Vista del centro de Stanley, desde el puerto

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Islas Malvinas: la identidad en construcción con isleños que viven a la sombra de la guerra

Una identidad nacional que todavía se sigue elaborando y la huella imborrable en la memoria de aquellos ciudadanos que sufrieron el conflicto de 1982
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20 de marzo de 2023 a las 12:14

Al llegar a las Islas Malvinas, el primer sentido que se activa, obligatoriamente, es el tacto. La fuerza de la ráfaga de viento que azota a quien se baje del avión en la base militar de Mount Pleasant hace cerrar los ojos a cualquiera. Con la misma fuerza, el Océano Atlántico sur rompe contra las rocas una y otra vez. Tanto, que de allí surgió el nombre de una de las islas del archipiélago, Bleaker (que inicialmente era breaker, por cómo rompían las olas contra uno de los acantilados). 

La naturaleza y sobrevivir a los golpes es algo de lo que los isleños construyeron su cultura y sociedad. Por eso, toman como ejemplo a los primeros exploradores que hicieron de ese sitio inhóspito el lugar habitable que hoy llaman hogar. Leona Roberts, actual miembro de la Asamblea Legislativa y exdirectora del museo nacional, valora especialmente a esas familias. "Aquellos que vinieron a un lugar en el que no había nada, en los momentos que había que venir navegando, en el que no había demasiada forma de comunicarse... Su coraje y resiliencia me deja sin palabras. No sé cómo lo hicieron pero fueron verdaderos pioneros", relató. 

Ese sentimiento de autosuficiencia y de lucha contra la adversidad se repite cuando El Observador consulta sobre los valores que construyen su identidad nacional. Y si bien aquellos problemas de la época precolonial cesaron y los isleños construyeron un lugar sin desempleo y en donde la amplia mayoría de las personas cuenta con un alto poder adquisitivo, aún luchan contra estragos por estar en uno de los lugares más remotos del mundo. Por ejemplo, cuentan con internet solo a través de redes WiFi que son costosísimas —pueden pagar hasta 300 libras al mes— y lentas dado que no tienen fibra óptica. Esto último se debe a que para ello necesitan una intervención menor de Argentina, que no están dispuestos a permitirle.

En la capital, los turistas que se bajan de los cruceros pasean como antes, con el mapa de papel puesto que no hay roaming  ni ninguna otra manera de conectarse a internet. En los restaurantes, las personas no se distraen con el celular, y en el campo, los paisajes y los animales son el entretenimiento más constante. En las Islas Malvinas, el tiempo pasa más lento. 

Pero la excolonia que aún enseña en sus escuelas el programa inglés, que envía a sus adolescentes mayores de 16 años a formarse en Inglaterra y que toma el té a las cinco, advierte que hay pequeñas diferencias que los separan del inglés nacido y criado en Inglaterra. En la ciudad, hay huellas que sellan esa unión de la que los isleños hablan loas. Por ejemplo, el cementerio de aquellos que fueron a luchar a las guerras mundiales bajo la bandera británica.

—En Inglaterra, a diferencia de aquí, los ingleses no hacen las cosas por ellos mismos. Cuando fui a estudiar allí, una de mis compañeras de la universidad pinchó una rueda. Le ofrecí cambiársela y ella quiso llamar al auxilio. '¡He pasado mi vida cambiando ruedas más grandes que esta!', le dije en ese momento, ¡pero ella quería llamar al auxilio! —recordó Sally Heathman, encargada de comunicación del gobierno de las Islas. 

Ese espíritu de autosuficiencia se repite en cada conversación y se traduce en cómo los isleños construyen su lugar. Phyl Rendell, exmiembro de la Asamblea Legislativa, recuerda que en su época, hacían asambleas para todo el que quisiera ir y en ese momento convinieron que era necesario crear un residencial para cuidar a los mayores. Eso fue hace pocos años y ahora está en plena construcción. Lo proponen, lo discuten y, sin más, se hace. 

