El líder soviético Nikita Kruschev (centro) junto a los cosmonautas Yuri Gagarin (a la derecha de la foto) y Gherman Titov, en la Plaza Roja de Moscú en 1961
Miguel Arregui

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La hoz y el martillo también en la Luna

Hace 60 años un cohete soviético se estrelló contra la superficie lunar, confirmando la ventaja inicial de la URSS en esas tecnologías
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09 de octubre de 2019 a las 05:03

El 13 de setiembre de 1959, dos días antes que el líder soviético Nikita Kruschev iniciara una histórica visita a Estados Unidos, el primer cohete procedente de la Tierra se estrello contra la superficie lunar. Llevaba un escudo de la Unión Soviética, con su hoz y su martillo cubriendo un globo terráqueo. 

La coincidencia del cohetazo contra la Luna y el viaje de Kruschev al territorio del gran adversario no fue casual: los soviéticos reivindicaban así su supremacía en ese tipo de tecnologías, y las posibilidades infinitas del “socialismo real”. 

La exploración espacial era una gran competencia tecnológica y propagandística, y también parte de la investigación en torno a los misiles atómicos intercontinentales.

Poco después, el 18 de octubre de 1959, la estación espacial soviética “Lunik III” tomó fotografías de la cara oculta de la Luna, para quienes la ven desde la Tierra, y las envió a su base.

El Sputnik, la perra Laika y Yuri Gagarin

Ya los soviéticos habían sorprendido al mundo el 4 de octubre de 1957 al colocar un satélite artificial, el “Sputnik I”, en la órbita terrestre. Por primera vez un objeto fabricado por el hombre –un pequeño satélite de 58 centímetros de diámetro y 84 kilos de peso– se sustrajo a la gravedad de la Tierra y quedó dando vuelta en torno al planeta durante tres meses. 

Poco después, el 3 de noviembre de 1957, los soviéticos lanzaron el mucho más avanzado “Sputnik II”, de más de media tonelada de peso, que cargó instrumentos científicos a bordo y a la perra “Laika”, destinada a morir en el experimento.

La perra Laika, el primer ser vivo enviado al espacio, poco antes del lanzamiento del Sputnik II

El Sputnik (“satélite” en ruso) dejó al mundo boquiabierto, y acrecentó los temores sobre la significación de la “Guerra Fría” que enfrentaba al Occidente capitalista liderado por Estados Unidos, y el Oriente comunista de la URSS y China Popular.

Estados Unidos, entonces bajo la Presidencia de Dwight Eisenhower, debió azuzar su exploración espacial, que venía con retardo y presupuesto escaso. El 1º de febrero de 1958 lanzó el “Explorer I”, su primer satélite artificial, muy pequeñito. 

El científico alemán Wernher von Braun, uno de los líderes del programa espacial de Estados Unidos, advirtió que no deberían esperarse mucho en el corto plazo pues los soviéticos estaban unos cinco años por delante.

El 12 de abril de 1961 los soviéticos dieron otro gran golpe propagandístico al poner en órbita en torno a la Tierra al cosmonauta Yuri Gagarin en el “Vostok I”. 

Los soviéticos habían sorprendido a Occidente al explotar en 1949 su primera bomba de plutonio, muy similar a la que Estados Unidos lanzó sobre Nagasaki en 1945, cuya tecnología obtuvieron por espionaje.

En 1950 el gasto militar de los soviéticos equivalía a casi el 14% de su producto bruto (PBI), en tanto el de Estados Unidos, cuyo producto era muy superior, gastaba el 6 o el 7% del suyo. 

La era de los misiles atómicos

Los primeros cohetes impulsores de satélites y naves espaciales debieron mucho al misil balístico V-2 desarrollado y utilizado en forma masiva por los alemanes contra Londres y otras ciudades durante la Segunda Guerra Mundial, precisamente bajo la dirección del joven Werner von Braun. Soviéticos y estadounidenses aprovecharían esas experiencias, como se sirvieron de científicos alemanes. 

A partir de los V-2 alemanes, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética desarrollaban desde la década de 1950 grandes misiles armados con cabezas nucleares, que cambiarían la concepción de la guerra, al introducir conceptos tales como “disuasión nuclear” o “destrucción mutua asegurada”. 

La carrera espacial entre Estados Unidos y la Unión Soviética fue un capítulo saliente de la “Guerra Fría”, que por entonces tuvo episodios particularmente dramáticos, como la construcción por los comunistas del Muro de Berlín a partir de agosto de 1961, o la “crisis de los misiles” en torno a Cuba, en octubre de 1962.

El 5 de mayo de 1961, poco después de la hazaña del joven Gagarin, el estadounidense Alan Shepard efectuó un modesto vuelo de 15 minutos solo hasta los límites de la atmósfera terrestre a bordo de la cápsula espacial “Mercury III”.

Por fin el 20 de febrero de 1962 otro estadounidense, John Glenn, hizo su propia órbita terrestre a bordo de la nave “Friendship 7”, y acuatizó luego en el mar Caribe, al sur de Miami.

Los estadounidenses comenzaban entonces a reducir la ventaja soviética en la exploración espacial. El 25 de mayo de 1961 el presidente estadounidense John Fitzgerald Kennedy anunció que “esta nación debe comprometerse consigo misma a lograr la meta, antes de que termine esta década, de llevar un hombre a la Luna y retornarlo en forma segura a la Tierra”. El plan se haría realidad en julio de 1969, con el viaje del Apolo XI, que colocó a Neil Armstrong y Edwin Aldrin en la superficie lunar, mientras Michael Collins los esperaba en el “módulo de mando”.

Antes del llegar a semejante viaje, una de las mayores hazañas de la historia, muchos científicos de diversos países dieron grandes pasos a partir del 900. Y los Estados gastaron sumas enormes. Sólo el programa Apolo, por el que Estados Unidos venció a la Unión Soviética en la carrera espacial, costó –según cifras actualizadas– el producto bruto interno de Uruguay de dos años.

La competencia cedería a partir de 1989, con el derrumbe del Muro de Berlín, la implosión de los regímenes del “socialismo real” y la disolución de la URSS.De todos modos, el espacio se llenó de satélites que favorecen las comunicaciones telefónicas, la transmisión en vivo de espectáculos deportivos, la cartografía, la navegación, las previsiones climáticas o la vigilancia militar. La exploración espacial continuó mucho más lenta, aunque con viajes asombrosos, tripulados o no, incluso mucho más allá de la Luna. Las limitaciones son presupuestales, más que técnicas.

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