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La particular historia de Olga, una alambradora uruguaya

Ella hace la diferencia en un país donde el 35% del trabajo rural femenino no es remunerado
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28 de noviembre de 2017 a las 05:00
Las manos de Olga Rodríguez no son como las de cualquier mujer. Son gruesas, anchas y ásperas; tienen cortes y cicatrices. También tienen las uñas despintadas y machucadas de todas las veces que se pellizcó con postes y tiras de alambre. Los únicos accesorios que usa son dos anillos, uno que perteneció a su abuela ya muerta y el otro es una alianza que comparte con Andrés, su pareja, aunque no están casados. Ambos anillos son sencillos, lisos, sin ornamentos. Cómodos.

Las manos de Olga son su herramienta de trabajo. No son como las de cualquier otra mujer porque no se dedica a lo que suelen dedicarse las mujeres en Uruguay. Ella alambra campos.

Hacer pozos en la tierra. Agujerear, alinear y clavar postes. Desenrollar, enhebrar y enroscar alambre. Cargar, traer, llevar, romper y arreglar, son tareas de todos los días. A veces en jornadas que superan las 10 horas. Haga frío o calor, haya barro o la tierra se resquebraje de sequía: ella hace un trabajo que, en tiempo de tecnificación, es casi una artesanía.

En simples palabras: su tarea consiste en dividir pedazos de tierra. Primero se agujerea el terreno, generalmente con una máquina, aunque cuando la superficie es rocosa, no queda otra opción que sacar la pala y ponerse a cavar. Luego se alinean los postes con una primera tira de alambre que funciona de guía y el resto consiste en atravesar la madera con el metal. Así durante hectáreas y hectáreas. Por lo general, Rodríguez cubre 800 metros cada dos jornadas.

Las mujeres en el ámbito rural son minoría
Las mujeres en el ámbito rural son minoría. Históricamente, han tenido una menor presencia que los hombres en el campo. A su vez, las que logran acceder a un trabajo remunerado, lo hacen en condiciones precarias y mal pagas, además de carecer de protección social y derechos laborales. Así lo constata un informe realizado por la CEPAL y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2016.

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Olga es una doble excepción a la regla. Además de tener un trabajo formal en el medio rural, lo hace fuera de las cocinas y los establos, escenario donde que por lo general se ubica a las mujeres.

Las mujeres en el campo sufren una doble segregación, según un estudio de la Dirección de Planificación de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Por un lado, son diferenciadas de los hombres en forma vertical, ya que los puestos de mayor jerarquía en las estancias son ocupados por ellos. Y por otro, en forma horizontal ya que las estadísticas muestran que las mujeres se encargan de las tareas domésticas y de limpieza. El sexo masculino está más vinculado a las tareas productivas como ser peones y operarios.

La liberación como único camino

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Olga, de 46 años, hace poco más de dos que se dedica a alambrar campos. Lo hace junto con Andrés Sosa, su pareja, quien la introdujo a un mundo que le era completamente ajeno. Si bien había tenido otros trabajos en estancias, siempre fueron los tradicionales, los esperados para una mujer que vive fuera de la ciudad. Primero cocinó para la cuadrilla de peones de un establecimiento agrícola. Luego ordeñó en un tambo. Finalmente se dedicó al trabajo doméstico, donde limpió y ofició de niñera en una residencia rural. Siempre en el departamento de San José, donde vive hace 35 años, luego de abandonar su Soriano natal.

Hasta que se cansó.

Luego de divorciarse de un marido que la prefería ama de casa, criando a los hijos, que trabajando –y mucho menos en el campo– conoció a Andrés en un baile. Olga define el avance de su relación de pareja así: " Un cosa llevó a la otra".

"Me di cuenta de que ya tenía a mis hijos criados. La más grande tiene 21 años. Y justo conseguimos con Andrés una oportunidad de trabajar juntos en una pequeña empresa de alambradores", cuenta Olga durante su pausa para almorzar mientras prepara una ensalada para acompañar el asado que sobró de la noche anterior.

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Esa pequeña empresa los contrató a ambos ya que Andrés tenía algo de experiencia con alambres y le enseñó todo lo necesario a Olga. El oficio suele aprenderse en la práctica ya que son pocos los lugares en lo que se puede estudiar la técnica. Ofrecen algunos cursos privados en Mercado Libre y en escuelas agrarias del interior del país. Andrés reconoce que su pareja aprende rápido y que en más de una oportunidad, la alumna superó al maestro.

La pareja trabaja de lunes a viernes en el campo que corresponda en esa semana. Las jornadas se dividen en dos turnos. Al mediodía y a la noche descansan en una modesta casa rodante que se convierte en hogar. Puede tocarles trabajar en cualquier punto del país, desde Canelones hasta Artigas. Los fines de semana suelen volver a San José a ver a sus hijos de matrimonios anteriores. El lunes de madrugada vuelven al campo y allí pasan el resto de la semana.

Iguales a Olga

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En los establecimiento rurales, el trabajo suele tener un división de sexo muy clara. Así lo dice uno de los estudios publicados en 2013 por la doctora en sociología Karina Batthyany. La especialista en temas de género además concluye que en el campo los hombres se encargan de las tareas productivas y las mujeres del trabajo "doméstico y de cuidados" no remuneradas. Sin embargo, en ese pequeño hogar itinerante que Olga y Andrés comparten, las labores de la casa también se reparten.

"Cocinamos de tardecita para que nos quede al otro día el almuerzo y así vamos, siempre juntos. Si uno hace una cosa, el otro hace otra. Tiene dos opciones: o me ceba el mate o me pela las papas", dice sonriendo Rodríguez.

La alambradora no suele tener contacto con otras mujeres rurales. Es difícil encontrarlas, dice. Mucho más complejo es dar con las que se dedican al alambrado. "Yo no he visto y no voy a ver, me parece, otra que haga esto", cuenta Andrés.
La alambradora no suele tener contacto con otras mujeres rurales. Es difícil encontrarlas, dice. Mucho más complejo es dar con las que se dedican al alambrado. "Yo no he visto y no voy a ver, me parece, otra que haga esto", cuenta Andrés.
Y agrega: "No he tenido ningún problema de maltrato y discriminación en los campos. Es más, me he sentado en una ronda con todos hombres a conversar y tomar mate con el respeto de todos".

La pareja tiene la agenda llena por lo que queda del año y ambos aseguran que 2018 será igual de prometedor para su rubro.

Olga disfruta de haber encontrado su vocación a los 46 años. No tiene muy claro qué significa el feminismo, pero lo ejerce todos los días.

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