Crédito foto: AFP

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La imborrable memoria de los refugiados palestinos, a 75 años de la “Nakba” y el éxodo

En 1948, más de 760.000 palestinos fueron expulsados o debieron huir de sus casas y más de 600 comunidades fueron destruidas por las tropas israelíes.
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11 de mayo de 2023 a las 05:02

Desde su modesto hogar en la bloqueada Franja de Gaza, Amina al Dabai recuerda el mundo tan distinto en el que creció hace más de siete décadas, antes de la creación de Israel.

Nacida en 1934, Dabai era una adolescente cuando se proclamó el Estado de Israel el 14 de mayo de 1948.

Ahora forma parte de los 5,9 millones de refugiados palestinos que viven en Cisjordania, la Franja de Gaza, Jordania, Líbano y Siria, según datos de Naciones Unidas.

Son descendientes de los más de 760.000 palestinos que huyeron o fueron expulsados de sus casas hace 75 años.

El suceso se conoce entre los palestinos como la Nakba, la "catástrofe", en la que más de 600 comunidades fueron destruidas o despobladas por las fuerzas judías, según la organización israelí Zochrot.

El recuerdo de la Nakba, que se conmemora el 15 de mayo, se convirtió en plataforma para las reivindicaciones de un Estado palestino.

Ocurre un día después del aniversario de la proclamación del Estado de Israel, en 1948, que desencadenó una invasión de cinco ejércitos árabes que la joven nación consiguió aplacar.

Antes del aniversario, periodistas de la agencia de noticias AFP hablaron con ocho palestinos octogenarios y nonagenarios que se exiliaron durante la Nakba en la Franja de Gaza.

Soldados disfrazados

Dabai recuerda el día en que "soldados judíos disfrazados" llegaron a su lugar natal en Lydda, ahora conocida como Lod, en el centro de Israel.

Como los soldados llevaban el rostro cubierto con kufiyas, un pañuelo que se convirtió en símbolo de la lucha palestina, los habitantes pensaban que eran refuerzos enviados desde Jordania.

La población estaba tan contenta que "corrió hacia la fuente" del centro del pueblo para celebrar. Pero al darse cuenta de que eran soldados judíos, "huyeron a la mezquita y a sus casas".

"Ellos atacaron la mezquita y mataron a todos los que estaban dentro", explica. "Era joven y lo vi con mis propios ojos", continúa.

¿Deportación planificada, expulsión o éxodo voluntario? ¿Una masacre de cientos de civiles y combatientes desarmados en los que ambas partes fueron culpables de atrocidades?

Los eventos del 12 y 13 de julio de 1948 durante la captura de Lod por parte de las fuerzas israelíes son todavía objeto de debate e intensa controversia.

Una cosa parece cierta: casi de un día a otro, la localidad se vació de sus 30.000 vecinos árabes.

Después de la guerra, Cisjordania cayó bajo poder jordano y Gaza pasó a estar controlada por Egipto.

"Vivíamos cómodamente hasta ese momento”, rememora Dabai, que recuerda niños jugando en columpios, el mercado central y el goteo de agua de una gran fuente rodeada por tiendas.

En ella perdura el resentimiento por lo perdido: "Éramos un país débil y no teníamos armas poderosas".

El día después de llegar por primera vez, los soldados israelíes volvieron con órdenes claras: marchen de Lod o morirán, afirma la anciana.

"Dijimos que no queríamos marchar. Ellos dijeron que nos matarían. Así que todos los pobres marchamos, y nosotros estábamos entre ellos", explica.

La familia huyó a pie, caminando durante varios días hasta llegar a la localidad cristiana de Bir Zeit, cerca de Ramala, en Cisjordania, y luego siguieron hacia Egipto.

Pero el trayecto era demasiado caro y la familia terminó instalándose en Gaza. Como muchos, pensaban que pronto iban a volver.

Sólo después de que los Acuerdos de Oslo establecieran la Autoridad Palestina en los ‘90, Dabai pudo obtener un permiso para visitar su antiguo hogar en Lod.

"Puse mi mano en la pared de nuestra casa y dije: 'mi amor, la casa de mi abuelo, está destruida, y las casas de nuestros vecinos están habitadas por judíos'", cuenta.

La mujer asegura que no aceptaría ninguna compensación por la pérdida de su hogar, pero confía en que, aunque ella ya no espere regresar, "las futuras generaciones liberarán el país y volverán".

