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La historia detrás de la imagen que impulsó la mirada femenina en la fotografía

En 1988, Diana Mines se fotografió con una trenza de su niñez; la imagen pasó a formar parte de una exposición que cambió la realidad de las fotógrafas en el país
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20 de noviembre de 2018 a las 05:00

Cuando la ve colgada se asusta. La encuentra, impresa y ampliada, y se estremece. Por los ojos de Diana Mines (69) han pasado tantas instantáneas, conceptos y resignificaciones sobre la fotografía que uno podría asegurar que ya nada la sorprende. Menos que menos, estar en el Centro de Fotografía de Montevideo contemplando la imagen que fabricó en aquella noche catártica de 1988. Sin embargo, la nuca –su nuca–, la espalda desnuda –su espalda–, el espacio vacío intermedio y la trenza cortada la remiten de manera instantánea a un momento de su vida que, en 2018, todavía sigue removiendo el sedimento de su interior. Ante Autorretrato con trenza propia de niña, Mines no puede más que conmoverse.

Su relato comienza, como tantos otros, a partir de un recuerdo de la infancia. Hasta los cinco años, Mines tuvo el pelo largo, tan largo que su madre se lo ataba en dos trenzas que, para el disgusto de su progenitora, no eran del todo aceptadas por la niña. Por eso mismo, y tras insistir de manera reiterada, consiguió lo que quería: que uno de los regalos de su cumpleaños número cinco fuera, precisamente, que le cortaran aquellas trenzas. Según ella, aún quedan las fotos de aquel día, antes y después del corte.

La acción se traslada unos cuarenta años en el futuro. A 1988. Mines es fotógrafa –se abocó a ello en la dictadura, cuando se cerró la Facultad de Humanidades donde estudiaba–, acaba de romper con el Foto Club Uruguayo tras una serie de desavenencias y es una de las tantas mujeres que buscan un lugar de mayor exposición para su mirada dentro de la comunidad de fotógrafos de la capital. Por algún motivo que todavía hoy desconoce, una noche de invierno llega a su casa bajo un trance repentino. Sabe, de antemano, qué es lo que quiere hacer, y sigue los mecanismos que su mente le dicta sin cuestionar. 

Se dirige, entonces, a una cómoda heredada de su familia que tiene ubicada en su habitación. Allí dentro, envueltas e intactas hace cuatro décadas, están los dos torniquetes castaños que abandonó hace tantos años. 

Los agarra. Desenvuelve los paquetes. Observa sus trenzas, todavía armadas y resistentes al paso del tiempo. Toma dos de sus cámaras, entre ellas su favorita, la Canon A-1. Las coloca en trípodes. Se quita la ropa. Con un leuco se pega una de las trenzas en la espalda, cuidando que quede un espacio entre su cabellera y el pelo de su infancia. Hace foco en el aire. Comienza a capturar el momento sin saber muy bien por qué lo hace, cuándo parar, qué es lo que quiere decir.

Autorretrato con trenza propia de niña, 1988

Hoy, sentada en el local del Centro de Fotografía (CDF), con la imagen a su espalda y el ruido de 18 de julio a su izquierda, Mines intenta indagar las circunstancias que la llevaron a ese momento.  

“Desde que la mostré, tuvo un impacto grande. Eso me reafirmó que cuando alguien toma una foto y siente que sacó lo que realmente quería sacar, la energía se transmite a quien la mira. Eso tiene que ver con el deseo. La intensidad del deseo de fotografiar algo es lo que hace diferencia en la foto. Se cree que es algo que sacamos desde afuera, pero en realidad es algo que hace conexión con el interior. La fotografía tiene que ver con necesidades que no siempre son conscientes. Cuando se establece ese hilo invisible de lo que vemos afuera y lo que tenemos adentro, se hace la magia”, relata.

Cambiando las cosas

Autorretrato con trenza propia de niña tiene una historia que, además de ser personal y particular en el caso de Mines, es colectiva y representa un movimiento que buscó darle más cabida a las miradas de las fotógrafas de la época. De ese movimiento y esas ganas de poner a la fotografía femenina en un sitial relevante dentro del circuito nacional de aquel momento, surgió Campo Minado, una muestra que en agosto de 1988 expuso las imágenes de once fotógrafas destacadas. Entre ellas estaba la instantánea de Mines.

 “Veníamos de una cultura en la que la mujer había participado mucho, sobre todo a nivel estudiantil. El momento político ideológico nos decía que éramos todos compañeros y parecía que esa condición nos igualaba y nos englobaba a mujeres y hombres por igual. Sin embargo, el tiempo nos enseñó que no era tan así, que los varones tendían a imponerse más porque venían de una cultura machista y muchas veces nosotras nos dejábamos llevar por delante por el mismo motivo. Nos encontramos con que éramos unas cuantas con la cámara, pero que no nos estábamos preocupando por mostrar nuestras miradas, por reclamar nuestro espacio”, dice. 

“Por eso con un grupo de fotógrafas decidimos crear una muestra para hacer una diferencia, para estimular a que otras también lo hicieran. No nos dimos cuenta cuantos prejuicios inconscientes removimos en el ambiente fotográfico. Tuvimos experiencias insólitas con algunos colegas, ya que algunos directamente se negaron a ir a verla porque decían que nos autodiscriminábamos. Costó, generó cierto pánico al principio”, agrega entre sonrisas. 

Según el libro editado por el CDF Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales. Tomo II, “la exposición fue un ejemplo representativo del desarrollo de una postura de género, en momentos en que las reivindicaciones feministas comenzaban a visibilizarse en la sociedad uruguaya. (…) Campo minado generó resonancia para el futuro expositivo de la fotografía, específicamente la producida por las mujeres”.

Más allá de la fuerza colectiva que rodeó a Campo Minado y a su imagen en particular que, de alguna manera, cambió la realidad de la fotografía en Uruguay, a Mines le sigue sorprendiendo el simple hecho de que un instante en la infinita temporalidad del universo pueda quedar atrapado por la gracia de un botón disparador. Siente y recuerda, cuando ve su imagen colgada, todo lo que experimentó en aquel momento. Cómo aquella catarsis la envolvió y la llevó a crear la composición en aquel arrebato artístico, a encerrar un trozo de su historia que ya pasó y no volverá. 

“Mostrar cómo nos sentimos en una fotografía es documentar el momento actual, porque no nos vamos a sentir siempre igual. Somos un producto del momento. Y si somos auténticos en definir eso que nos está pasando, de alguna manera estamos mostrando un momento histórico. Nos estamos documentando siempre”, dice, mientras la trenza medio oculta descansa en sus manos.

Este artículo es parte de la serie Detrás de la foto, que recoge las historias que dieron lugar a algunas de las imágenes más icónicas comprendidas dentro del libro Fotografía en Uruguay. Historia y usos sociales. Tomo II.

 

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