocados en un tupper porque sabe que lo único que le van a ofrecer son unas papas chips. El niño que no puede probar las delicias que comen sus compañeros en el recreo y se pasa casi todas las meriendas a galletas de arroz o fruta. El hombre a quien sus compañeros de trabajo bromean constantemente: “Dale, comé un pedacito de pizza, ¿qué te va a hacer?”. Y así, sucesivamente. Las personas diagnosticadas con celiaquía luchan diariamente contra los estigmas y la invisibilización, sumado a los altos costos que pagan (los que pueden) por los productos que tienen permitido consumir.
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