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La revolución silenciosa

La revolución silenciosa. Carta del director, por Ricardo Peirano
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13 de noviembre de 2022 a las 05:00

Uruguay se caracteriza por su estabilidad institucional y social en un continente en permanente revolución. Pero la otra cara de esa invalorable estabilidad es la dificultad de realizar reformas estructurales para corregir errores o para adaptarse a los nuevos tiempos.

Cada uno de los cinco gobiernos de este siglo ha tenido en su agenda, con mayor o menor prioridad pero la ha tenido, la reforma de educación, la reforma de la seguridad social, la reforma del Estado y de sus empresas, la correcta forma de mejorar nuestra inserción internacional después del deterioro del Mercosur, el fomento de la inversión privada, tanto extranjera como nacional. En definitiva, la búsqueda de un modelo de crecimiento sustentable que permita salir de los vaivenes de los precios de las materias primas.

La propia alternancia de partidos de distinto signo ha sido funcional a fortalecer la estabilidad institucional, así como la reputación del país en el cumplimiento de sus tratados y compromisos. Pero reformas de porte se han realizado con mucha dificultad o están aún pendientes y pasan de un gobierno a otro.

De hecho, cabe destacar la continuidad de la política forestal iniciada en el primer gobierno democrático. La oposición inicial de los sectores de izquierda se transformó en apoyo con el paso del tiempo. Y lo mismo ocurrió con el cambio de la matriz energética. Lo que fue una ley del año 97, contestada con un referéndum que fracasó en derogarla, permitió que luego, bajo sucesivas administraciones del Frente Amplio, se cambiara por completo nuestra matriz energética con energías renovables y con participación de privados.

Pero hoy es mucho más difícil llevar a cabo reformas que toquen áreas del Estado. Lo experimentó el presidente José Mujica con la educación y la reforma del Estado. Lo vivió en carne propia el presidente Tabaré Vázquez, quien para llevar a cabo el Plan Ceibal tuvo que hacer un amague a los gremios docentes e implementarlo vía el LATU. Lo vivió el presidente Luis Lacalle Pou con su ley de urgente consideración que, sin introducir reformas trascendentes ni tocar monopolios, fue igualmente llevada a referéndum y estuvo cerca de ser derogada. Así y todo, Uruguay en lo que va de este siglo se ha posicionado como un país serio, atractivo para inversores, y confiable. Y gracias a las inversiones de las tres plantas de celulosa, a la inversión argentina en el agro, y al boom de las materias primas, se logró una buena tasa de crecimiento. Pero lamentablemente el crecimiento tendencial del PIB sigue siendo bajo: entre 2% y 2,5% anual. Uruguay debe aspirar a más.

Y a eso se abocó el Test & Invest que organizó el BID en Punta del Este entre el 3 y el 4 de noviembre y que atrajo a 500 empresarios de unos 50 países. Según los referentes del banco Matías Bendersky y Fabrizio Opertti, “un clima político favorable, la solidez democrática, la estabilidad social y una sólida posición macroeconómica hacen de Uruguay un entorno ideal para hacer inversiones exitosas, previsibles y rentables”.

Sin embargo, no todo es soplar y hacer botellas. Uruguay tiene aún carencias a resolver. Por suerte ninguna de ellas requiere ir a una reforma que genere la resistencia de los gremios a “lo privado” (baste pensar que aún hoy el gremio de UTE se lamenta de haber perdido el referéndum contra la ley que cambió el marco regulatorio del sector energético cuando ya se hizo la revolución en ese sector vital).

Quedan pendientes otros temas. Según Bendersky, el país viene trabajando en la superación de tres barreras principales: mayor posicionamiento internacional y conectividad con el mundo; fortalecimiento y coordinación de instituciones y procesos para concertar actividades de inversión y reinversión; y, muy relacionado con la innovación tecnológica que hace al corazón del foro, la necesidad de contar con mayor cantidad de talento, dado que es un cuello de botella crucial para el crecimiento de estos sectores.

Prueba del camino recorrido en silencio pero eficazmente es el de la industria del software, que comenzó sin apoyos especiales y hoy exporta US$ 1.000 millones anuales. Su mercado: el exterior. Su talento: los uruguayos. Su potencial: enorme.

Es el desafío que se plantea a todo el país. Que nosotros lo vemos. Los inversores extranjeros lo ven y el propio BID lo ve. Pero debe hacerse realidad. La sociedad del conocimiento debe potenciarse y debe incluir a todos los uruguayos. Debe atraer también a empresas extranjeras y talento extranjero.

Lo decía en ese mismo evento el presidente Lacalle Pou al recordar que con “la libertad responsable, Uruguay fue atractivo para que mucha gente venga a invertir y a quedarse”, y traer “sus mejores prácticas al país”. Y que el gobierno sigue trabajando con el sector privado para “atraer talentos del exterior, uruguayos o extranjeros, que vengan a vivir y a trabajar a nuestro país”. Y “el talento nacional no se puede sustituir, se puede hacer todo en infraestructura pero si no hay talento las cosas no se logran”.

Esa es la revolución silenciosa en la que Uruguay está empeñado y debe avanzar más aún. La revolución de pasar de ser un país cuya riqueza se basa mayoritariamente en las materias primas a uno en la que se basa en el conocimiento, en las reglas de juego claras y estables, y en la continuidad de las políticas. Por eso, cumbres empresariales como las que realizó el BID, se pudieron hacer en el gobierno de Mujica (2011) y se podrán hacer dentro de tres años con el próximo presidente que elija la ciudadanía en 2024. Esa estabilidad es lo que hay que cuidar y agregarle velocidad para estar a la altura de los cambios.

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