Es comprensible que la disposición a colaborar entre los partidos, los eventuales acuerdos políticos o la conformación de una coalición para gobernar a partir del próximo 1° de marzo se hayan convertido en un asunto central de la campaña electoral. Ninguno de los candidatos presidenciales surgidos de las urnas de la primera vuelta tendrá mayorías propias en el próximo período legislativo. Ello es una señal de la fragmentación política que, aunque desafía mucho más a los sistemas políticos parlamentarios, como los de los países europeos, también supone un reto para la eficacia de gobiernos de regímenes presidencialistas o semipresidencialistas, como los de América Latina –incluyendo Uruguay–, de menos distribución del poder.
No representa ninguna tragedia el contundente mandato popular de que los partidos colaboren entre sí o sellen pactos de gobernabilidad. Las urnas dijeron que se prefiere un buen gobierno sin mayorías propias como gozó el Frente Amplio en sus tres administraciones consecutivas.
Aunque no es una fatalidad ni el fin de los mundos, representa un examen que le mostrará al electorado acerca de la idoneidad política del país en el arte de una gobernabilidad democrática que solo puede funcionar si existe una confianza mutua de los actores políticos y si éstos tienen capacidad para tender puentes. Y luego, obviamente, se analizará el conjunto de las reformas concertadas.
En ese sentido, los dos candidatos en competencia, Daniel Martínez (Frente Amplio) y Luis Lacalle Pou (Partido Nacional) deberían escudriñar la experiencia de sus colectividades políticas desde el retorno a la democracia, en 1985.
Respeto al Frente Amplio, sería un error creer que tuvo la cancha despejada por tener mayorías parlamentaria. Muchas veces el juego de fondo se jugó en la propia organización, una coalición de partidos en la que conviven variopintas organizaciones de izquierda, y que ha tenido una fuerte incidencia en las orientaciones del gobierno.
En el Frente Amplio no ha habido acuerdos en temas fundamentales como el papel del Estado, la política fiscal, la inserción internacional, o la reforma de la educación, en donde se terminaron imponiendo las voces más ortodoxas.
La decisión del primer gobierno de Tabaré Vázquez en dar marcha atrás en un eventual acuerdo de libre comercio con Estados Unidos –durante la administración de George W. Bush– es un buen ejemplo de ello.
La coalición que apoya la candidatura de Lacalle Pou tiene mucho que aprender de las experiencias de gobernabilidad entre el Partido Nacional y el Partido Colorado. Quizás un error del pasado es que fueron muy sensibles al calendario electoral y por ello no perduraron en el tiempo; y se enfrascaron en negociaciones fatigosas en la distribución de los cargos políticos que dieron una mala señal al electorado sobre el ejercicio del gobierno.
Sin duda que se requiere de mucha cintura política para liderar una coalición con partidos muy diferentes y existe el riesgo de que, por contemplar a todas las partes, se terminen diluyendo las reformas prometidas. La habilidad en la negociación no puede ir en detrimento de los cambios que reclamaron las urnas.
La cultura y la historia política del país muestran experiencias interesantes de colaboración y de alianzas. Pero aún hay mucho para mejorar.
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