"Nadie grababa las masacres y lo que estaba ocurriendo como se hace hoy", añade con la voz quebrada.

Un comienzo pacífico

Umm Jaber Wishah nació en 1932 en la aldea de Beit Affa, cerca de Ascalón, en lo que ahora es el sur de Israel.

Décadas después, con su pelo canoso cubierto con un chal blanco, relata con dolor la convivencia pacífica inicial.

Cuando los judíos llegaron primero a la zona del pueblo, "no nos hicieron daño y nosotros tampoco a ellos", dice a la agencia AFP desde su casa en el campo de refugiados de Bureij, en el centro de la Franja de Gaza.

"Los árabes trabajaban para ellos sin problemas, con seguridad", añade.

Pero esa convivencia no duró demasiado. La mujer todavía recuerda con emoción el día de 1948 en que se hizo añicos.

"Estaba horneando pan y ellos rodearon la ciudad", explica intentando contener las lágrimas.

Los soldados israelíes "empezaron a asediar el pueblo desde el lado oriental y nos refugiamos de los disparos hasta el día siguiente", cuenta.

"Los hombres fueron atados y tomados como prisioneros, los niños gritaban", relata.

Según Zochrot, Beit Affa fue capturada por las fuerzas judías en julio de 1948 durante varios días. En ese periodo huyeron habitantes de todo tipo antes de la captura definitiva de la localidad más adelante ese año.

Como en muchos campos de refugiados en la región, Bureij cambió las tiendas temporales por estructuras más permanentes de ladrillo y madera. Pero muchos viven todavía en la pobreza.

Wishah asegura que su casa en Bureij "no significa nada". "Incluso si me dan toda la Franja de Gaza a cambio de mi hogar, no lo aceptaría. Mi pueblo es Beit Affa", afirma.

Llaves oxidadas

Ibtihaj Dola, de la ciudad costera de Jaffa, también recuerda vivir puerta con puerta con judíos antes de la creación de Israel.

Uno de sus familiares políticos era judío y la amplia minoría judía de la ciudad "podía hablar árabe", recuerda la anciana de 88 años.

Pero un día que volvía a casa de la escuela, Dola se encontró a su familia haciendo maletas y preparándose para huir.

Todavía con el uniforme escolar, zarpó en un barco hacia Egipto.

"Conozco Jaffa centímetro a centímetro", dice mientras juguetea con cuatro llaves oxidadas junto a su cama en el campo de refugiados de Al Shati, en Gaza.

Muchos de los desplazados pensaban que sería algo temporal. Cerraron las puertas de sus casas y se llevaron las grandes llaves de metal con ellos.

Esas llaves se convirtieron ahora en símbolo de sus apuros y de su demanda de regresar. En muchas casas, estas llaves se guardan en una caja cerrada con llave bajo la cama o se recuerdan con dibujos y bordados.

Israel asegura que los palestinos se marcharon voluntariamente durante los combates y rechazó las acusaciones de crímenes de guerra contra sus soldados.

También niega el derecho a volver de los palestinos, habitual escollo de las negociaciones de paz, y alega que sería como entregar demográficamente la naturaleza judía del Estado.

Los israelíes rechazan con firmeza el reconocimiento de la Nakba, asegura la organización Zochrot, que trabaja para aumentar la conciencia de la población sobre este periodo histórico.

A los israelíes "se les enseña una narrativa falsa y muy distorsionada pero convincente de 'una tierra sin gente para una gente sin tierra'", afirma la organización.

"La injusticia no perdura"

Hassan al Kilani, nacido en 1934 en el pueblo de Burayr, justo al norte de la Franja de Gaza, dijo que sólo aceptaría una compensación si hubiera un acuerdo político.

"Nosotros, árabes y palestinos, no podemos igualar la fortaleza de Israel, seamos realistas", afirma.

"Resistimos, pero nuestra resistencia es limitada compara a nuestro enemigo", insiste.

Antiguo trabajador de la construcción, Kilani bosquejó un mapa de Burayr, apuntando el nombre de cada familia, parcela por parcela.

El plano cuelga ahora de la pared de su salón, en un recordatorio constante del lugar en que creció.

"Todos los que se quedaron en el país fueron asesinados, incluso el ganado, los camellos y las vacas", dice.

En otra pared del salón cuelga una llave, símbolo del anhelado regreso.

"La injusticia no perdura", dice, ansiando una "victoria", pero "soy viejo. ¿Cuántos años de vida me quedan?", se pregunta.

(Con información de AFP)

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