Indonesia es el mayor productor mundial níquel, un metal con propiedades que lo hacen apto para formar aleaciones combinado con el hierro, el cobre, el cromo y el cinc

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La electromovilidad disparó la fiebre del níquel y desplaza a los agricultores de Indonesia

El país, principal productor mundial del mineral, atrae inversiones multimillonarias que arrasan con los boques, contaminan el agua y destruyen las granjas de cultivos tradicionales
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15 de marzo de 2023 a las 05:02

Tres mujeres armadas con machetes vigilan una pequeña granja agrícola en una colina en la isla indonesia de Wawonii, situada en el mar de Branda. Las tres apuntan hacia a los mineros que trabajan algo más abajo, en una zona deforestada por la fiebre del níquel.

"Les he dicho que si tocan nuestras tierras sus cabezas van a caer. Defenderemos esta tierra hasta la muerte'", afirma Royana, una aldeana de 42 años, al contar un enfrentamiento reciente.

La tierra rojiza cavada por las máquinas refleja el apetito de los grupos locales y extranjeros por el mineral.

Indonesia es el mayor productor mundial níquel, un metal con propiedades que lo hacen apto para formar aleaciones combinado con el hierro, el cobre, el cromo y el cinc, y cuya demanda se ha disparo por tratarse de un elemento crucial para la producción de baterías para vehículos eléctricos.

El auge de la demanda mundial, que aumentará un 45% hasta 2030 según la multinacional Vale, amenaza el medioambiente y los derechos de los agricultores de Wawonii, cercana a la gran isla de Célebes, rica en recursos naturales y hogar de especies raras, como los macacos negros y los talégalos maleos, un ave bajo amenaza de extinción.

Cada día, una decena de aldeanos montan guardia por turnos en una cabaña en medio de los claveros, un árbol autóctono, para controlar a los mineros y las máquinas que extraen el mineral.

Royani, que solo tiene un nombre como muchos indonesios, se unió a ellos después que cientos de árboles propiedad de su familia fueron arrancados por la maquinaria pesada utilizada para remover la tierra y extraer el mineral.

"Cuando vimos que no quedaba nada, estábamos destrozados", relata Royani, que quiere proteger la tierra de su familia y la de sus vecinos. Sin embargo, la tarea es sencilla. Tampoco está exenta de riesgos. Sus adversarios con poderosos.

La demanda del mineral atrajo a grupos de trabajadores chinos y surcoreanos. También al gigante estadounidense de vehículos eléctricos Tesla y a la minera de origen brasileño Vale.

Por lo pronto, el lado B de la electromovilidad, con su promesa de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, muestra su lado oscuro.

Decenas de fábricas de tratamiento de níquel se construyeron recientemente en la isla de Célebes, frente a Wawonii, y hay muchos otros proyectos anunciados. Casi todos están emplazados en el Parque Industrial Indonesia Morowali, más conocido como IMIP, epicentro mundial de la producción de níquel.

El centro industrial está a pocos kilómetros de Labota, antes un pueblo de pescadores. Hoy, la pequeña aldea se ha convertido en una ciudad en expansión en torno al complejo de 3.000 hectáreas y US$ 15.000 millones en inversiones que incluyen acerías, centrales eléctricas de carbón y procesadoras de manganeso, además de un aeropuerto y un puerto marítimo propios.

En Wawonii, el grupo Gema Kreasi Perdana (GKP), controlado por una de las familias más ricas del país, dispone de dos concesiones de un total de 1.800 hectáreas. Los habitantes de la isla aseguran que el grupo quiere extender su actividad y que sus empleados los intentan convencer para ceder sus tierras.

"Ni siquiera por 1.000 millones de rupias (US$ 65.000) lo vendería", asegura Hastati, un agricultor de 42 años cuya parcela de anacardos, cultivo también conocido como cayú, fue parcialmente destruida.

Las cosas van de mal en peor para los pequeños agricultores. Desde que finalizó la pandemia y las compañías retomaron el ritmo normal de producción, la policía ha detenido y la justicia procesado a varios habitantes de la isla en el marco de las manifestaciones, disturbios y enfrentamientos armados provocados por la irrupción de la minería. Es el caso de Hastoma, un agricultor de cocos de 37 años, que estuvo preso 45 días.

En ocasiones, el conflicto se dispara cuando los aldeanos bloquean los caminos utilizados por las empresas mineras, incendian sus equipos o, incluso, mantienen algunos mineros como rehenes durante períodos de has 12 horas.

