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King Kong y el gorila que llevamos dentro

King Kong es una presencia habitual de la pantalla cinematográfica
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02 de abril de 2017 a las 05:00
Por Eduardo Espina, especial para El Observador

Quizá porque el ser humano, según dicen los evolucionistas, viene del mono, es que el cine ha sentido una gran y leal fascinación por los simios, habiendo logrado transmitir su entusiasmo al público a lo largo de los años. Ningún otro animal en versión hipermasculina ha tenido una presencia tan ubicua en la pantalla. Para empezar, en cuanto a su personificación como monstruo, ningún otro animal le gana. King Kong ha sobrevivido los cambios de época y de modas mejor que nadie.

Solo Godzilla se le aproxima en cuanto a popularidad mundial, pues también hay que tener en cuenta eso: el gorila fascina a públicos de cualquier edad, raza, cultura y franja etaria. Si al menos en la ficción King Kong y los monos de El planeta de los simios se juntaran (además de los Gorilas en la niebla), la raza humana estaría en apuros. Y ni hablar si la brega fuera King Kong, Godzilla y todos los otros simios contra el resto del mundo.

Seguramente algún día, cuando todas las demás fórmulas de entretenimiento se agoten, la industria cinematográfica recurrirá a ese trío de criaturas para llevar la adrenalina de la audiencia al extremo. Por ahora, con el retorno cada tanto de King Kong basta para demostrar la vigencia transtemporal del colosal gorila, cuya psicología no está tan alejada de la nuestra. De ahí su condición de monstruo cercano, capaz de bajar la guardia por el amor de una mujer, tal cual sucede en los boleros y también en la primera película con el gorila como protagonista, King Kong (1933), en la cual Fay Wray lograba mantener una comunicación casi amorosa con el gran simio, mucho mejor que la mayoría de las parejas hoy en día.

Wray (1907-2004) tuvo una vida larga y participó en infinidad de películas, pero nunca logró despegarse de su condición de ser la primera mujer de la cual King Kong se enamoró.

King Kong se estrenó el 2 de marzo de 1933 con excelentes reseñas. Es un clásico, habiendo logrado una de las cosas más difíciles de conseguir en el cine de acción: hacerle creer al público que nada en el filme es postizo o resultado de trucos y efectos especiales.

Hasta la fecha uno se sigue preguntando cómo los directores Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack lo hicieron. Sí, cómo. King Kong es un referente. Desde la primera hasta la más reciente, Kong: La isla Calavera, estrenada días atrás, se han hecho otras seis películas de costosa producción cinematográfica sobre King Kong: El hijo de Kong (1933), King Kong vs Godzilla (1962), King Kong se escapa (1967), King Kong (1976), King Kong 2 (1986) y King Kong (2005).

Salvo la primera, que fue secuela inmediata de la original, pues se estrenó en diciembre del mismo año, todas las demás han sido superproducciones muy costosas (King Kong no acepta tamaños chicos), las cuales no obstante fueron grandes éxitos de taquilla. La primera incluso salvó a los estudios RKO de la bancarrota.

Así pues, una de las características asociadas al poder de seducción masiva de King Kong es que requiere inversiones millonarias en dólares, pero al mismo tiempo deja ganancias exorbitantes y puede, a pocos días del estreno, convertirse en blockbuster.

King Kong vs Godzilla y King Kong se escapa fueron dirigidas por Ishirō Honda (1911–1993), quien además de haber sido cercano colaborador de Akira Kurosawa fue el gran artesano detrás de las películas de Godzilla. Además, hasta la fecha King Kong vs Godzilla ha sido la más taquillera de todas.

Aunque los críticos prestigiosos de la época la destrozaron, entre otros Vincent Canby del New York Times, King Kong se escapa es un alud de innovaciones que perdura por su originalidad. Al grupo de las ocho películas mencionadas (cada una de ellas, por diferentes razones, clásicos a su manera) hay que agregar decenas de filmes de menor costo, clase B o hechos solo para televisión, algunos por cierto de pésima calidad técnica, que también han tenido al gorila como protagonista.

Además de a Merian C. Cooper, Ernest B. Schoedsack e Ishirō Honda, maestros del cine de acción que no escatima excesos ni ambiciones de originalidad, King Kong ha sabido convocar gente de prestigiosa trayectoria a la hora de actuar, dirigir, producir y escribir los guiones. En la lista, aparecen, entre otros, Ruth Rose (autora del guion de la primera película), el productor Dino De Laurentiis, Jeff Bridges, Jessica Lange, Adrien Brody (ganadores los tres del Oscar), Peter Jackson (quien después de dirigir la saga El señor de los anillos hizo la película más larga sobre el gorila, más de tres horas de duración), sin dejar de lado al hoy olvidado John Guillermin (1925-2015), director inglés experto en películas de acción con situaciones extremas, en cuya filmografía aparecen filmes de Tarzán y un clásico del llamado "cine desastre", Infierno en la torre, nominada al Oscar como Mejor película en 1976 y cuyos efectos especiales fueron modélicos.

Guillermin dirigió King Kong (1976) y King Kong 2 (1986). En la primera de las mencionadas, con el gorila trepándose al World Trade Center en lugar del Empire State brilló Jessica Lange, quien hasta la fecha es la única en haber podido competir en forma gloriosa con Wray por el amor imposible de Kong.

La condición fascinante de King Kong tiene que ver tanto con sus atributos físicos como emocionales: es una bestia bruta capaz de matar por la más mínima causa, pero al mismo tiempo tiene gran capacidad amatoria y, como cualquier muchacho adolescente, puede ser vulnerado por la belleza encantatoria de una mujer hermosa, de esas que pueden robarle el corazón al diablo.

Además, hace que se cumpla una de las utopías masculinas, ¿o no es uno de los sueños del hombre tener a una mujer en la palma de la mano, tal cual lograba hacerlo King Kong?

Por eso, más que nada, es que vemos al gorila extremo igual a un semejante, como uno de nosotros, solo que un poco más grande y temible. Entre el horror del fuego, los muertos a montones, la destrucción y un sentido de realidad desolada hasta más no poder que presentan las películas, siempre perdura la imagen de un animal con mucho de humano, capaz de lo mejor y de lo peor, y sobre todo con la capacidad de diversificar la naturaleza mediante su presencia.

Es, en cierta medida, la síntesis desmesurada de nuestra condición, la cual cada tanto recurre al simio para mirarse en una pantalla de cine, de la misma forma que Narciso se miraba con asombro en las aguas de una fuente para saber quién era.

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