Al visitar cualquier lugar en las Malvinas —campo, sitio turístico, edificio gubernamental o servicio de cuidado— la actitud es la misma: ahora la situación es la que ven, pero estamos trabajando para crear esto otro y en los años anteriores trabajamos así para lograr esto que ven. En el campo, una mejor técnica para el trabajo; en el sitio turístico, mayor comodidad para los visitantes; en el edificio gubernamental, algo que permita un proceder más eficiente; y en el servicio de cuidado, algo que permita ofrecer un mejor servicio. 

Roberts lo define de esta manera: "Pienso que una de las cosas más lindas es que, como somos un país tan joven, todavía estamos desarrollándonos. Incluido en eso nuestra identidad (...) hay una mezcla que nos hace bastante únicos". 

Esa mezcla tiene un componente inglés fuerte, porque si bien son independientes económicamente, siguen dependiendo de ellos en materia de Defensa y Relaciones Internacionales. Sus costumbres son netamente inglesas. Por eso, para quien no se crio allí, es difícil poder ver dónde dibujan la línea que los divide. Pete Briggs, miembro de la Asamblea Legislativa, entiende que la mejor forma de explicarlo es diciendo que son "parte de la familia británica" pero no son Inglaterra. Por eso, los cuidan y quieren como a cualquier familiar y los visitan seguido. 

Pero como con cualquier familiar, también hay cosas que los diferencian y que son propias de la identidad de cada uno. Consultada sobre qué diferencias vio cuando vivió en Inglaterra, Rendell responde: "Había demasiados árboles y no había mar. No nos gustan los árboles y estaba a una distancia en millas del mar, lo extrañaba". En las islas prácticamente no hay árboles y varias personas muestran su desagrado con ellos. Tampoco hay demasiados porque la tierra es muy seca y utilizarían toda el agua, secándola aún más. 

Pingüinos en el acantilado de la Isla de Bleaker

La historia, entre otras cosas, se crea alrededor de mitos que dicen cosas sobre la identidad de quien se estudie. En ese recorrido de las jóvenes Islas Malvinas, la guerra tuvo un rol clave y es algo vivo en el presente de los isleños y quien visite el lugar. Las tiendas de regalos que están sobre la calle principal —Ross Road— ofrecen, sin ningún tapujo ni cuestionamiento, carteles de 'peligro, hay minas' que hasta hace poco se lucían en algunos puntos de la capital. En 2020 se removió la última mina que había quedado de la guerra. También venden recuerdos del 40 aniversario "de la invasión" que se cumplieron el año pasado. 

—¿Por qué las vende? —pregunta El Observador por una de las tazas que tenía la inscripción de 'peligro, hay minas'. 

—Siempre estuvieron alrededor nuestro. Ah, y la gente las ama, las compran. Ahora ya no hay más (minas)... Pero yo no creo en eso. Con las playas y todo... tiene que haber alguna más. Si tenemos suerte, quizás no detonan —contesta la dueña de la tienda de regalos.

Tazas conmemorativas en tienda de regalos de Malvinas

Pero el tema de la guerra surge aunque no se pregunte por el tema. Es parte de quiénes son. 

—¿Ves esa playa allá? —pregunta el piloto del helicóptero, de unos treinta y largos años, mientras sobrevuela por una playa de agua cristalina y arena blanca. La pregunta interrumpe un largo silencio— Cuando era chico solo pude ir una vez. Estaba lleno de minas, las pusieron los argentinos. Fue uno de los últimos lugares en ser desminados. 

Pero hubo otros eventos que fueron clave para su desarrollo nacional y forjaron su historia. Por ejemplo, cuando luego de la guerra Gran Bretaña decidió que los isleños podían tener control sobre la industria pesquera. Antes, el resto de los países se aprovechaban sobre su inacción y pescaban en aguas que les pertenecían, especialmente los rusos. Cuando tuvieron control sobre eso, declararon una zona de conservación y comenzaron a vender licencias de pesca. El dinero que obtienen de eso es cerca del 63% de su economía. A partir de eso, dice Phyll Rendell, fueron "realmente independientes". La primera inversión que hicieron con el dinero obtenido fue crear una buena escuela. 

