Aparicio Saravia

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La sombra de Saravia y de Lacalle Pou acecha a los candidatos blancos

En un partido acostumbrado a líderes carismáticos, los postulantes nacionalistas no la tienen fácil para dar la talla
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26 de agosto de 2022 a las 15:35

Aparicio Saravia, el hombre que tras sus peleas a campo abierto fue venerado por generaciones de blancos a lo largo de tres siglos, dejó un legado que es, a la vez, orgullo y desafío para los herederos nacionalistas.

En Saravia germinó una estirpe de líderes que, para serlo, necesitaron ejercer de caudillos, de jefes carismáticos y emotivos, de esos que mandan mucho y consultan poco, dejando a su paso poca sombra como para que descanse algún adversario.

A diferencia del Partido Colorado o del Frente Amplio, más proclives a los liderazgos colectivos y racionales, los blancos apelaron a las pasiones desatadas por Luis Alberto de Herrera, Wilson Ferreira, Luis Alberto Lacalle o Jorge Larrañaga. Casi todos fueron cuestionados en el inicio de sus trayectorias pero lograron asentar su poder cuando demostraron que eran capaces de doblegar a sus adversarios internos.

Esa necesidad de los blancos de contar con un dirigente que aglutine a la mayoría de los suyos con indiscutible autoridad, se cierne sobre los precandidatos presidenciales del Partido Nacional que intentarán levantar cabeza con miras a las elecciones de 2024.

Porque, aunque con menos trayectoria que sus líderes antepasados, Luis Lacalle Pou también resulta una pesada carga para quien quiera tomar la posta de su liderazgo. El ahora presidente supo dejar atrás las críticas de quienes le enumeraban sin piedad sus flancos débiles.

Lacalle Pou creció hasta devolver a los blancos al gobierno luego de juntarlos tras su candidatura en la primera vuelta, y de convencer al resto del bloque no frentista para que lo siguieran en el balotaje. Con aciertos y errores, en el ejercicio de la presidencia mostró la ascendencia que tiene sobre todos sus correligionarios –no solo los de su bloque político– y se ganó el lugar de líder indiscutido del partido. La muerte de Larrañaga en 2021 lo dejó solo en esas alturas. 

Es cierto que el perfil de caudillo suele estar presente en muchos intendentes blancos –Carlos Moreira (Colonia), Carmelo Vidalín (Durazno) y Sergio Botana (Cerro Largo), entre otros– pero el alcance de su influencia no trasciende mucho más que el límite departamental.

Y a falta de un sistema de reelección presidencial, el lugar de candidato blanco para los próximos comicios luce un estado de evidente vacancia.

Con aciertos y errores, en el ejercicio de la presidencia Lacalle Pou mostró la ascendencia que tiene sobre sus correligionarios y, tras la muerte de Larrañaga, se quedó con el único lugar de líder indiscutido.

Por eso en el Partido Nacional están expectantes acerca de las dotes que mostrarán los postulantes cuando la campaña electoral exponga aún más sus fortalezas y debilidades. Es allí, dicen, donde deben mostrar madera para, al igual que los líderes históricos de su partido y tal como lo hizo Lacalle Pou, alzarse por sobre las críticas y cimentar su ascendencia sobre el resto de los blancos.

Ese difícil trance deberá transitar, por ejemplo, Álvaro Delgado, quien pretende encolumnar tras de sí a los lacallistas y seducir a aquellos que apoyaron al fallecido Larrañaga. Y, tal vez, se anime a intentarlo Jorge Gandini con su Por la Patria. O Laura Raffo desde el lado del herrerismo tradicional, o Beatriz Argimón desde el ala wilsonista, ambas corriendo con el handicap de ser mujeres en un partido de liderazgos masculinos.

Lo cierto es que –pese a las ventajas que parece tener Delgado en las primeras encuestas– no hay un emergente cantado en un partido que tantos caudillos ha dado. Y por eso, antes de decidir dónde encolumnarse, los dirigentes de segunda línea esperan a que llegue el 2023.

En el entorno del presidente Lacalle Pou saben que este no caerá en el error cometido por otros mandatarios que nombraron delfines ahogados luego en la orilla. No habrá un dedo señalador, pero se considera un hecho que Lacalle Pou se dará maña para que la gente se entere de quién será el postulante que contará con su simpatía. Y esa simpatía, dicen, no nacerá de confianzas personales, sino del convencimiento de que el hombre o la mujer elegida será quien mejor persuada con sus ideas, pero también seduzca con su personalidad cuando recorra los caminos del país. La tentación de comparar carismas pasados con temperamentos presentes será inevitable.

Lo cierto es que no hay un emergente cantado en un partido que tantos caudillos ha dado. Y por eso, antes de decidir dónde encolumnarse,  los dirigentes de segunda línea esperan a que llegue el 2023.

Desde el Partido Nacional se estima que aquellos que a mediados del año que viene no se hayan destacado sobre el resto de sus correligionarios, difícilmente tengan chance de representar a los blancos cuando llegue el 2024.

No falta mucho para que los aspirantes a candidatos deban demostrar que, además de postulantes, son líderes. En esa ardua faena, la sombra de los caudillos pasados y la presente influencia de Lacalle Pou, los acechan.

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