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La hora más difícil para los relojeros

Relojeros ajustan su oficio hacia el lujo y fijan sus esperanzas en la versión mecánica
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26 de agosto de 2017 a las 05:00

França es un apasionado de la relojería, y se emociona cuando le llevan alguna pieza antigua que necesita reparación. Pero eso no sucede a menudo y la demanda del día a día en donde trabaja, La Casa del Reloj, ha disminuido muchísimo.

Las campanadas del Big Ben, en lo alto de la Elizabeth Tower de Londres, sonaron por última vez el lunes 21. El monumento arquitectónico será sujeto a reparaciones en su fachada y partes desgastadas de la campana. El silencio, que durará cuatro años, es necesario para prevenir las fallas futuras de la cara más popular del edificio: su reloj.

"Es conocido por la melodía y el significado histórico de Londres, pero en Berna y Praga hay relojes más antiguos y complejos", explicó José França, un relojero uruguayo que dedicó su vida a la reparación y estudio de esos artefactos, aunque a una escala más personal.

El interior de local –ubicado en la calle Andes– puede leerse como una traducción del cambio que ha atravesado el negocio. De un lado, una pared de madera sostiene grandes relojes mecánicos, donde se hallan un reloj cucú y otros con péndulos que datan del siglo XX. La mayoría tiene sus agujas detenidas. Frente a ellos, una cartelera despliega un montón de pulseras de plástico de colores que se usan para relojes digitales.

França inició su trabajo como relojero en el barrio Centro a mediados de la década de 1980, tiempo en el que abrió un taller. En un momento de auge de las galerías y joyerías montevideanas, el negocio prosperó y los uruguayos se movían al ritmo de sus relojes de bolsillo y pulsera.

"El reloj era una necesidad", afirmó. "Marcaba los horarios y nadie podía estar sin un despertador o un reloj de pulsera".

Este accesorio era un artefacto de uso práctico y cotidiano, pero además podía llegar a ser lujoso. "Era la única joya del hombre", contó Manolo Picerno, uno de los dueños de La Fontaine, una tienda de antigüedades y relojes de alta gama ubicada sobre la peatonal Sarandí. "Primero fue una necesidad, luego un objeto de diseño", dijo el empresario al recibir a El Observador en su local, en el que abunda el brillo y la fragilidad de los objetos.

Desde chico le llamaban la atención los relojes, tanto que le pusieron el apodo del "pibe tictac". Y la atracción volvió de adulto. En un negocio de antigüedades que tenía en la década de 1970 junto a su hermano, había puesto a la venta una pequeña colección de relojes de pulsera en la ventana del negocio. Un día entró un extranjero al local y se llevó todos. En ese momento decidieron explorar el negocio de los relojes de pulsera, un "nicho que no estaba desarrollado" por entonces, según Picerno.

En viajes al exterior, con destinos como Buenos Aires y Nueva York, empezaron a importar relojes para competir con las grandes joyerías montevideanas. Contrataban relojeros para repararlos y empezaron a crear su propia base fiel de clientes. Ampliaron su negocio a la joyería y objetos de plata y para 1975 abrieron La Fontaine, que trabaja con marcas como Longines, Rolex y Omega, entre otras.

Negocio de familia

Así como los Picerno dedicaron una vida al negocio en familia, Andrés Rettich siguió los pasos de su padre, Esteban. Inmigrante húngaro, Rettich padre había aprendido el oficio y en 1942 abrió La Hora Exacta, negocio que su hijo continúa hasta hoy.

Con cinco sucursales en Montevideo, La Hora Exacta luce como uno de los negocios más prolíficos del rubro. Pero Rettich aseguró que el oficio ha sufrido ante el avance tecnológico.

El trabajo principal de su comercio ahora está concentrado en la venta, reparación de relojes, colocación de pilas y cambio de mallas. También brindan servicios para dispositivos más complejos, como los relojes del frontispicio de la Universidad de la República y los relojes antiguos de la Cámara de Senadores en el Palacio Legislativo.

La popularidad de los celulares fue determinante para el declive. "El teléfono me mató", sentenció França. "El teléfono no. Las funciones. Me quitaron la venta y reparación de despertadores, por ejemplo. Nadie repara un despertador. Solamente algún excéntrico. O por recuerdo de algún familiar".

França define su trabajo actual como de "mecánica ligera". "Es una especie de Automóvil Club. Cambiás pilas, cambiás mallas, cambiás vidrios, cambiás máquinas".

Una esperanza

De todas formas, tanto Rettich como Picerno indican que el valor estético y de lujo de algunos relojes es lo que mantiene vivo al mercado. "La relojería sigue teniendo su forma de desplegarse pero ya a través de otro tipo de relojes, que apuntan al porte de las personas", dijo Rettich. "Se está volviendo al reloj a cuerda, que no deja secuelas ecológicas", agregó.

Picerno compartió esa visión. "No va a haber extinción de la relojería mecánica. Ahora hay un revival de estas piezas en las altas marcas del mundo. Un reloj mecánico necesita siempre de un relojero", señaló. l

José França - La Casa del Reloj

José França aprendió el oficio de reparación de relojes en 1967, cuando decidió no seguir una carrera profesional en el ámbito bancario. Estuvo al frente de un taller que contó con cinco relojeros en las décadas de 1980 y 1990. Hoy trabaja solo junto a un colega, reparando relojes antiguos y reemplazando piezas digitales. A la hora de reparar un reloj, prefiere trabajar sin música.

Manolo Picerno - La Fontaine

Una década después de la muerte de su padre, Manolo Picerno y su hermano Óscar iniciaron un negocio de antigüedades en el Centro de Montevideo. Dieron el paso a la importación y venta de relojes y desde 1975 están instalados en Ciudad Vieja con La Fontaine, donde trabajan con relojes de alta gama, joyas, esculturas y piezas de plata y cobre. Picerno aventura un futuro regreso a los relojes mecánicos.

Andrés Rettich

Como dueño de La Hora Exacta, un negocio de relojes que comprende cinco locales en Montevideo, Rettich continúa con una labor que empezó su padre, inmigrante de Hungría. Aprendió el oficio desde joven pero hoy está más concentrado en el aspecto empresarial de su comercio. En su hogar siempre hubo varios relojes y el ruido del tictac es natural en su vida cotidiana.

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