En materia agrícola-ganadera, fue clave cuando el gobierno de las Islas compró la Falkland Islands Company que, hasta la guerra de las Malvinas, era de capitales ingleses. Ellos eran los dueños de todos los campos y a los isleños se les pagaba muy poco por manejarlos. Cuando los compró el gobierno, los dividió —eran grandes latifundios— y algunos de ellos los vendió a privados isleños y otros los mantuvo, pero se los dio a locales para que los manejaran. Una crisis que tuvo el mercado de la lana en 1989 los marcó y ese fue otro ejemplo que toman de cómo ellos "siempre luchan contra la adversidad".

Ovejas en Fitzroy Farm

Y lo hacen juntos, como en toda comunidad pequeña, todos ponen el hombro cuando otro está mal. Las cosas que dividen en una sociedad —la política, la religión y los negocios— no parecen hacerlo en Malvinas. No hay partidos políticos —por más de que algunos se identifiquen más con la izquierda o la derecha— y los ocho legisladores cambian de alianzas según el tema que se trate. Tampoco hay discrepancias entre los empresarios y los gremios, porque el único sindicato que había bajó la persiana hace algunos años. ¿La razón? No había conflictos.

Roger Spink, actual legislador y exgerente de una de la empresas más grandes de la Isla, recuerda una conversación telefónica con el secretario del gremio en el que él le decía: "Ya saben que les voy a dar todo lo que pidan". "Sí por supuesto, ¿estamos bien? Entonces la reunión es innecesaria", le contestó el secretario. El legislador alega que al no haber desempleo, sino al revés, hay demasiada oferta, si no se les da a los empleados lo que se les pide, pueden renunciar sin miedo a quedarse sin trabajo. 

Son conscientes de que en Inglaterra divide la figura de Margaret Thatcher, quien fue primera ministra británica y quien decidió mandar tropas británicas luego de que los soldados argentinos llegaran a las Islas el 2 de abril de 1982. Ellos le hicieron una estatua en homenaje y le pusieron una calle en su honor. 

Calle nombrada en honor a Margaret Thatcher

Los turistas que se bajan de los barcos van a verla, es una de las principales atracciones de la ciudad. Entre ellos, una pareja de ingleses que decidió hacerlo para disfrutar su mañana de domingo en la capital. Mientras la mujer le pide a su marido que le tome una foto con el busto de Thatcher, ella sonríe alegremente. Cuando fue el turno de él, decidió ser fotografiado tomándola por el cuello. 

"Serán pocos en cantidad, pero tienen derecho a vivir en paz. A elegir la forma en la que quieren vivir y su lealtad", reza la inscripción bajo el monumento. 

Busto en homenaje a Margaret Thatcher

Los cuentos de una guerra que no queda atrás

Gilberto Castro, un estanciero de origen chileno que maneja la granja del Estado llamada Fitzroy Farm, cuenta con pesar que su esposa, Suzy Clarke, viajó de la estancia a la ciudad la semana pasada para ver a un psicólogo en el hospital. La mujer, que tenía seis años cuando se desató la guerra, hace unos cuantos que sufre de estrés postraumático y tiene que atenderse. 

Ella —que solo habla inglés— no habla del tema, pero su marido, en español, cuenta que los soldados argentinos tuvieron a ella y a su familia un mes presos porque pensaron que, prendiendo un generador eléctrico que tenían, habían querido llamar a los ingleses. Dice que ella cuenta que los sacaban del lugar por la mañana para que ordeñaran a las vacas y caminaran un poco, pero no tenían nada para comer. La hermana de Suzy tiene todavía la marca de un fusil en la cabeza, que un soldado argentino apoyó sobre ella por error. 

Suzy es de la Isla de Pebble, pero también hubo personas secuestradas en Goose Green (región de la Isla Soledad). Fueron más de 100 los que estuvieron secuestrados en un complejo allí del 1° de mayo de 1982 al 29 de ese mes, hasta que fueron rescatados por soldados ingleses, según consta en la inscripción de ese lugar. 

