Con un reconocimiento casi nulo, las mujeres rurales son responsables –según la FAO– de más de la mitad de la producción de alimentos y desempeñan un papel importante en la preservación de la biodiversidad, garantizando la seguridad alimentaria .
Pese a que hoy la mujer rural está mejor posicionada, hay muchas otras que siguen siendo invisibles. Mujeres que trabajan en el medio del campo, sacan agua del pozo, viven de sus sandías, cerdos o de sus corderos.
A 20 kilómetros de Montevideo vive Susana Aída, una trabajadora rural de 62 años.
Nació en Las Brujas, Canelones y se crió en el campo. Su padre –que falleció cuando ella tenía ocho años– fue fruticultor y su madre, encargada de ordeñar las vacas, lo ayudaba en las tareas.
A sus 15 años se mudó a Los Cerrillos y llevaban adelante una provisión. En esos tiempos también tejían muchísimo, al punto de hacer un buzo por día que, a través de (Mercedes) Menafra –con la fundación Hecho Acá–, lo exportaban a Japón. Fue con la venta de estos tejidos –más un préstamo de la Caja Obrera– que se compraron su primera camioneta para hacer los repartos del almacén.
Años más tarde se casó y hoy vive –desde hace 34 años– en Montevideo Rural. Siempre ayudó a su esposo en la quinta manejando el tractor o raleando duraznos hasta que nacieron sus dos hijos. La situación del campo cada día era peor y Aída quería tener su propio ingreso, pero no podía irse de su casa y dejar a los niños solos.
Entonces, junto con su suegra, su hermana y una sobrina hacían mermeladas para vender. Utilizaban la receta de su abuela y tenían todos los gustos: de tomate, de ciruela, de durazno y de higo. Se vendían sin etiqueta y no tenían para esterilizar el producto, un proceso elaborado en ollas con agua caliente para que la tapa se adhiera al bollón. Prendían el fuego y con una horquilla hacían el proceso. Según recuerda, era todo muy casero.
Con el dinero de la primera venta se compraron una olla para hacer el proceso de la forma correcta. Luego llegó el quemador para dejar de hacer fuego afuera.
Fue así que comenzó a acercarse al grupo de mujeres rurales, que tímidamente se mostraban en las ferias. En 1998 fue parte de la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU) e hizo un curso en Gestión Empresarial. Poco a poco fueron ganando terreno en las exposiciones y la gente de la ciudad comenzó a sentir, lo que ella denomina, “el sabor a campo”.
25 kilos de azúcar por día es lo que gasta Susana Aída cocinando. En un día ha llegado a hacer seis ollas de mermelada, donde cada cotiene seis kilos de manzanas.
Entre otras cosas, las mujeres rurales buscan tener una bromatología única en el país. Hoy cada departamento tiene sus propias reglas, lo que dificulta la comercialización de sus productos.
Una de las cosas que más preocupa a las mujeres rurales es el recambio generacional. Ya no se ven caras jóvenes que incursionen en el mundo de los productos artesanales de campo.
Si bien los hijos de Aída continúan vinculados al negocio, ninguno siguió el camino de su madre. Pero no es solo un problema de esta familia, sino que muchas otras mujeres del país ya no tienen a quien transmitir sus conocimientos.
Elabora productos 100% naturales: solamente tienen fruta, azúcar y jugo de limón. Aída y su familia tienen unas 13 hectáreas en las que plantan durazno, manzana, naranja, limón y uva. También cuentan con algo de cebolla y quieren tener más verduras para venderlas directamente al consumidor en su local –Productos Aída Sur– inaugurado el pasado 4 de mayo.
Hacer todo junto no puede. Tiene días en los que se dedica solamente a la elaboración de los licores y otros que los destina para las mermeladas. Lo mismo cuando elabora alimentos salados.
La demanda es prácticamente igual por ambos productos, aunque quizás haya una leve preferencia por las mermeladas.
El primer licor que comenzó a producir fue el de cedrón y limón, luego vino el “de la casa” que es el denominado Especies de ruta de las indias, elaborado con chaucha de vainilla, naranja, nuez moscada y canela en rama.
También hace licores de café, de chocolate, de huevo, de dulce de leche –con diversas variedades–, de coco, de vino tannat con almendras y de vino y uvas.
Tiene mermeladas de arándanos, de frutilla, de higo, de frambuesa, de guayabo, pasta de durazno, dulce de boniato o de zapallo en almíbar, morrones en vinagre, morrón con cebolla agridulce, entre otros.
Los costos que enfrentan son enormes, asegura. Además de los conocidos, como la energía, está el problema de los envases que son muy costosos, “miles y miles de pesos”, según comentó.
Sus productos tienen dos precios. Uno al consumidor final, que son los clientes que compran directamente en el local. Y otro, que es el precio para los terceros.
Por ejemplo, una botella de licor (375 ml) cuesta $ 180.
Asegura que los productos que allí venden –lo hacen por cajón o por bolsa– tienen otro sabor y cuestan menos porque es directo del productor.
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