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3 de marzo 2014 - 16:35hs

Entre las décadas de 1950 y 1960, dentro de la ola de cambios culturales y políticos que experimentó el mundo, surgieron varios intelectuales negros de diferentes países, como la isla de Martinica, Senegal, Ghana o Nigeria, que luego de haberse formado en las metrópolis de sus países coloniales desarrollaron teorías filosóficas o aportaron desde la creación artística una visión de su raza hasta entonces desconocida.

Los negros se miraban a sí mismos en una perspectiva histórica, social y política, y reflexionaban.

Esos nombres, hoy muy poco citados, como Aimé Cesaire, Franz Fanon, Leopold Senghor o el Premio Nobel de Literatura nigeriano Wole Soyinka, conformaron un movimiento heterogéneo pero con grandes puntos en común, que entonces se denominó “negritud”, y fueron faros para varias generaciones en todo el mundo.

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Con otro signo pero con el mismo fuego interno, Martin Luther King en Estados Unidos se transformó en un líder que reivindicó y pagó con su vida la posibilidad de que las injusticias históricas se torcieran de una vez por todas hacia un plan de igualdad racial.

Pero el tiempo pasó y muchos de los líderes negros del mundo, sobre todo africanos, se transformaron en dictadores infames (como José Eduardo Dos Santos, en Angola, Robert Mugabe, en Zimbabwe, que siguen gobernando de manera despótica y caricaturesca, al igual que lo hicieron otros ya fallecidos (como el general Mobutu, en Congo, y Omar Bongo, en Gabón).

El tiempo siguió pasando pasó y el establishment se aggiornó.

Estados Unidos tuvo un general negro que comandó una guerra, luego tuvo un candidato negro a la presidencia que ganó y por si fuera poco repitió el sillón de la Casa Blanca.

¿La negritud quedó derrotada o juega ahora desde otros ángulos? Punto de debate.

El premio a Mejor película en la reciente ceremonia de los Oscar para 12 años de esclavitud pone en primer plano a tres nombres que tienen mucho que ver con la situación de la intelectualidad negra en el mundo del espectáculo.

El primero es Steve McQueen, el director inglés del filme, sobre el que ya se han referido estas páginas.

El segundo es el actor, también inglés aunque de origen nigeriano, Chiwetel Eljiofor, quien ya había encarnado a un esclavo en Amistad, dirigida por Steven Spielberg.

El tercero es el guionista de la película, el estadounidense John Ridley (muy parecido de aspecto al ex jugador de Nacional Gustavo Varela). Ridley, responsable de una comedia delirante sobre el género blaxpotation con una especie de agente 007 pero negro, ganó el domingo la estatuilla dorada por Mejor guión adaptado y acaba de concluir de filmar una biopic sobre la estrella negra del rock Jimi Hendrix.

O sea que a la lista de cineastas negros más o menos conocidos por estos lares como los Van Peebles (Melvin y su hijo, Mario), John Singleton (muy parecido al ex delantero de Nacional Richard Morales) y sobre todo Spike Lee, se le suman estos honorables nombres que van engrosar la lista mayor de grandes creadores en la pantalla (no digo del celuloide, porque cada vez más ese producto se transforma en una rareza).

Filmar bien o mal, o hacer una película emotiva o aburrida hasta el bostezo no depende del color de la piel del director.

Hay ejemplos en todos los sentidos. Lo que sí hace el color de la piel es elegir ciertos temas y, dependiendo de la calidad y la firmeza de la mano detrás de la cámara, hacer una obra de arte.

Eso es 12 años de esclavitud, una verdadera merecedora (como hace mucho tiempo no lo había) del premio a la mejor película de Hollywood.

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