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La gestión de los ganaderos y Don Quijote de la Mancha

Juan Andrés Moreira da Costa: "Deberíamos medir, registrar y obtener indicadores como forma de enfrentar esa realidad, si es que queremos permanecer en la actividad ganadera"
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05 de septiembre de 2021 a las 05:00

Por Juan Andrés Moreira da Costa (*), especial para El Observador

La gestión o administración de las empresas ganaderas es realizada en su mayoría por los propios productores. Gestionar tiene que ver con las decisiones en busca de un determinado objetivo.

Algunos se basan en indicadores de resultados para decidir. Estos se obtienen a partir de registros de datos de los procesos y funcionan como los relojes de un tablero. A partir de su interpretación se puede trazar una hoja de ruta sobre la cual transitar –de tal o cual forma– para alcanzar el destino. Ante desvíos del plan señalan que hay que redirigir el rumbo, como lo hacen los GPS.

En cambio, otros toman decisiones apoyados en los conocimientos empíricos (experiencia adquirida o heredada). No se valen de registros y se manejan con una aguda intuición u “olfato” para los negocios. Muchas veces deciden impulsados por la popular “corazonada”.

En la realidad nos encontramos con empresas de larga trayectoria bajo las dos modalidades de gestión, a lo que surge la pregunta: en ganadería, ¿administrar en base a indicadores asegura la sostenibilidad de los resultados? La respuesta es: ¡No necesariamente!, pero…

El rol de los registros

Los registros de datos están presentes en todos los órdenes de la vida. Parecería que sin estos no es posible decidir y mucho menos planificar.

Todas las actividades agropecuarias miden constantemente la producción y la evolución de los procesos. En los tambos, la calidad de la leche diaria es un dato clave como forma de ajustar el balance de energía/proteína de la ración de las vacas y así mejorar la liquidación a fin de mes. En forestación, la tasa de crecimiento de los árboles medida en metros cúbicos es una medida rutinaria. En agricultura se monitorean los cultivos por imágenes satelitales y se realizan mapeos a la cosecha que permiten planificar futuras correcciones.

En la era que vivimos, la exactitud de las proyecciones ya es un hecho consumado.

Recientemente vimos como el robot Perseverance culminó con éxito su misión a Marte, luego de viajar durante siete meses, recorriendo miles de kilómetros en el espacio. Amartizó en la fecha precisa en el instante programado. Cada misión genera datos, información, que se transforma en conocimiento para futuros ajustes de los modelos matemáticos.

O sea, todo se registra y se mide en el universo. ¡Existen miles de instrumentos de medida!

Ahora, volviendo a una misión más terrenal como es la ganadería, ¿por qué nos resulta tan tedioso medir y registrar los procesos? Seguro las causas deben ser múltiples. El hecho es que todavía muchos ganaderos administran interpretando relaciones de valores, como las surgidas del viejo modelo ganadero que para muchos fue tan exitoso hace unos 40-50 años y del que tanto aprendimos.

En aquel entonces una renta ganadera se pagaba con el valor de 5 kilos de lana que un capón producía en cada esquila. En cada hectárea de campo arrendado se manejaba un capón y medio novillo formado. Ese novillo se vendía gordo con más de 500 kilos y se reponía a una relación de compra/venta menor a uno (el kilo flaco valía menos que el kilo gordo). Una hectárea de campo se compraba con un novillo gordo. De ahí que tal vez muchos “heredamos esa forma de gestionar”, en la que mentalmente se manejaron con “indicadores prácticos”.

En la actualidad, la ganadería se volvió una actividad sumamente compleja. Factores como la existencia de múltiples herramientas tecnológicas y la diversidad de sistema productivos posibles demandan cada vez más información a la hora de tomar decisiones contundentes. De ahí que se necesita una base de datos confiable y robusta.

Producción ganadera en campos de Uruguay.

Algunas reflexiones

Esto nos hace reflexionar sobre esa realidad.

La ganadería del Uruguay, desarrollada sobre ricas pasturas, aire puro, bajo un cielo celeste y sol radiante, está cada vez más acompañada por otras actividades. Ya no nos sorprende despertarnos con esa sensación entre simpatía y desconcierto, que tal o cual fondo de inversión ha desembarcado para invertir en un determinado megaproyecto. Y me pregunto, ¿no estaremos como Don Quijote de la Mancha cuando se encontró con los molinos de viento?

Frente a los hechos, no nos puede ganar la imaginación y no ver la realidad cuando en el mundo ya existen otros ganaderos que además de carne venden certificados de carbono captado desde la atmósfera, producto de la forma en cómo gestionan el pasto. Así como otros al mismo tiempo multiplican células de origen animal en un laboratorio, logrando un alimento similar a la carne animal.

Hoy es normal monitorear el impacto ambiental en cada una de las distintas actividades y transparentar la sostenibilidad de indicadores  en cuanto a emisiones de gases de efecto invernadero, huella de carbono y otros tantos parámetros.

Por sobre todo está en juego la calidad del medio ambiente que no es solo nuestro, sino que es de todos y que por lo tanto pasa a ser la variable de mayor importancia. De ahí que  todo se vuelve más desafiante.

Mientras tanto, observamos con cierta perplejidad a “esos gigantes irrumpiendo en nuestro medio”, compitiendo directamente con la ganadería por el mismo suelo.

Por estas razones es que deberíamos medir, registrar y obtener indicadores como forma de enfrentar esa realidad, si es que queremos permanecer en la actividad ganadera.

No reaccionemos como el ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha ante el encuentro con los gigantes: “Mire vuestra merced –respondió Sancho– que aquellos que allí se parecen no son gigantes, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino”.

(*): Ingeniero agrónomo, Instituto Plan Agropecuario

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