La nueva arquitectura del oficialismo

Los vacíos de conducción y diálogo que llena la asunción de Topolansky
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08 de octubre de 2017 a las 05:00
La asunción de Lucía Topolansky como cabeza del Parlamento y como subpresidente de la República ha significado cambios de gran impacto en la arquitectura política del oficialismo. Hay cuatro dimensiones en los cuales esos roles son altamente importantes: como motor del funcionamiento parlamentario, como articulador de la bancada oficialista, como articulador del oficialismo parlamentario con el oficialismo gubernativo (es decir, Poder Ejecutivo) y como articulador del oficialismo o de los oficialismos (gubernativo y parlamentario) con la oposición.

A lo que cabe agregar dos roles estrictamente políticos y no institucionales: uno es la relación entre la mayoría del Frente Amplio reflejada en la vicepresidente y la minoría reflejada en el presidente de la República, y el otro la articulación del propio MPP (en su interna y en su funcionamiento dentro del Frente Amplio).

Cómo venía el gobierno en esta primera mitad del periodo. En primer lugar cabe resaltar que Tabaré Vázquez –a diferencia de su primera administración– conformó un gabinete esencialmente presidencial y de escaso equilibrio en cuanto a reflejo de la representación parlamentaria.

Así es como el ala vazquista-astorista –con una representación parlamentaria de un tercio del oficialismo– contó inicialmente con ocho ministros (y ahora nueve), mientras el ala mujiquista –con circa dos tercios de la bancada oficialista– contó inicialmente con cuatro ministros (y ahora tres).

En cambio en su primer gobierno, aunque hubo desajustes en la proporcionalidad política, estuvieron sentados en el Consejo de Ministros los líderes de casi todas las corrientes frenteamplistas. La debilidad del rol político del vicepresidente Sendic agravó la distancia entre la rama ejecutiva del gobierno y el oficialismo parlamentario, al no haber un factor cotidiano de interlocución entre Vázquez y el mujiquismo.

Precisamente una de las fortalezas del gobierno anterior fue que el presidente Mujica por un lado y el vicepresidente Astori por el otro reflejaban en conjunto la totalidad del oficialismo, cada uno representativo de cada mitad del Frente Amplio (uno algo más de la mitad; el otro un poco menos de la mitad, pero equilibrio al fin).

Un segundo problema tiene que ver con la falta de articulación de Sendic tanto en el funcionamiento global del Parlamento como en el funcionamiento de la bancada oficialista. Allí hubo un vacío que fue llenado a impulso de algunos senadores, algunos diputados y hasta algunos miembros del Ejecutivo. Pero fueron dos años y medio sin timón.

A ello cabe agregar las dificultades de relación entre el oficialismo y la oposición, cuyo principal obstáculo lo significó la falta de un referente claro en el oficialismo. La oposición se quejó de no saber exactamente con quién hablar ni qué representatividad investían sus interlocutores, lo cual quedó claramente de manifiesto en los cortocircuitos habidos en la renovación de cargos en el Poder Judicial y los otros cuasi poderes del Estado.

No hubo una clara estrategia de negociación del Frente Amplio, sino impulsos diversos y contradictorios, estrategia y representatividad que sí la hubo ahora.

No cabe duda que para adentro y para afuera hay una señal clara de vértice parlamentario -del Parlamento como institución y del oficialismo como conjunto- con la asunción y las primeras señales dadas por Lucía Topolansky. Hay además una señal de orden, en la medida en que han quedado claramente fijadas las prioridades legislativas.

Y las primeras prioridades -con perdón de la redundancia- precisamente la constituyen temas de política exterior del país, altamente polémicas al interior del Frente Amplio, fijación de prioridades a instancias del Poder Ejecutivo pero cuyo orden fue determinado por la propia presidente del Parlamento.

Además, como ha sido manifestado por figuras de primera línea de la oposición, hay un muy buen diálogo con Lucía Topolansky y confían en ella como interlocutora. La suma de todo ello da como resultado que se ha llenado un gran vacío que generó el rol de Raúl Sendic.

El diálogo Vázquez-Topolansky no necesariamente será fácil. Más aún, Vázquez hace algunos movimientos para intentar demostrar que tiene otras vías de juego. Pero la realidad es que por esa dupla pasa el juego sustancial del gobierno en sentido amplio, es decir, del oficialismo. Y que de la interacción presidente y vicepresidente, de sus entendimientos y cortocircuitos, dependerá que haya o no un buen resultado.

Naturalmente que esto es en cuanto a la arquitectura, al continente, lo cual no necesariamente asegura un buen funcionamiento, el que dependerá de que además exista contenido.

Una lección que deja esta historia es cuán importante resulta que el vicepresidente de la República sea una persona con larga experiencia de conducción parlamentaria (no solo presencia en varias legislaturas, sino en un papel de conducción). Y va asociado a que una larga experiencia de conducción parlamentaria supone una larga experiencia política, de conducción política, de interacción con todo el espectro del partido gobernante (el que fuere) y de interacción con las figuras de los otros partidos.

Es un tema que necesariamente debe ser pensado en medio del fárrago electoral. Cuando se componen las fórmulas presidenciales no solo deben pensarse los equilibrios políticos internos (que son muy importantes) o el impacto sobre la captación de votos (que es necesario atender), sino que debe pensarse lo que viene después de la elección y que dura cinco años, ni más ni menos que cinco años, y que impacta y mucho sobre la efectividad de un gobierno.

Si esto robustece al oficialismo y a la cabeza del Parlamento, la debilitan el dar pasos que innecesariamente rechinan a la oposición y son mal vistos por a la ciudadanía, cuando el salteo de formalidades constitucionales para el otorgamiento de privilegios a quien se tuvo que ir. O cuando hay declaraciones que agreden a un colectivo científico del país.

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