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La historia de una enfermera que se puso el Cerro al hombro

Lourdes Aparicio se define como frenteamplista desilusionada y que cree que si quiere cambios, tiene que proponerlos
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24 de marzo de 2018 a las 05:00
"¿Tu padre está preso?", le preguntó un desconocido a Lourdes Aparicio en la década de 1970. En ese entonces ella tenía 7 años y la ingenuidad la llevó a contestar la verdad: "Sí", dijo. El hombre le preguntó entonces si quería saber en dónde estaba recluido y Aparicio –esta vez sin dudarlo– volvió a responder que sí. El desconocido le dijo que solo podía contarle a ella, por lo que la invitó a tomar un helado a cambio de estar a solas. "¿Querés?", insistió. El miedo paralizó a Aparicio y a su amiga, quien enseguida gritó. El hombre salió corriendo y desapareció.

Los recuerdos de infancia de Aparicio casi no incluyen a su padre. Sus hermanos y ella se criaron con su madre, una enfermera de La Teja que trabajaba todo el día para mantenerlos. La dictadura caló hondo en esa familia y en otras del barrio, que tenían miembros recluidos en distintos centros carcelarios del país. Algunos vecinos contaban con el "privilegio" de saber en dónde estaban sus seres queridos, otros nunca más volvieron a verlos. Y cuando en el liceo hablaban del presidente, Aparicio levantaba la mano y decía: "¿Qué presidente? Mi madre no fue a votar".

Con los años se dio cuenta de que aquel desconocido que la había invitado a tomar un helado quería usarla. Aunque el grito de su amiga la salvó, Aparicio está convencida de que el hombre pensaba secuestrarla y llevarla adonde estaba su padre para amenazarlo. Si él no hablaba, a ella le iban a hacer algo. A los 51 años, todavía recuerda cómo se le heló la sangre en el momento y agradece que la otra niña, dos años más grande que ella, se haya percatado de que algo no estaba bien.

El ejemplo de su madre hizo que Aparicio también estudiara enfermería. Siguió sus pasos y empezó a trabajar en el mutualismo, pero la vida la mudó al Cerro. Al principio se fue con tristeza de su Teja querida, pero después se dio cuenta de que en el nuevo barrio había mucho para cambiar. Empezó de a poco, primero como vecina y después como enfermera. "Quiero lo mejor para el barrio porque acá es donde voy a envejecer y donde va a vivir mi hijo", afirma.

Aparicio trabaja como enfermera en una policlínica del Casmu en el Cerro. No siempre estuvo en ese centro de salud, pero en los últimos años la cambiaron de sede y aprovechó la oportunidad para combinar su trabajo con su rol como vecina. El contacto con los pacientes le permite conocer de cerca las preocupaciones de sus vecinos y también terminó de darse cuenta de cuáles son los principales problemas del barrio.


Al igual que en otras zonas del país, la obesidad y el sobrepeso en los niños del Cerro es un tema que preocupa a Aparicio. Dice que comer saludable es más caro que los alimentos ricos en grasas y en azúcares, por lo que hay muchas familias que no pueden elegir qué comprar porque no les alcanza el dinero. "Es una realidad, el niño tiene que recibir una buena alimentación durante la primera infancia. Después que lo perdiste, lo perdiste", afirma.

La enfermera se reunió con otros compañeros de la policlínica y empezaron a trabajar en talleres que darán con los niños de la escuela N° 149 del Cerro a partir de abril. No es la primera vez que los hacen, pero en este caso elaboraron un proyecto que durará dos años. El sobrepeso y los hábitos alimenticios "son una excusa" para las reuniones, confiesa Aparicio, quien también planea tratar otros temas durante los encuentros.

El grupo consiguió un permiso que lo habilitará a trabajar dos veces por mes con los estudiantes de quinto año. El proyecto busca acompañarlos hasta que salgan de la escuela, pero la enfermera no descarta expandir la iniciativa antes de que termine el período de este primer taller. Le gustaría trabajar con otras escuelas y abarcar a más familias, ya que los encuentros también incluirán a los padres de los niños.

La falta de valores será otro tema que incluirán en los talleres. "Hay muchos chiquilines que están en la droga, que no les importa nada, que todo les resbala. No tienen quien les diga en la casa qué está bien y qué está mal", dice. La idea de Aparicio y sus colegas es proponer un tema en la clase, ver qué responden los estudiantes y a partir del intercambio empezar a trabajar. Si bien la enfermera es consciente de que "nadie sustituye las omisiones de la casa", cree que su granito de arena podría hacer la diferencia.


Por otra parte, los talleres con los padres se centrarán sobre todo en la importancia de la estimulación en la primera infancia. La enfermera ve muy seguido casos de bebés que no se mueven, que no responden y que no tienen el desarrollo que deberían para su edad. "Esos niños terminan teniendo dificultades de todo tipo –muchas de ellas de aprendizaje– y después tampoco pueden avanzar en sus estudios cuando son un poco más grandes", cuenta.

