La primera vez que la abuela llenó el consentimiento informado, en el Batallón de Infantería 1.

Nacional > Historia de vacunación contra el covid-19

Las horas que creí en fake news

Sobre el día que llevé a vacunar a mi abuela contra el covid-19 y me costó festejarlo
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11 de mayo de 2021 a las 11:06

No-mevoy-a-va-cu-nar. Ella es Beba, 80 años. La divorciada de un tupamaro, la que iba a marchas contra George Soros y el glifosato. La que le da likes a Gustavo Salle  —"ese no le tiene miedo al poder"— y no se pierde las audiciones de César Vega —“¡es ingeniero!"—. La que saca de su cartera una botella que fue de vino y ahora es de CDS y se toma unos buches. Sí, Chlorine Dioxide Solution, lo que algunos, como mi abuela, le atribuyen poderes mágicos —"soy la prueba viva, estoy mejor que nunca"— y otros, como el MSP, la OMS, la ciencia, le atribuyen peligros hasta de muerte.

La abuela fue la primera a la que escuché hablar de farmafias, de plandemia, de las teorías —para ella, verdades— contra Bill Gates y el objetivo último del covid-19: matar a los viejos. Y más allá: disminuir la población mundial

Hace un año que discutimos mucho. Muy fuerte. Nos medimos en argumentos. Nos enojamos. No había caso. La abuela es una convencida de lo que lee. 
—¿Dónde, abuela? 
—En internet. 

No distingue Google, sitios web, Facebook ni otras redes sociales. Todo es "internet". 

No hubo periodista, no hubo noticia de TV ni portal informativo que la moviera de posición. Le hablé de todas las personas vacunadas, de lo rápido y organizado que era el sistema, de mi alergista, de conocidos muertos por covid, jóvenes, sin aparentes patologías. La hice escuchar a Rafael Radi, a Arturo Briva, a Alejandro Chabalgoity.  

Esa noche me dijo:
—O sea que, aunque no me enferme, puedo ser portadora, puedo contagiar a otro. 
—Sí, abuela. 

A la mañana: 

—Y en el supuestísimo caso de que decida vacunarme, ¿cómo tendría que hacer? 

La agendé. Doce días después tuvimos fecha y hora: Batallón de Infantería 1, ruta 8, a las 15.30.

—Ahí no me vacuno. Mirá si yo voy a entrar a un batallón militar. 

Llegó el día y amaneció con un dolor "acá, en el costado". El corazón, dijo. Era más abajo en realidad, en las costillas. Daba igual, estaba enojada: 

—No lo hago por mí ni por vos, lo hago por mis bisnietas. 

Fuimos al Batallón. 
Estábamos entrando y la frenó la enfermera que la había recibido, porque se había olvidado de preguntar: ¿alergias? 

—A la anestesia, sí. Además hice tres edemas de glotis. 
—Ah, no. Venga, siéntese allá. 

Allá: una carpa militar, con sillas, al aire libre, sensación térmica de pocos grados. 

Esperamos a la nurse. La nurse esperaba respuesta de un médico. 

—Hay que vacunarla en un lugar con CTI, por si reacciona mal. 
—¿Alguna vez pasó algo?  —le pregunté a la nurse. 
—Que yo sepa, no. Pero no pasa, hasta que pasa. 
—Siempre soy esa excepción —zanjó la abuela. 

Esperamos una hora. El silencio entre ella, la silla entremedio, y yo cortaba más que el frío. 
Me miraba de reojo y era como si dijera: me estás matando. 

Le pregunté qué le dijo su médico sobre la vacunación y me respondió que no la atendió, que no había fecha, que fue otro el que le dijo que podía vacunarse, pero que si su médico la hubiese atendido le hubiera dicho que mejor no

Capaz que tenía razón, pero la ignoré. Me escribió su hija, mi madre, ya vacunada. "Capaz que no es para ella, ¿y si le hace mal? Son señales, por algo la demoran. Que no se vacune". 

Empecé a dudar. Y ahí, habló:
—Si me pasa algo, lo vas a publicar en El Observador. 
—¿Querés hacer un experimento? 
—Vas a ver, yo sé lo que te digo. 

Nos mandaron al SMI, a media hora de ruta 8. Si la abuela tenía razón, ese podía ser el último viaje en auto con ella, la última charla. Y la Beba estaba enojada. 

Nos agarramos del brazo y caminamos cuatro cuadras. Halagué la gabardina que tenía puesta y me recordó el día que la fuimos a comprar. En la última calle, la más empinada, la abuela se quedó sin aire. Paró, abrió la boca grande para aspirar, y me hizo señas para seguir. 

En el SMI nos pidieron que esperáramos, que nos iban a buscar y llevarnos a la emergencia para vacunarla ahí. 

—¿Me llevan en silla de ruedas? 

Después supimos que no. La entraron en la emergencia y tuve que esperar afuera. Cada minuto era más largo que el anterior. Pensé en cómo empieza un edema de glotis, cuánto se aguanta sin respirar, cómo se intuba y dónde estaba el CTI. Le escribí:

—¿Cómo vas? 
—Ya me pincharon. Todavía nada. 

Esperamos un edema de glotis que nunca pasó. La abuela se escapó 10 minutos antes. Pensando en una noche larga no la vi salir. Ella, pensando que el CDS la había protegido, no me vio a mí. Nos encontramos afuera. Ya eran más de las seis y estaba oscuro. 

—Bueno, ya está, ¿estás contenta? 
Le falseé una risa. Costó unos minutos decirle que sí. 

 

Al final, la abuela se lo tomó con humor.

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