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Mujeres en el narcotráfico: herederas en una guerra iniciada por hombres

Tres de cada 10 mujeres presas fueron enviadas a la cárcel por delitos vinculados al tráfico de drogas; entre hombres la proporción es 1 de cada 10
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25 de septiembre de 2018 a las 05:03

Como mulas y testaferros, pero también como cabecillas en grupos criminales, las mujeres están cada vez más presentes en el mundo del narcotráfico en Uruguay. Unas ocupan lugares claves en la logística y la venta en los niveles de menor jerarquía,  otras llegan a la cúspide una vez que sus parejas caen victima de sus rivales o de la policía. Tal es el caso de Claudia Silvera, quien debió tomar las riendas del negocio de su marido, Wellington Rodríguez Segade, alias el Tato, en octubre de 2015 cuando sus competidores del barrio 40 Semanas  lo acribillaron a tiros en la esquina de Pablo Tillaux y camino Máximo Santos.  Erigida como líder de una banda de narcotraficantes, esta mujer de 39 años emprendió una guerra contra  la banda de Gerardo Fabián “Lalo” Algorta, con la que se disputaban la venta de droga en el barrio 40 Semanas. 

Tras varios muertos de un lado y otro, en octubre de 2016, le tocó el turno a Silvera. Fue raptada en su casa, frente a sus hijos y un sobrino –todos menores de edad–, y asesinada de un tiro en la cabeza. Su cuerpo apareció calcinado, en el interior de un vehículo que los matadores llevaron hasta un baldío de la zona de Tres Ombúes para luego prenderlo fuego.
Con ella se fue también la banda de Tato. Una venganza tardía se cobraría a finales de 2017 la vida de Lalo, quien fue acribillado en una vivienda en Totoral del Sauce, Canelones, pero según dijeron fuentes policiales a El Observador, la banda nunca se recuperó tras la muerte de la pareja narco.  

Otro ejemplo de mujeres ocupando altos niveles de jerarquía en organizaciones criminales es el de Mónica Sosa, señalada por el Ministerio del Interior y la Fiscalía como líder de la banda de narcotraficantes conocida como Los Chingas, quienes en 2017 expulsaron al menos a 110 personas de sus hogares en Los Palomares. Moni, como es conocida en el barrio, es hija de Waldemar Ross, el primer procesado por tráfico de drogas del clan de los Chingas en el año 2000.

Ross fue asesinado en abril de 2017 por su propio nieto e hijo de la Moni, Jairo Sosa, luego de que manifestara estar en contra de la escalada de violencia que estaba tomando el grupo contra los vecinos del barrio. Sin embargo para ese entonces la opinión del patriarca no tenía el peso de antaño, ya que su lugar empezaba a ser tomado por tres de sus hijas mujeres. 

Moni –una de las tres matriarcas del grupo– fue enviada a la cárcel con prisión preventiva en agosto por un delito de usurpación de vivienda, por no tener los papeles de la casa en la Unidad Misiones (Los Palomares) en la que habitaba, y por no pagar luz ni agua. Sin embargo, meses antes había sido condenada por extorsión, por obligar a familias enteras a abandonar sus viviendas.
Esta práctica inédita en Uruguay llevó al presidente Tabaré Vázquez a activar un plan para llevar el Estado a Los Palomares, hasta entonces territorio de una banda liderada por mujeres. 
Sosa, además, era la encargada de clasificar y vender los objetos que quedaban en las casas usurpadas, por lo que era quien tenía el poder económico del grupo. 

Otras mujeres, aunque no llegaron a liderar las organizaciones, son las encargadas de resguardar el mayor tesoro de cualquier narco: sus bienes.  Tal es el caso de la esposa de Gerardo González Valencia, un miembro del cartel mexicano de Los Cunis que fue detenido en Uruguay, y que fue procesada por lavado de activos, junto con otros familiares de Valencia.

El rol

En los últimos seis años el número de presos hombres vinculados al narcotráfico creció 43%, mientras que el de mujeres aumentó 85%. Si bien los líderes de las bandas narcos son en general hombres, y los muertos en enfrentamientos entre grupos también, en proporción  hay más mujeres presas por delitos relacionados con la venta de droga.

Según contó la directora interina de la unidad de género del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), Lucía Dellepiane, mientras que uno de cada 10 hombres presos está privado de libertad por delitos de narcotráfico, en las mujeres la proporción es de tres de cada 10. 
Esta diferencia aumenta aun más si además de mujeres son extranjeras: en ese caso llegan a ser cuatro de cada diez. Dellepiane dijo que cuando una mujer aparece vinculada al negocio del narcotráfico, en general lo hace en los niveles de menor jerarquía, y siempre vinculada a un hombre que la arrastró a esa actividad. 

También hay mujeres que atienden bocas de drogas porque es una actividad que pueden combinar con las tareas domésticas, ya que venden en sus propias casas.
Según explicó la responsable de la unidad de género del INR, los capos utilizan mujeres como mulas porque creen que es menos probable que sean revisadas. 

Esto es particularmente frecuente en las cárceles, donde se suele incautar droga oculta en el ano o la vagina de las mujeres que ingresan como visita de los varones.
“Muchas manifiestan que se ven obligadas a hacerlo por su pareja como manifestación de amor. En esto casos es frecuente que haya antes una relación de violencia de género muy marcada”, explicó Dellapiane. Una vez en la cárcel, la droga se transforma en un instrumento para ganar poder frente a otros presos.

Las extranjeras presas por narcotráfico, en tanto, son en general mulas, que ingresaron al país llevando valijas o droga introducida en su cuerpo. También, hay extranjeras que llegaron al país con el objetivo de establecerse en el país, pero que se vieron forzadas luego a traficar.
Tal es el caso de una mujer, que tras conocer por chat a un peruano radicado en Uruguay, decidió viajar al país para entablar una relación.  Según contó la mujer ante la unidad de género del INR, no fue sino hasta que llegó a Uruguay que se enteró de que el hombre con el que pretendía iniciar una nueva vida en un país desconocido, era un narcotraficante que proveía de cocaína a varias bocas de Montevideo. Sin otra forma de ganarse la vida, y presionada por su nueva pareja,  la mujer declaró que se vio obligada a participar de la logística del negocio. Ambos fueron detenidos en junio de 2018 y condenados por narcotráfico.
 

El después

De las 131 mujeres presas por delitos vinculados al narcotráfico, 57 no tenían antecedentes al momento de quedar privadas de libertad, 46 son reincidentes y 28 son ingresos recientes sobre los que todavía no se confirmó su historial criminal. 

Dellepiane dijo que la reincidencia es “altísima”, ya que en su mayoría son mujeres jefas de hogar que encontraron en la venta de droga una forma de cumplir con su rol de madre, y que una vez afuera deben volver a buscar en este negocio una forma de obtener un ingreso. “La cárcel no las ayuda”, concluyó.
 


La bala fallida

En marzo de 2018 dos jóvenes en una moto pararon frente a la plaza de Casavalle, en momentos en los que varios niños llegaban a la escuela que se encuentra justo al lado, y dispararon contra una mujer que estaba en el lugar. La bala falló e impactó en un niño de 12 años que jugaba en el lugar. El verdadero objetivo era una de las tres matriarcas del clan de Los Chingas y hermana de la Moni.

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