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La trama rusa: la civilizacion occidental bajo amenaza existencial

Occidente padece síntomas de hundimiento
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29 de enero de 2019 a las 05:02

Son varios los síntomas sobre la decadencia en la que pareciera hundirse Occidente, la que no tendría vías de salida por lo menos en el corto o mediano plazo.

Desde la elección de Donald Trump en el 2016, existen indicios cada vez más contundentes de que su discurso mesiánico ha sido una retórica para acceder al poder de la principal nación democrática y liberal del mundo e iniciar un proceso de debilitamiento de este orden, alineado ideológica y políticamente con la cosmovisión de Vladimir Putin y su propia agenda desestabilizadora. Es esto lo que se escondería detrás de la supuesta “colusión”.

¿Cómo se explicaría también el clima de conflicto instalado con los aliados históricos tradicionales de Washington, como Canadá, Europa y Japón?

El New York Times señaló que el FBI comenzó una investigación sobre Trump en el 2017 cuando despidió al entonces director del FBI, James Comey. La investigación que hizo el FBI procuraba descubrir si acaso Rusia había influenciado a Trump para que tomara la decisión de despedir a Comey. Mientras que el Washington Post publicó recientemente que Trump ha ocultado detalles acerca de sus reuniones con Putin, a los propios miembros cercanos de su administración, llegando inclusive a confiscar las transcripciones del intérprete.
En este contexto, ¿cómo se explica esta trama rusa y su posible impacto en Occidente? Un factor esencial sería la arquitectura de la geopolítica de Putin, con raíces en la vieja Rusia imperial, “aggiornadas” a un expansionismo hostil. Herida en su orgullo por el “síndrome de Versalles” -en alusión al funesto armisticio con el que las potencias victoriosas de la Primera Guerra Mundial humillaron a Alemania, gestando así al nazismo- Rusia actúa ahora en respuesta a su propia marginación.

En el plano internacional, su comportamiento autocrático compone la esencia de esa visión del regreso de una “gran Rusia” al concierto de potencias mundiales. Aunque su economía es de segundo orden, es por la vía geopolítica a través de la cual Rusia se ha podido insertar como un agente ineludible en materia de negociaciones en asuntos globales. Pero esta condición comenzó a transformarse en la de un antagonista peligrosamente desestabilizador, proceso que se ha ido acentuando en los últimos años y especialmente durante el 2016, el año electoral en los EE.UU.

El segundo fundamento está en la cosmovisión que sostiene esa filosofía y explicaría el comportamiento de la Rusia actual, cuyo principal objetivo, tal como lo señalaba el historiador Tony Judt, es el de consolidar su carácter imperial “euroasiático”, el de una gran nación llamada a liderar y a ejercer influencias políticas desde este amplio espacio, con una identidad propia, ni exclusivamente europea ni definitivamente asiática. La recuperación de Crimea fue una audaz prueba a las capacidades de reacción de esas fronteras, y de la OTAN, como ejemplo de ejercer esas influencias sin llegar todavía a cruzar el umbral a expansionismo militar.

Esta cosmovisión combina varios componentes que es lo que le dan a la Rusia actual una peligrosa excepcionalidad: afán imperial, nacionalismo y tradicionalismo conservador, una combinación muy poderosa porque reúne aspectos políticos y culturales. 
Uno de sus principales ideólogos es Alexander Dugin, un politólogo que según The Guardian se ganó el apodo de ser el “Rasputín” de Vladimir Putin y cuya visión ayuda a explicar el Brexit, la victoria Trump y el surgimiento global de la ultraderecha. Dugin promueve las tradiciones en oposición al liberalismo, a la autocracia contra las instituciones democráticas y la uniformidad severa y rígida frente al pluralismo de la Ilustración. En “La Cuarta Teoría Política” (2009) Dugin le da coherencia a una ideología, con la cual, en particular, es difícil encontrar grandes diferencias con el fascismo, la que reemplazará a la democracia liberal.

Frente a esta Rusia, Estados Unidos transitó desde la indiferencia cuando no el desprecio y sin interpretar sus potenciales amenazas, a la de un antagonismo casi hostil. Para entonces el daño ya estaba hecho, y la estrategia geopolítica de Putin, comenzó a actuar, en su influencia desestabilizadora de Occidente.

Los factores que alimentan el actual medio ambiente sociopolítico y cultural opuesto a la globalización, como la frustración, los temores y la inseguridad laboral, la xenofobia y finalmente el descrédito de la clase política, vista ahora como inoperante y cómplice en la gestación de todos los males, forman un cocktail inflamable.

Los desplazamientos del empleo y capitales a mercados más baratos, agregaron mayor inestabilidad en Occidente. La crisis financiera mundial del 2007 y la recesión que le siguió, exasperó aún más la volatilidad social. En el 2016 esa volatilidad se transformó en un presidente y en sus promesas de espantar a los demonios.

Ese mismo proceso fue lo que en junio del 2016 impulsó a una mayoría de británicos enojados a votar por el Brexit. Trump y el Brexit serían el momento crítico que marcó el retroceso de un orden mundial democrático-liberal, sostenido sobre un capitalismo impulsado por bajos costos y saltos tecnológicos. 

Son parte de este deterioro la guerra comercial con China, declarada por Trump, quien a su vez mantiene jaqueado a su propio país, así como un sistema político en el que el extremismo de ultra derecha crece en participación electoral y parlamentaria y en gobiernos como los de Italia, Turquía y Hungría y movimientos de protesta en Francia que ya le costaron la caída de intención de voto a Macron rumbo a las elecciones parlamentarias europeas en mayo frente a Marie Le Pen.

Detener a Putin y su expansionismo sobre Occidente requiere un poderoso liderazgo político en el apoyo democrático, empezando por los EE.UU. y que endurezca su posición con Rusia, en la defensa de los valores democráticos por diversos medios. Pero fundamentalmente, Occidente necesita renovar su contrato con sus componentes esenciales: la política, la economía y sus desencantadas sociedades para recuperar y sostener el equilibrio perdido. Porque aun asumiendo que esta decadencia será finalmente superada -aunque no estará libre de momentos muy complejos en el mediano plazo- a la humanidad le espera resolver los dañinos efectos de su propio progreso, ante los cuales, este planeta ya le está mostrando sus propios límites y señales. Y este será quizás el último factor de unidad necesaria frente al desafío existencial más extremo que enfrentamos.

 

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