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Las esperanzas en Sudáfrica con el “delfín de Mandela”

Ramaphosa ganó con menos apoyo del previsto
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19 de mayo de 2019 a las 05:00

Sudáfrica comienza una nueva fase de su historia bajo el influjo del líder del Congreso Nacional Africana (ANC), Cyril Ramaphosa, electo presidente el pasado miércoles 8. 
Ramaphosa venía ocupando el cargo en forma interina luego de haber desplazado en febrero de 2018 a Jacob Zuma, político de su mismo partido, famoso por su incompetencia de gobierno y cuestionado por denuncias de corrupción, que dieron lugar a años perdidos en la nación. Zuma renunció a la presidencia bajo presión y actualmente se enfrenta a más de 700 acusaciones por hechos ilícitos. 
Lo cierto es que Ramaphosa, considerado “el delfín de Mandela”, reaparece en la escena política sudafricana como un reformador visto como honesto y con tremendas habilidades políticas, habiendo sido una de las principales cabezas en las negociaciones que persuadieron el régimen del apartheid a ceder su poder en tiempos de transición. 


Fue entonces, en los inicios de la década de 1990, cuando Nelson Mandela convirtió al ahora presidente en uno de sus referentes ante el poder blanco. Para el emblemático líder sudafricano, Ramaphosa era uno de los dirigentes “más talentosos de la nueva generación”.
Sin embargo, “la gran apuesta de Sudáfrica en Ramaphosa” (tal como lo expresa The Economist) no arrasó en las elecciones como muchos políticos y analistas proyectaban. Si bien el ANC conserva una mayoría con el apoyo de 9,1 millones de electores (casi 58% del total), esto representa un retroceso de cinco puntos en comparación a los comicios de 2014. La Alianza Democrática (DA), por su parte, conservó su puesto de principal partido de la oposición con 20,6% de los voto; también sufrió un retroceso con respecto a 2014 cuando superó el 22%. 
El ANC, que es el partido histórico de Mandela, ha estado 25 años en el poder, pero las tendencias muestran que poco a poco ha ido perdiendo cierto predominio.Lejos de tener la visión y el carisma del venerado Mandela, Ramaphosa igual representa su legado y es un líder respetado. Ya no tendrá que lidiar con el horror del apartheid, sistema que prometía una buena vida solo para los blancos y de brutalidad extrema contra la mayoría negra durante décadas, pero sí deberá enfrentar las secuelas de ese fenómeno aún 25 años después de su final, y sobre todo,  la corrupción que caracterizó a los gobiernos posteriores.


Sus desafíos

La confianza de la población está puesta en que Ramaphosa pueda limpiar a su propio partido, ANC, y reparar a la nación del daño de la gestión de su predecesor, un gran desafío si se tiene en cuenta que los aliados del expresidente Zuma se mantendrán en el gabinete. 
Devolver la credibilidad del ANC es lo que ha venido haciendo Ramaphosa en los últimos meses, aunque existen algunas figuras claves en lo interno -verdaderas mafias- que parecen enquistadas y pueden socavar sus planes y reformas de gobierno. 
Es una pena saber que el ANC, que combatió de frente al apartheid y ganó inmenso prestigio en el plano de los derechos humanos por ello, tenga miembros señalados por sus negociados oscuros. Esa sombra también enluta el prestigio de otros partidos en Sudáfrica en este momento.

Uno de los ejes más polémicos que deberá enfrentar Ramaphosa será la reforma agraria, un tema álgido ya que el ala de extrema izquierda del ANC ha implementado expropiaciones de tierras sin compensar a los afectados y se mantiene firme en estos lineamientos. 
Si bien el gobierno de Mandela dijo en su tiempo que los reclamos de tierras estarían resueltos para el año 1998 (el apartheid finalizó en 1994), hoy en día muchos de los casos permanecen confusos por su complejidad y burocracias. Ramaphosa abordará ese tema con sus políticas de transformación económica, pero se desconoce el alcance real de su capacidad de maniobra.

El crecimiento económico de Sudáfrica está estancado. Es más, el año pasado el país entró en recesión, las inversiones brillan por su ausencia y la deuda pública ha tomado vuelo; estaba en 26% en 2008-2009 y alcanzó 56% en 2018-19.
La industria minera es, efectivamente, un importante empleador y contribuyó con 7,7% al PIB en 2017, según estadísticas oficiales, pero ha perdido mucho peso.  Este sector representa 25% de las exportaciones totales.
Pero el país tiene potencial; se trata de la economía más industrializada de África, con las mayores reservas mineras del mundo y fuerte en agricultura.


Cerca de la mitad de los sudafricanos nacieron al final del apartheid y tienen expectativas -y exigencias- en relación al nuevo sistema político, sobre todo en el plano laboral. El índice de desempleo es del 27%; demasiado alto y resistente a bajar. El 40% de los jóvenes de entre 15 y 34 años no tienen trabajo, educación o capacitación. Esto aumenta la inequidad, actualmente una de las mayores del mundo, y amenaza el futuro. El problema de seguridad pública se suma al de la economía. Desde el año 2000 a 2017 se registraron cerca de 300 asesinatos políticos, muchos de ellos de miembros de la ANC.  


Lo que vendrá

Aunque el ANC de Mandela obtuvo más del 50% de los votos, la tendencia electoral de largo plazo muestra que los partidos pierden apoyo popular elección tras elección, un fuerte desafío para un presidente que hereda una gestión corrupta que ha desprestigiado al oficialismo.  
Existen esperanzas en el liderazgo de Ramaphosa, quizás demasiadas al estar concentradas en una sola persona que, además, ya enfrenta obstáculos en su propio partido. 
Gran parte de los logros de su gobierno dependerá de en qué grado podrá reforzar y sanear las instituciones.
Sin ello, Ramaphosa, hombre de negocios y millonario de 65 años de edad, no podrá atraer capitales extranjeros que contribuyan a dar un salto a la economía. 

Los analistas proyectan un crecimiento económico del orden del 2% en los próximos tres años, pero para que haya un fuerte impacto en el empleo debería llegar a 5% durante 25 años.
La lucha contra la corrupción es donde está el mayor desafío del nuevo gobierno. Los analistas advierten que si no cambia el actual estado de cosas, el país podría caer en una crisis de gobernabilidad y en un escenario similar al de las protestas de la Primavera Árabe de 2011. No obstante, Ramaphosa, el hijo predilecto de Mandela,  hoy está en condiciones de calmar el caldeado ánimo popular.

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