Un presidente solo o, lo que es peor, muy mal acompañado. O lo que es aún más grave: sabedor de las irregularidades que ocurrían en su alrededor. Y un gobierno irremediablemente herido de consideración en medio de la incipiente campaña electoral. Ese es el paisaje devastado que dejó tras de sí el escándalo que se llevó puesto al canciller Francisco Bustillo y cuyos alcances aún son inesperados.
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