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La IA cuco y la IA real

La IA cuco y la IA real: la opinión de Carina Novarese
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15 de abril de 2023 a las 05:03

Mirarnos en el espejo de ChatGPT da miedo, porque somos nosotros. Nos hace enfrentarnos de una forma inquietante a nuestra propia humanidad, tan errática y limitada o extraordinaria como las respuestas que nos da esta herramienta.

¿Cuántos monjes se habrán quedado sin trabajo cuando se generalizó la imprenta? ¿Cuántos pregoneros debieron elegir otro rumbo laboral cuando los periódicos, o más bien los panfletos, se volvieron moneda corriente?¿Cuántos ascensoristas quedaron desempleados cuando los ascensores se automatizaron y cuántos porteros ya no existen desde que los tótems son los que nos reciben en los edificios?

Este repaso caprichoso de cambios derivados de desarrollos tecnológicos no pretende ser irónico ni mucho menos irrespetuoso para con las personas que se quedaron sin trabajo y que se seguirán quedando sin trabajo como consecuencia del exponencial desarrollo de nuevas tecnologías, que permiten que cierta tareas, antes exclusivas del reino humano, ahora las hagan máquinas.

El nuevo cuco tecnológico es la inteligencia artificial (IA), “personificada” en herramientas, como el Chat GPT y sus iteraciones, que parecen haber surgido de la nada pero que llevan décadas en las cabezas y los cálculos de científicos, ingenieros, filósofos y hasta escritores de ciencia ficción. No surgieron de la nada, pero avanzan a un ritmo incluso más exponencial que el que ya traían las tecnologías de la información.

La imprenta tardó décadas en popularizarse, por tomar como punto de partida a una de las tecnologías que cambió el mundo y la forma en que lo decodificamos los humanos. Luego, el telégrafo, la radio, la televisión, la computadora, los sistemas operativos como Windows, el celular e Internet, han avanzado cada uno más rápido que su predecesor.

Por eso llamó la atención -y hasta azuzó cucos- la carta firmada hace unos días por un grupo de grandes empresarios tecnológicos, expertos y líderes políticos, mil firmas que piden frenar la inteligencia artificial por ser una “amenaza para la humanidad”. ¿Debemos desarrollar mentes no humanas que podrían eventualmente superarnos en número y en inteligencia, dejarnos obsoletos y reemplazarnos? ¿Deberíamos arriesgarnos a perder el control de nuestra civilización?

Estas son algunas de las preguntas que plantean expertos y empresarios, además de expresar que las empresas que está a la cabeza de la IA (y que pegaron tremendo batacazo, como antes lo hicieron los que ahora alertan) están “una carrera fuera de control para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie, ni siquiera sus creadores, pueden comprender, predecir o controlar de forma fiable”.

Piden que se “pausen de inmediato, durante al menos 6 meses, el entrenamiento de los sistemas de inteligencia artificial más potentes que GPT-4”. Hay firmas como la del cofundador de Apple, Steve Wozniak, o el historiador israelí Yuval Harari, además de Elon Musk, dueño de Tesla y Twitter, e impulsor de los vehículos de conducción autónoma que se basan en la inteligencia artificial.

“¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más inteligentes, dejarnos obsoletos y reemplazarnos?”, dice la carta. Todo es bastante contradictorio y nadie va a parar nada durante seis meses. Tal vez el punto más positivo de esta carta haya sido que estamos discutiendo sobre el tema.

¿Qué cambió? Tal vez el ChatGPT, que suena tan humano y que hasta parece manifestar opiniones y emociones, nos hace enfrentarnos de una forma inquietante a nuestra propia humanidad, tan errática y limitada o extraordinaria como las respuestas que nos da esta herramienta de inteligencia artificial que toma millones de referencias y de fuentes y las combina de una manera “inteligente” pero que, como los humanos, puede errarle y fuerte.

Tal vez nos estamos viendo en el espejo de la omnipotencia que nos auto asignamos, y ahí da miedo. Porque Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza y el hombre, que es quien desarrolla la tecnología, ahora hizo avanzar una que lo enfrenta a sí mismo de una forma incómoda. De ahí vienen los miedos, y no son desmesurados si consideramos que los hombres hemos demostrado que somos capaces de todo y más aún.

“El hombre se cree que es Dios, que es un Rey. Pero es una industria de destrucción”, dijo el papa Francisco en una misa en 2014. Podría sustituirse el término “hombre” por otros, pero el denominador común es que es siempre el hombre el que inventa y desarrolla y luego utiliza, con fines variados y no siempre benevolentes para con su propia especie.

La IA que ahora nos deja de boca abierta y nos hace evaluar riesgos -y está bien por fin reflexionar- es una tecnología sofisticada que inquieta porque nos habla en términos que tienen sentido, que son verosímiles, aunque no siempre son verídicos. No es que el ChatGPT tenga conciencia.

La ciencia ficción ha previsto muchas realidades que ahora son parte de nuestra vida, pero esta IA que ahora está en tela de juicio no es eso que en Terminator domina al mundo.

Cuando le pregunté a ChatGPT cuáles eran los riesgos que derivan de su uso, me dio una respuesta razonable.

Luego de advertir que la IA “tiene el potencial de transformar positivamente muchos aspectos de la sociedad”, listó los “riesgos significativos para la humanidad” que también conlleva. Menciono solo algunos de los que aparecen en la respuesta completa que me devolvió: desplazamiento de empleos, sesgo y discriminación, fallos en la toma de decisiones, dependencia y pérdida de control. Todo suena muy humano, ¿o me parece a mí? Los humanos erramos, mentimos, fallamos en las decisiones que tomamos, manipulamos y nos dejamos manipular.

Sobre los sesgos y discriminación, un área en la que somos expertos y que hemos aprendido a amplificar desde que internet es parte constante de nuestras vidas, ChatGPT explica que la “inteligencia artificial aprende de datos históricos y puede estar sesgada por los prejuicios y discriminaciones presentes en esos datos”.

Esto puede resultar en sistemas de inteligencia artificial que perpetúen y amplifiquen sesgos, discriminación y desigualdades en áreas como la toma de decisiones en la contratación, la justicia penal y la atención médica, lo que podría tener efectos perjudiciales en grupos marginados y vulnerables”.

Como bien dice el señor ChatGPT, si el ser humano se mira en el espejo de esta tecnología y encuentra que todo es bonito y sencillo y rápido, y que basta con copy/paste, es bastante probable que siga metiendo la pata hasta el tobillo basándose en patrones de datos que usa un sistema que “no tienen conciencia, ética o capacidad para razonar como los humanos”.

El papa vestido de Prada dio la vuelta al mundo, aunque el papa nunca se puso una campanera blanca onda rapero. Un señor en Estados Unidos estaba aburrido y generó una imagen con IA, y como este mundo está loco, loco, loco, hubo millones que creyeron que era verosímil que el papa saliera vestido de Prada y con una botellita de agua de las que usamos cuando hacemos ejercicio.

La falsedad y la mentira no son los principales riesgos de las IA. Para eso estamos nosotros, los humanos.

El riesgo es que pronto elijamos a las inteligencias artificiales antes que a otro humano, que tampoco es tan loco considerando las horas y horas que pasamos con un aparatito que se dice inteligente y que siempre le gana en la atención que le damos a un ser humano.

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