Eduardo Espina

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La noche (auri)negra de Flamengo

El triunfo agónico en Lima del equipo de fútbol más popular de Brasil vino a compensar una amargura histórica vivida hace 37 años en Maracaná
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26 de noviembre de 2019 a las 15:20

Hay historias que nacieron para ser contadas otra vez, como la de esa noche en Rio de Janeiro vivida a la distancia en una calle oscura de Quito, Ecuador, cuando era ya tarde, pero aun el 16 de noviembre 1982. Había viajado a la capital ecuatoriana a participar en un seminario internacional de periodismo organizado por la CIESPAL. Ese mismo día, pero más temprano, le había hecho una larga entrevista a Carlos Andrés Pérez, quien fue presidente venezolano, y horas después pasé varias horas más metido en las clases del seminario, dictadas por profesores y periodistas con ilustre trayectoria, la mayoría de los cuales seguramente hoy está muerta pues ya entonces tenía sus años.

En otras palabras, había sido un día de extraordinaria intensidad intelectual, por lo que la mente exigía un respiro. Además, veníamos en el mismo tren brutal de actividades desde hacía tres días: durmiendo poco, tomando muchas notas, y conociendo gente de la cual uno se acuerda toda la vida, como Luis Alberto Ganderats, quien era el editor de la revista del domingo del diario El Mercurio de Chile, y con quien luego seguí en contacto durante muchos años. Ganderats tenía una pluma notable, de las que ya casi no quedan, y un gran sentido del humor.

Tras una jornada agotadora, fuimos con unos colegas a comer. Cenamos rápido y luego me tomé un taxi de regreso al hotel, pues por esas cosas que ninguno de los participantes pudo entender, todos estábamos en hoteles diferentes. Se había ido el día y me venía durmiendo dentro del vehículo. Tantas habían sido las actividades, que había cometido un imperdonable olvido. Cómo habrá sido la avalancha de obligaciones a cumplir, que casi se me pasa una actividad sagrada: oír un partido de fútbol. El taxista iba cambiando de radios, hasta que de pronto se detiene en una, en la cual oigo al relator ecuatoriano decir algo que me quedó grabado: “faltan cuatro minutos para que termine el partido, y con este resultado Peñarol va a disputar la final de la Libertadores con Cobreloa”.

Le pido por favor al chofer que detenga el auto, para evitar que la onda pudiera perderse, y que subiera el volumen por un momento, pues quería verificar que lo que estaba oyendo era la pura verdad, y que la felicidad nacida en un instante coincidía con la realidad. Peñarol iba ganando, pero todavía no sabía el resultado, pues el relator hablaba con grandes palabras y exageraciones del lenguaje, insistiendo en la hazaña inesperada que estaba a punto de cumplir la oncena aurinegra, pero no mencionaba cifras. Hasta que por fin informó de que era solo un gol de diferencia, y que Flamengo buscaba desesperadamente empatar.

Fue un momento heroico, para los jugadores, y para mí, estoico. “Hoy ni Zico ni nadie le puede hacer un gol a Gustavo Fernández, que ha estado extraordinario bajo los tres palos”, dijo el relator antes de informar, “se van a jugar los últimos sesenta segundos de partido que Peñarol le va ganando a Flamengo con gol de Jair en el minuto 25”. Fue la eternidad más larga que viví dentro de un taxi. Cuando el juez dio por terminado el partido, salí del vehículo con ánimo desaforado. En medio de la oscuridad quiteña grité hasta quedar casi afónico el nombre del club que vengo siguiendo y alentando desde antes incluso de nacer. Fue un momento tan extraordinario e inolvidable, que para celebrarlo le dejé una buena recompensa al conductor por su paciencia y amabilidad. Nunca antes ni después le di tanta propina a un taxista.

Al regresar al hotel, y puesto que se me había ido el sueño por la tremenda felicidad vivida, me puse a leer los diarios ecuatorianos de esa jornada. En la sección deportiva de uno de ellos leí una noticia que decía que los jugadores de Cobreloa ya estaban preparándose “para la final con Flamengo”. No hay planear el futuro cuando ni el presente está seguro. Esa noche, aún vigente en las páginas doradas de la historia del gran club uruguayo, Peñarol le sacó el trozo de caviar de la boca a Flamengo, cuyos futbolistas lucharon hasta el último segundo para doblegar a un rival de fierro, imbatible en todas sus líneas. La historia casi vuelve a repetirse días atrás en Lima, pero esta vez el afán y tesón de los brasileños fue recompensado, porque River, tal cual había quedó evidenciado en 1966 y en 1982 (ese año le ganamos 4-2 de visitantes), no es Peñarol.

El partido contra Flamengo la noche del 16 de noviembre 1982, en Maracaná ante 91 mil espectadores que no pararon de alentar al equipo local hasta que el juez dio el pitazo final, fue el segundo maracanazo que hubo en el mítico estadio, tras el del 16 de julio de 1950. Fue un partido histórico por muchas razones, principalmente porque el gran club uruguayo derrotó a una de las mejores oncenas que ha participado hasta la fecha en la Copa Libertadores. Flamengo había sido campeón de la edición anterior y también ese año, 1981, derrotó 3-0 al Liverpool inglés por la final de la Intercontinental.

Por lo tanto, al año siguiente iba en busca del doblete. Todo indicaba que tenía todo a su favor para lograrlo, pues había conseguido retener a sus cuatro estrellas, Júnior, Adílio, Nunes y Zico. Sin embargo, el equipo uruguayo dirigido por el inolvidable Hugo Bagnulo le arruinó los planes. El Peñarol de la Libertadores de 1982 llegó a Maracaná tras haber hecho una campaña extraordinaria, luego de dejar por el camino a varios de los históricos del continente, como Grêmio, São Paulo y River Plate argentino.

Viendo el partido del sábado en Lima entre Flamengo y River Plate, la memoria se reactivó con una cantidad de vivencias asociadas a una noche de fútbol sin parangones, ocurrida hace 37 años y protagonizada por un club uruguayo en estado de gracia. Los recuerdos vinieron acompañados de una ilusión que no cesa, la cual después de los dos goles de Gabriel en la agonía del partido, se preguntaba a sí misma, ¿volveremos algún día los uruguayos, aurinegros y tricolores, a vivir una emoción extraordinaria, contra viento y marea, de esas que se salen del libreto y quedan inmortalizadas por decreto de la historia?

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