"Si me quedo en silencio, el lugar donde vivimos va a ser destruido", afirma Hastoma. "Voy a continuar luchando para defender nuestra región", agrega el hombre, que ya pasó por la experiencia de la cárcel.

Aunque en numerosas regiones del país los catastros son incompletos, un decreto presidencial de 2018 reconoce los derechos de los agricultores sobre las tierras que cultivan. Los tribunales fallaron en varias ocasiones a favor de los habitantes en base a una ley de 2007 que protege las zonas costeras y las pequeñas islas. No obstante, la fiebre por el níquel ha continuado, y lo hace de la peor forma: sin respetar los derechos de los aldeanos.

"El problema es que los permisos a menudo son otorgados unilateralmente por el gobierno en tierras que son cultivadas desde hace años", explica Benni Wijaya, del Consorcio para la Reforma Agraria.

Conocedor del problema, Wijaya apunta que las empresas chinas son las principales inversoras. Según los datos oficiales, las inversiones ascendieron a US$ 8.200 millones el año pasado en el parque industrial de Morowali, más del doble que en 2021, lo que trajo más contaminación y más tensiones por las precarias condiciones laborales.

Los ambientalistas, al igual que los pobladores de las islas, advierten que la costa suroriental de Célebes está pagando un altísimo costo como consecuencia de los daños ambientales provocados por la actividad. Algunos de esos costos están a la vista.

En una aldea de la región de Pomalaa, las casas sobre pilotes flotan sobre un agua enfangada y rojiza por los residuos de la industria. Allí nadan los niños del lugar.

"Cuando no había mineras, el agua estaba limpia", recuerda Guntur, un aldeano de 33 años. Los pescadores también notan el impacto. Asep Solihin señala que ahora debe llevar su barco más lejos para atrapar peces. "Solo somos capaces de sobrevivir", dice el hombre de 44 años, que participó en varias manifestaciones.

"En lo alto hay las minas y abajo el barro. ¿Qué pasará con la próxima generación?", se pregunta este pescador artesanal.

Sin embargo, al igual que ocurre en otras partes del planeta, no todos están en contra de la minería. Algunos encuentran en la actividad puestos de trabajo. Otros, como los pequeños comerciantes, han visto prosperar sus negocios de la mano de la mayor actividad económica.

Sasto Utomo, de 56 años, vende cangrejo a la pimienta negra y arroz en una parada, cerca de una fábrica de níquel en Morosi. "Estoy totalmente a favor de las fábricas. Antes no vendía nada. Gracias a Dios, mis ingresos aumentaron", dice Utomo.

El gobierno, favorecido por los mayores ingresos fiscales que deja la actividad por las crecientes exportaciones, argumenta que las inversiones ayudaron a reducir la pobreza en la mayor economía del sureste de Asia.

Según el presidente Joko Widodo, su gobierno "continuará avanzando" hasta convertir a Indonesia en un país desarrollado. Royani y otros aldeanos, sin embargo, siguen determinados a continuar luchando por sus tierras. "¿Y qué podemos hacer?", se pregunta la mujer.

Mientras tanto, la fiebre por el níquel va en aumento. También las frecuentes lesiones y las muertes que se registran el parque industrial de Morowali.

"La explotación laboral, las injusticias económicas y la degradación medioambiental están socavando la transformación socioecológica prometida por los vehículos eléctricos", afirma Pius Ginting, coautor de un informe sobre la actividad realizado por la Fundación Rosa Luxemburgo. "El público tiene que conocer la realidad de lo que está ocurriendo", agrega Ginting.

En Indonesia, la demanda global de níquel disparó su extracción a niveles nunca vistos. La producción se duplicó entre 2020 y 2022, llegando hasta los 1,6 millones de toneladas, el 48% de la oferta mundial.

En agosto del año pasado, Tesla legó a un acuerdo de US$ 5.000 millones con dos empresas chinas que trabajan en el IMIP, la Zhejiang Huayou Cobalt y la CNGR Advanced Material. Apenas un ejemplo.

"El rostro de este lugar se ha transformado por completo", advierte Imam Shofwan, jefe de investigación de la organización indonesia JATAM. "Se ha vuelto irreconocible. Es como si hubieran dejado caer una ciudad en medio del paraíso", dice Shofwan.

 

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