Un presidente solo o, lo que es peor, muy mal acompañado. O lo que es aún más grave: sabedor de las irregularidades que ocurrían en su alrededor. Y un gobierno irremediablemente herido de consideración en medio de la incipiente campaña electoral. Ese es el paisaje devastado que dejó tras de sí el escándalo que se llevó puesto al canciller Francisco Bustillo y cuyos alcances aún son inesperados.
Los hechos son lapidarios: al declarar este miércoles como imputada en la causa por la que se investiga si hubo irregularidades en la entrega del pasaporte al narcotraficante Sebastián Marset, la exviceministra Carolina Ache entregó al fiscal una serie de pruebas que fueron divulgadas por el semanario Búsqueda.
De ellas surge que el canciller Bustillo le sugirió a Ache que no aportara a la investigación administrativa en curso un chat que intercambió con el subsecretario del Ministerio del Interior, Guillermo Maciel, en la que este le advertía que Marset era un “narco peligroso”.
Pese a esa advertencia, el gobierno le habilitó un pasaporte al narcotraficante, y esto motivó que la oposición interpelara y llamara a responsabilidad a los ministros del área. Todo aquello terminó con la única consecuencia de la renuncia de Ache. Pero la militante colorada que ingresó a la actividad política de la mano de Ernesto Talvi se tenía guardada una carta envenenada.
En las grabaciones entregadas a la Justicia Bustillo aparece diciendo cosas como las que siguen: “Que se mande al frente Maciel, vos perdé el celular. Estoy imaginando, viste, escenarios que no conozco, honestamente no conozco. Pero en diciembre o enero se te perdió el celular… Pero ahora vamos sorteando, hay que ir sorteando, ¿viste? Esto es paso a paso, ¿viste?
Luego, Ache le recuerda a Bustillo que Maciel también tenía el mensaje en el que advertía acerca de Marset. “Pero yo no creo que Maciel sea tan tarado de blanquearlos. Yo no puedo creer. Se pegaría un tiro en el pie”, le contesta el ahora excanciller.
El tiro salió disparado y provocó bastante más daño que en el pie de Maciel. Para peor, Ache declaró que el asesor de Presidencia, Roberto Lafluf, la citó a ella y a Maciel en el piso 11 de la Torre Ejecutiva –allí donde trabaja el presidente Lacalle Pou– y les pidió que borraran los chats entre ambos, y que consiguiera un escribano para que dejara constancia de que esa conversación nunca existió. Agregó que Lafluf destruyó un documento de Cancillería en el que constaba el intercambio con Maciel.
Además, Ache aportó un chat en el que Lafluf le dice que la cita la hizo a pedido de Lacalle Pou. Por ahora, estos hechos provocaron la renuncia de Bustillo y un impacto político sin precedentes en el transcurrir de la actual administración.
Desde el propio oficialismo, se pidió la remoción de los involucrados y el líder de Cabildo Abierto, Guido Manini Ríos, dijo que está convencido de que Lacalle Pou dio algún tipo de orden en este caso y reclamó además la remoción del ministro del Interior, Luis Alberto Heber.
Incluso desde Batllistas liderado por el expresidente Julio Sanguinetti –sector que ha sido uno de los más leales socios del mandatario– esperan que los participantes del episodio sean descabezados.
Resulta difícil razonar por qué los funcionarios de gobierno armaron el escandaloso entramado solo para tapar un chat en el que se alertaba que Marset era un tipo peligroso. Una chat del que luego se supo su contenido y que poco o nada golpeó al gobierno.
Ahora, la palabra la tiene Lacalle Pou. El presidente supo sortear asuntos que parecían difíciles de vadear como el episodio que terminó en la cárcel con su jefe de custodia, Alejandro Astesiano. El nuevo escándalo supondrá una prueba de fuego en la que sus explicaciones estarán bajo la lupa de propios y extraños. ¿Dirá, como en el episodio de su guardaespaldas, que se vio traicionado en su buena fe? ¿Qué responsabilidades asumirá? ¿Cómo evaluarán sus compañeros y adversarios las explicaciones?
Lacalle Pou regresa este sábado de Estados Unidos donde lo sorprendió la tormenta política antes de su reunión con Joe Biden. De sus palabras, más precisamente de la credibilidad de sus palabras, y de sus acciones, dependen muchas cosas. Está en juego su imagen presidencial que, hasta el momento, supo mantener a salvo de vaivenes políticos, pero también la estabilidad de la coalición gobernante cuyos socios bullen de rabia y de decepción.
Es probable es que Lacalle Pou destituya a todos los involucrados en el zafarrancho, y es exagerado considerar que el episodio lastima la institucionalidad del país. En todo caso, como fue dicho, hiere profundamente al gobierno y siembra un poco más de desconfianza en la fiabilidad de ciertos políticos. El episodio es tan trascendente que las implicancias electorales conviene dejarlas para otra Pincelada.