Los botijas de la generación ' title='Los botijas de la generación '68 del club 7 Estrellas.
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Juan Samuelle

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Las insoportables cruzadas del 79

Cuando los botijas debieron soportar las cargadas de los pibes
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05 de julio de 2018 a las 05:00
Como integrante de la generación del 68, mis primeros recuerdos mundialistas corresponden a la Copa del Mundo disputada en 1978, en Argentina. Por suerte, basado en lo que luego me enteré, por poquito, pero zafé de soportar la vergüenza por la paliza futbolística que Holanda le propinó a Uruguay en el mundial de Alemania en 1974, en Hannover.

Los de fines de la década de 1970 fueron años en los que se realizaban las "cruzadas rioplatenses" entre clubes de baby fútbol (hoy fútbol infantil) argentinos y uruguayos.

En febrero varias categorías de un club de este lado del Río de la Plata (en mi caso el 7 Estrellas, de Maroñas) viajaban a Buenos Aires en un intercambio que había tenido su preámbulo en enero, cuando los "pibes" venían a la tierra de los "botijas".

La riqueza de estas experiencias radicaba en que en cada enero durante seis años yo recibía en mi casa, en mi cuarto, a un niño argentino durante una semana y en febrero yo vivía en la suya otra semana. Y hasta 1978 incluido todo fue bárbaro, pero en el verano que le siguió a esa Copa del Mundo se complicó, y mucho.

En febrero de 1979, con los argentinos campeones del mundo por primera vez (un título ensombrecido por las sospechas que recayeron sobre cómo los albicelestes vencieron a Perú, cuando para seguir en carrera necesitaban ganar al menos 4 a 0 y lo hicieron 6 a 0 ante uno de los mejores equipos incaicos de la historia), fue insoportable la convivencia, harto complicada, por las gastadas de los pibes a los botijas, botijas cuya selección para peor pegó el faltazo al mundial jugado al otro lado del Río de la Plata.

Gastadas tibias en enero en Montevideo, pero elevadas a lo máximo en febrero. Y apenas castigadas por nosotros cuando les decíamos que, tras escucharlo de nuestros padres, los militares argentinos habían incidido en que el trofeo de la FIFA lo ganara la selección dirigida por Menotti, "que habían comprado la goleada contra los peruanos".

Los partidos entre niños uruguayos y argentinos, habitualmente, eran amistosos. En Montevideo solíamos ganar nosotros, entre otras cosas porque los niños argentinos venían a jugar de championes (perdón, de zapatillas), y nosotros sobre césped con botines con tapones nos parábamos mucho mejor, dado que su fútbol infantil era básicamente en gimnasios, sobre cemento o piso de baldosas lisas. Claro, un mes después, a la hora de las revanchas, nos pintaban la cara.

Pero en ese febrero de 1979 las gastadas fueron por partida doble, porque nos ganaron cada partido en el gimnasio del club Villa Adelina, en el Gran Buenos Aires, y porque además nos cargoseaban a cada rato con que eran los campeones del mundo y con que "los yoruguas no existen".

En el cuarto de mi anfitrión debí convivir siete días con sus noches con un poster que estaba frente a mi cama donde aparecían Fillol; Olguín, Galván, Passarella y Tarantini; Ardiles, Gallego y Kempes; Bertoni, Luque y Ortíz, los 11 que salieron a la cancha para vencer en la final 3 a 1 a Holanda en el Monumental de Núñez.

Argentina Francia 1978 Mundial
Passarella con el brazo levantado, por detrás de Kempes, en el partido Argentina-Francia en 1978.
Passarella con el brazo levantado, por detrás de Kempes, en el partido Argentina-Francia en 1978.

Esa semana fue un suplicio. Es más, apenas crucé algunas palabras con mi anfitrión. ¡Hasta el padre, repartidor de soda e hincha de Boca como todos en ese hogar, me gastaba! De vuelta, ya en casa, tiré al fondo de un cajón la medalla recordatoria que nos dieron en la cena de despedida al cierre de esa visita. Y de paso me hice hincha de River.

¿Otra anécdota? A propósito nos convidaban con 7up, una gaseosa que acá no se comercializaba, diciendo que era "la gaseosa de los uruguayos". Porque en el baby fútbol entonces se jugaba de a siete por equipo y para ellos el nombre del refresco aludía a "siete uruguayos p...".

Ocho años después, cuando los argentinos ganaron su segundo mundial gracias al genio de Maradona (con un toque de trampa, imposible ignorar lo que significó el gol con la mano a los ingleses), ya estaba más grande como para que las cargadas de los amigos que me dejaron aquellas cruzadas rioplanteses no me dolieran tanto. Amigos entre los que, claro, no aparece aquel chico del '79.

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