Llena de comisiones

Aparicio bromea con que participa de todas las comisiones que hay en el Cerro. Cuando camina por la calle, sobre todo en la cooperativa donde vive, los vecinos saben quién es y se le acercan para plantearle algún inconveniente o alguna idea que les haya surgido. Tiene tiempo para recibir a El Observador porque está de licencia, aclara, y enseguida se pone a hablar de todos los planes que tiene con el barrio.

Cree que la Intendencia de Montevideo ya debería haber limpiado el terreno inmenso que tiene enfrente a su casa para inaugurar un lugar donde se pueda hacer senderismo y recibir turistas. "Si estuviéramos en Europa –y con esta vista– ya estaríamos aprovechando este espacio hace rato", dice.

Mantuvo reuniones con autoridades de la intendencia para que limpiaran el terreno, pero hasta ahora no tuvo suerte. Lo que más le preocupa es que en ese inmenso baldío ocurren todo tipo de actividades ilegales. Aparicio cruzó varias veces la cuadra que los separa, habló con quienes allí se juntan y lo único que les pidió fue que no se metieran con los chiquilines de la cooperativa. "Ellos están ahí y nosotros acá, cada uno tiene su territorio ahora", cuenta.

Lourdes Aparicio
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La enfermera también se está moviendo para que inauguren una escuela de tiempo completo en el barrio. Afirma que la única que hay está en Casabó, por lo que las familias del Cerro no tienen otra alternativa que elegir un centro educativo de medio tiempo y un CAIF. Aparicio quiere aprovechar los talleres que empezarán a dar el próximo mes en las escuelas para ponerse en contacto con las autoridades de Primaria y plantearles la iniciativa. Si su plan prospera, los cientos de niños del Cerro que van a la escuela en otros barrios podrían empezar a estudiar cerca de sus casas.

Durante la entrevista, bromea con que a veces le falta tiempo porque además forma parte de la comisión de apoyo de la plaza de deportes Nº 11 del barrio. Dice que ese lugar "es un golazo" ya que hay más de 2.000 vecinos que lo aprovechan. Las actividades empiezan a las 7 de la mañana y terminan sobre la hora 22. A su vez, tiene una oferta muy variada, porque hay desde clases de ajedrez hasta natación.

Aparicio se preocupa porque todo en la plaza funcione bien y, cuando ve algo que no le gusta, enseguida interviene. "Hoy vi a unos chiquilines que habían comprado cohetes y los pensaban tirar para el gimnasio. Adentro había nenes de 3 años en gimnasia, entonces me acerqué y les dije: 'Los que están ahí podrían ser sus hermanos'", cuenta.

Su plan es envejecer en la cooperativa y por eso trabaja para mejorar el barrio. Si bien a veces extraña La Teja, dice que el Cerro es el lugar donde nació y creció su hijo Manuel, que tiene 14 años. Por él también llena su día de comisiones y de reuniones, porque espera que su aporte logre construir un lugar mejor para él en el futuro.


Su historia familiar la convirtió en una ferviente militante del Frente Amplio y estaba convencida de que la realidad del barrio iba a mejorar una vez que fueran gobierno. Hoy es una frenteamplista desilusionada y cree que si quiere cambios, tiene que proponerlos.

El trabajo de lograr una sociedad más inclusiva

El embarazo de Lourdes Aparicio fue normal. Sin embargo, a los pocos días de nacer Manuel, que ahora tiene 14 años, unos estudios médicos revelaron que tenía síndrome de Down. "Al principio no fue que tiré cohetes, pero enseguida traté de reponerme y de salir adelante por mí y por él", recuerda.

El adolescente va a una escuela especial cerca del arroyo Pantanoso, a la que podrá ir hasta que cumpla 16 años. Si bien su madre considera que en Uruguay hay mucha aceptación hacia las personas con discapacidad, cree que todavía falta mucho para lograr la inclusión. "Una cosa es que a Manuel lo acepten y otra cosa es que lo incluyan", dice.

A Aparicio le da mucha lástima que algunos padres se cansen de que todo el tiempo les cierren las puertas a sus hijos, pero ella cree que nació para seguir insistiendo.

Manuel va a la plaza de deportes del barrio y su madre consiguió que hubiera capacitación para los profesores, porque había docentes que no estaban formados para trabajar con personas con discapacidad.

A su vez, le pide a su hijo que prepare la comida a veces y hace poco lo animó a que fuera a hacer algunos mandados. Hubo vecinos que le dijeron que lo estaba exigiendo de más, pero ella cree que Manuel tiene que hacer –a su ritmo– lo mismo que el resto de los adolescentes de 14 años. "Le pido que esté atento a la parada en la que bajamos del ómnibus, que mire siempre antes de cruzar", cuenta.

Como madre soltera, Aparicio quiere que Manuel adquiera herramientas para manejarse solo en el futuro. Dice que no depende solo de él, por lo que también trata de generar cambios en los que la rodean.

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