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La inyección letal que duró 14 minutos para quitarle a vida a un condenado a muerte en Texas

John Henry Ramírez estuvo acompañado de un sacerdote. Llevaba casi 15 años en prisión, muchos de ellos esperando que le quitaran la vida. Su caso llegó hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, que no revocó la pena capital pero permitió que un pastor lo acompañara en sus últimos minutos
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07 de octubre de 2022 a las 05:02

Por Eduardo Anguita

De los 50 estados que componen los Estados Unidos, hay 27 en los cuales es legal la pena de muerte. El 40% de las ejecuciones se llevan a cabo en uno solo, el de Texas. Ese estado, lindante con México, fue uno de los diez actuales estados que formaban parte de México. Sin embargo, tras una guerra entre ambos países, México perdió prácticamente la mitad de su territorio.

Más del 60% de los llamados hispanos en los Estados Unidos son de origen mexicano. Son 36 millones, y representan más del 10% de la población. Los otros 24 millones de hispanos se reparten entre distintas naciones centroamericanas, venezolanos, colombianos, portorriqueños y de otros países.

La gran cantidad de mexicanos en Estados Unidos no se debe solo a quienes quedaron en esas tierras antes de que el país azteca perdiera la guerra que firmara la cesión territorial en 1848. Tampoco puede decirse que la gran cantidad de hispanos sea por la extensa y porosa frontera de 3.200 kilómetros de extensión, separada por el Río Bravo.

Los hombres y mujeres hispanos ganan menos, en promedio, que los estadounidenses blancos, anglosajones y protestantes. Y, además, después de los afroamericanos, las cárceles de Estados Unidos tienen a los hispanos, mayoritariamente de origen mexicano, como segunda población.

John Henry Ramírez era un hispano que había cometido un delito en 2004. Discutió con Pablo Castro, otro hispano que trabajaba en un almacén en una ciudad de Texas. Castro se resistió y Ramírez le asestó varias puñaladas. La muerte de Castro hizo que Ramírez escapara a México. Allí logró hasta casarse y tener un hijo. Pero pasados tres años lo capturaron.

El juicio fue muy rápido y un tribunal condenó a Ramírez a la pena capital, como se llama a esa otra manera de matar. Una manera legal en 27 estados norteamericanos y en muchos países del mundo.

Ramírez quería morir en contacto físico con Dana Moore, el pastor evangelista que lo visitaba en el penal Hauntsville desde 2015. Esa cárcel, ubicada en la pequeña ciudad homónima es donde existe el corredor de la muerte: las celdas que conducen al lugar donde se llevan a cabo las ejecuciones de los hombres. Cuando se trata de quitarle la vida legalmente a una mujer, se hace en la prisión de Mountain View en la pequeña ciudad de Gatesville.

Cuando el reloj marcó las 18.41  en Texas (16.41 en Montevideo) del miércoles 5 de octubre, el corazón de Ramírez dejó de funcionar. Tenía 38 años, había apelado varias veces la pena de muerte. Llegó hasta el Tribunal Supremo de Estados Unidos, y, mientras decidían qué hacer con Ramírez, en setiembre de 2021, detuvieron la sentencia. En marzo el máximo tribunal le dio una autorización al condenado a muerte, no para soltarlo sino para que la ejecución fuera con el pastor Dana Moore haciéndole compañía. El estado de Texas sostuvo que había razones de seguridad para que la sentencia se cumpliera. El Tribunal Supremo aceptó las razones esgrimidas por los gobernantes del estado que acumula el 40% de las muertes legales. Porque el Supremo no puede cambiar las leyes de los estados que sostienen la pena capital.

El miércoles pasado, Ramírez cumplió con el ritual de los muertos por inyección letal. Pidió sus platos favoritos y cenó. Temprano. Fue su última cena. Estuvo con el cura que lo acompañó los últimos ocho años.

Ramírez le había robado a Castro US$ 1,25 pero lo apuñaló 28 veces. La inyección tardó en matar a Ramírez la mitad de las puñaladas que le había dado a Castro; o sea, 14 minutos. Una coincidencia que nada importa. Como a casi nadie le importa que son decenas los países en los que corre la pena de muerte. Entre ellos otras potencias de signo distinto como China y Rusia.

El sentenciado dijo lo que suelen decir los que no tienen nada más que pedir y sienten culpa. “Solo quiero decirle a la familia de Pablo Castro que aprecio todo lo que hicieron para tratar de comunicarse conmigo a través del programa de Defensa de las Víctimas. Intenté responderos, pero no hay nada que pudiera haber dicho o hecho que os hubiera ayudado. Me arrepiento y tengo remordimientos, este es un acto tan atroz... Espero que esto os sirva de consuelo, si os ayuda, me alegro. Espero que de alguna forma esto os permita cerrar este capítulo. A mi esposa, a mis amigos, a mi hijo, a los demás: os amo a todos. Solo sé que peleé muy duro, y que estoy listo para partir. Estoy listo, alcaide”.

El alcaide es el director de la prisión, el que con un golpe de vista y ante un silencio completo pone en marcha lo que es una eternidad: 14 minutos en los que el condenado va perdiendo la lucidez hasta que su corazón se detiene.

Aaron Castro, el hijo de Pablo Castro, la víctima mortal de Ramírez, escribió un comunicado ese mismo miércoles: “Paz, amor y justicia para Pablo Castro; que no se olvide su nombre, y que Dios muestre su misericordia con J. H. R., eso no depende de nosotros. Él ha recibido el verdadero juicio con nuestro señor, nuestro salvador. El alfa y omega, el principio y el fin. Una vida arrebatada nunca debe celebrarse, pero cerrar este capítulo es posible”.

Aaron prefirió no escribir el nombre completo de quien mató a su padre. Y pidió misericordia, “pero eso no depende de nosotros”. Debe leerse entonces, es decisión divina.

Texas tiene programados cinco ajusticiamientos hasta el mes de marzo de 2023.

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