Luis Lacalle Pou asume las riendas de Uruguay en una Sudamérica aún marcada por los temblores que la recorrieron de norte a sur durante el segundo semestre de 2019. Un desafío para la propuesta de “actuar en conjunto y moverse rápido” que ha esgrimido el próximo mandatario y, a la vez, una oportunidad para jugar un rol significativo desde la democracia señalada comúnmente como la más sólida de la región.
Coincide el fin del largo ciclo “progresista” del Frente Amplio con el cambio de vientos en la región, en la que solo la Argentina de Alberto Fernández –y Cristina Fernández de Kirchner– retrotrae a aquella suerte de impronta bolivariana que durante poco más de una década agitó el escenario regional y más allá.
Las convulsiones internas de cada país, de mayor o menor calado, obligan a mirar el ombligo propio, ante el riesgo de perder un poder que ha mostrado su cara más frágil: de Sebastián Piñera a Lenín Moreno, de Martín Vizcarra a Iván Duque. Nombres emergentes, la mayoría, en lugar de los fuertes liderazgos del fallecido Hugo Chávez, o de los en apariencia desplazados de la primera posición de mando, Evo Morales, Lula da Silva y Álvaro Uribe.
¿Será la hora de recomponer equilibrios, de acercar posiciones, de ver más allá de la parcela ideológica? Si así fuera, Uruguay tendrá cosas que decir, sostenida sobre una democracia saludable, aunque no exenta de riesgos, y una tradición, precisamente, de equilibrio a la que alude con frecuencia Lacalle Pou junto con una sintonía política interna alejada de las crispaciones de los vecinos “del barrio”.
El gobierno electo, que en horas asumirá sus funciones, ha mandado ya algunas señales claras de por donde moldeará su política regional: primero, fortalecimiento de la Organización de Estados Americanos, OEA, como el espacio natural de la política hemisférica, lo que incluye el apoyo a la reelección de Luis Almagro en la secretaría general del organismo. Menos agrupaciones, como el fallido Mecanismo de Montevideo, y no solo, y más iniciativas consensuadas.
Sobre la papa caliente que significa el caso venezolano, Uruguay tendrá una mirada y una ejecutoria distinta. Una posición muy firme y clara en categorizar el régimen de Maduro como una dictadura pero sin reconocer a Juan Guaidó como presidente legítimo de Venezuela.
Tampoco se sumará al Grupo de Lima, cuya capacidad real de influir en la crisis venezolana está estancada y cuestionada desde meses atrás.
Pero donde tendrá que hilar aún más fino el gobierno de Lacalle Pou es en el escenario del Mercosur, en el que las relaciones entre Jair Bolsonaro y Alberto Fernández, a pesar de la reciente reunión de sus cancilleres, presagia nuevos nubarrones.
La toma de posesión pudo haber sido el marco del primer encuentro entre los mandatarios de Brasil y Argentina, que se frustró finalmente por la imposibilidad de Fernández de asistir. Montevideo como escenario de un probable acercamiento, enseñando el camino de una postura de equilibrio que puede ser crucial para la pervivencia del acuerdo.
Más allá del ámbito del Mercosur, Lacalle Pou también apostará por una buena relación con Fernández. Un interés, por lo demás, mutuo. Para el mandatario argentino, su par uruguayo, –joven, pragmático, con menor carga ideológica– puede ser un interlocutor válido ante un previsible aislamiento.
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