Esta es la primera semana en un año en que siento que tengo el derecho –y algunos fundamentos– para sentir optimismo sobre el control de la pandemia. Pocas emociones son tan ambivalentes como la esperanza en estos tiempos, porque ser optimista cuando estamos en pico de casos, muertos todos los días, muchos uruguayos en CTI y muchísimos más sufriendo las consecuencias de la pandemia por la crisis económica, corrés serio peligro de que te consideren inocente o, lisa y llanamente, tonta. Y puede ser que sea ambas cosas, o alguna. O ninguna.
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