Los nombres de los secuestrados en Goose Green en 1982

Elsa Heathman recuerda que el gobernador dijo en la radio el 1° de abril de 1982 de tardecita que en la mañana del día siguiente llegarían. "Me descompuso. No se podía hacer mucho al respecto. Mi hija tenía once meses y yo tenía una vieja valija. La tomé y la llené de comida de bebé, de su ropa y la puse detrás de la puerta. Pensé que quizás me iba a tener que ir de apuro, por eso la dejé ahí durante toda la guerra", contó a El Observador

Elsa Heathman en el recinto en el que fueron secuestradas más de 100 personas por un mes en Goose Green

En su casa se refugiaron varios soldados británicos e incluso llegó a tener el cuerpo de cuatro de ellos enterrados en su patio. Cuando la guerra terminó, los desenterraron y los restos de tres de ellos fueron llevados a Inglaterra y el restante fue enterrado, a pedido de su familia, en el cementerio de San Carlos, donde están enterrados otros soldados británicos que murieron en la guerra. 

Cementerio para los soldados británicos que murieron en la guerra, San Carlos

La mayoría de los soldados argentinos —recuerda el legislador Briggs— pedían comida y provisiones. Como él nunca los agredió, ellos tampoco a él. Si bien recuerda con dolor la guerra, dijo sentir pena por los argentinos que fueron a pelear allí. "Nos sorprendía que sus superiores no los cuidaban, solo se cuidaban a sí mismos. Les decían que no había comida cuando ellos estaban muriéndose de hambre, pero cuando la guerra terminó encontramos un montón de galpones llenos de provisiones que solo comían ellos. Es lo contrario a lo que enseñan en la Armada que los superiores tienen que hacer", contó Briggs, que luego de la guerra fue militar. 

Muchos locales les daban comida o abrigo a los argentinos, pero en su caso, cuando le preguntó a su esposa qué hacer, le sorprendió su respuesta. 

—Mi esposa es la persona más buena y amorosa que conocí, pero cuando le dije que nos habían pedido comida, me miró en silencio y me dijo que no. Que no iba a darles nada porque si no volverían a estar fuertes para seguir peleando —cuenta. 

La legisladora Roberts tenía 10 años cuando estalló la guerra y los recuerdos de esa etapa de su niñez todavía la hacen emocionar. "Vengo de una familia muy humilde, no teníamos dinero. Pero había una muñeca que me encantaba, que podías darle agua y cuando apretabas un botón, lloraba. La había deseado durante años y mi madre no podía pagarla. Dos días antes del fin de la guerra, las cosas realmente estaban mal (...) podíamos escuchar la batalla y verla de lejos. Era realmente terrorífico y en ese momento empecé a aceptar que mi familia y yo probablemente fuéramos a morir (...) Mi madre me llevó al supermercado y me compró la muñeca sin decir una palabra. Yo sabía que no podía pagarla, pero pese a mi edad me di cuenta de que ella quería que la tuviera porque el futuro no estaba garantizado", recuerda. 

"Ella no sabía que iba a pasar e intentó hacerme feliz, pero eso me asustó más que a nada en el mundo, porque entendí que probablemente en los próximos días nos íbamos a morir", agrega, con lágrimas en los ojos. 

En el cementerio argentino en Darwin, un hombre blanco canoso de cejas muy negras que viste un pantalón militar y botas de combate se detiene en todas las tumbas de los soldados que murieron en la Guerra de las Malvinas. Lo acompaña una mujer joven, que le acaricia suavemente el hombro cuando ve en los gestos del hombre que está angustiado. Antes de irse, él, se para bien derecho en la puerta del cementerio, lleva cuatro de sus dedos a la frente y con un saludo militar se despide de sus compañeros. La mujer lo abraza y se van. 

Cementerio argentino en Malvinas, Darwin

Veinte minutos después, el soldado aparece visitando Goose Green, el centro donde los isleños estuvieron recluidos casi un mes. Era la primera vez que visitaba las Malvinas, pero había participado de la guerra. Era un marino que apoyaba en forma remota a la flota inglesa que llegó a pelear. Ahora, había venido a visitar a su hija, que se desempeña en la base militar de Mount Pleasant. 

—¿Por qué los saludaste? ¿Qué te angustiaba? —preguntan los periodistas que lo cruzaron.

—Es por respeto. Es realmente todo muy triste. Eran inocentes, verdaderamente inocentes —contesta, mientras la mirada profunda y el gesto de angustia que tenía en el cementerio volvían a su rostro. 

Pero Elsa Heathman, que también estaba presente, lo interrumpe con cierta incredulidad. 

—Algunos de ellos lo eran. Otros no. 

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