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Las potencias que apoyan a Venezuela y una lucha geopolítica

La resistencia del régimen de Nicolás Maduro se alimenta de China y Rusia, dos potencias con intereses estratégicos propios en su apoyo al chavismo
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16 de febrero de 2019 a las 05:02

La supervivencia del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela ya no es sostenible, al menos a mediano plazo. Con la profunda crisis humanitaria que se abate sobre la población y una descomunal sangría migratoria solo comparable a la de Siria —sin mediar conflicto armado—, su permanencia en Caracas se antoja imposible. Sin embargo, a pesar de todos esos pesares y del brutal estrangulamiento financiero de Estados Unidos, equivalente hoy a un embargo petrolero de facto, y de la ofensiva diplomática que Washington ha emprendido junto a sus vecinos, muchos se preguntan hoy cómo es que el régimen sigue en pie. 

A menudo se hacen comparaciones con las dictaduras de derecha en el continente, que cayeron a mediados de los años ochenta como fichas de dominó sin oponer esta férrea resistencia cuando les llegó la hora, y dando lugar a las transiciones democráticas que se vivieron en toda América Latina. Las diferencias no son menores. Algunos han tratado de explicarlas por la incidencia de las potencias mundiales en el caso venezolano. 

Por sus ingentes reservas petrolíferas y recursos naturales, Venezuela juega un papel distinto en el tablero geopolítico que aquellas dictaduras que a nadie interesaba salvar y, que una vez perdido el respaldo de Washington, se desplomaron como castillos de naipes. Sin duda el apoyo de Rusia y China ha sido de singular importancia para la pervivencia hasta ahora del régimen bolivariano. Entrevistado por el portal periodístico colombiano La Silla Vacía, un internacionalista experto en Venezuela decía el otro día que para entender el caso venezolano es más precisa la comparación con las dictaduras de los países africanos, con caudillos militares y mafias enquistadas en el poder que controlan recursos naturales; y sobre todo, con varias potencias mundiales intercediendo y actuando indirectamente sobre lo que sucede en el terreno.

Es cierto. Todo eso ha contribuido a la dura resistencia de Maduro en Miraflores en medio de la debacle general. Sin embargo, tampoco agota en análisis; y sobre todo, pierde de vista una razón fundamental: Venezuela es una dictadura de izquierda latinoamericana. Y las dictaduras de izquierda latinoamericanas simplemente no se van. Ahí está la cubana que acaba de cumplir 60 años, habiendo sobrevivido a todas las crisis internas habidas y por haber. 

De hecho, cubanos son los generales que toman las decisiones más importantes dentro de Venezuela. Cubanos son los espías del G2 y de la inteligencia militar que han desactivado todas las conspiraciones contra el régimen que han surgido desde las filas de la fuerza armada bolivariana. Y cubanos son también los militares expertos a cargo de la represión interna y hasta del anillo de seguridad del propio Maduro.

De modo que Cuba no será una potencia; pero hoy y durante mucho tiempo ha sido el actor externo que mayor incidencia ha tenido en Venezuela. Los 100 mil barriles de petróleo diarios que Venezuela envía a Cuba son el principal sostén económico del régimen de La Habana. Y no lo van a largar tan fácilmente. La lógica militarista de la revolución cubana indica que van a pelear hasta el final por la permanencia de Maduro. Además, a diferencia de Rusia y de China, Cuba no tiene margen ni nada que ofrecer para negociar con un eventual gobierno de transición encabezado por Juan Guaidó. La oposición venezolana estaría dispuesta a muchas cosas menos a transar con La Habana. Y así, la postura cubana es inamovible.

Hecha esta salvedad, desde luego que son las tres grandes potencias las que más van a gravitar en la resolución de la crisis venezolana, y por supuesto, las que más intereses se disputan en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo. Estados Unidos desde los primeros años de Hugo Chávez ha tratado de desestabilizar al gobierno de Venezuela. Y en 2002 alentó desde Washington un golpe contra el rebelde comandante bolivariano que fue apoyado incluso por la oposición venezolana. 

Chávez, conocedor como militar de las claves geoestratégicas que mueven al mundo y asesorado por uno que sabía aun más que él de estas cosas, como era Fidel Castro, rápidamente buscó alianzas con Rusia y China. Tomando una página del libro del propio Fidel, Chávez se embarcó varias veces a Moscú y a Beiging, donde pronto hizo buenas migas con Vladimir Putin y Hu Jintao, logrando la protección de ambos autócratas y una estrecha relación comercial, al tiempo que consolidaba con los gobiernos de izquierda de la región un bloque inusualmente hostil a Washington. Maduro a su modo ha continuado con las políticas de su mentor, y mantiene los respaldos de ambas potencias asiáticas; si bien su ineptitud para gobernar, sus deudas pendientes y la ruina en la que ha sumido a Venezuela le han costado en estos años no pocos tirones de orejas desde Beijing y Moscú. 

Pero Putin ha sido el más duro crítico de la ofensiva de Estados Unidos contra Maduro desde que Guaidó se juramentó como presidente interino el pasado 23 de enero y Washington inmediatamente le extendió su reconocimiento. El Kremlin ha advertido a Estados Unidos de no intervenir en Venezuela y ha enviado, según la prensa rusa, cerca de 400 mercenarios al país caribeño y dos bombarderos TU-160. 

La determinación de Putin para sostener a Maduro en Caracas puede interpretarse como un vuelto al apoyo de Washington a Ucrania y a otros países en la zona de influencia de Rusia. Amén de que después del fiasco de Libia y la brutal muerte de Muhammad el Gaddafi, el líder ruso se propuso impedir a toda costa cualquier intervención de Occidente en contra de sus aliados. Como se ha visto en el conflicto sirio, en su defensa sin fisuras del régimen de Bashar el Assad. Pero también mantiene negocios en Venezuela desde épocas de Chávez que no está dispuesto a ver desaparecer ante una eventual caída de Maduro: Rusia le vende armas al gobierno venezolano; Rosneft, la mayor petrolera rusa, con nexos con el Kremlin, conserva sus inversiones en los campos petroleros de Venezuela. Y en los últimos 12 años, le ha prestado al gobierno venezolano US$ 17 mil millones, de cuales Caracas aún debe seis mil millones  de dólares y el resto lo tiene reestructurado.

Mientras Washington perdía influencia en América Latina, la ganaba China, que pronto se convirtió en el principal socio comercial de varios países de la región. En la última década, Beijing le ha prestado al gobierno de Venezuela US$ 60 mil millones, opera campos petroleros en la Faja del Orinoco y posee activos y proyectos en Venezuela aun más que Rusia. Naturalmente, el gobierno chino no está dispuesto a perder esos bienes e inversiones en el país caribeño. Sin embargo su actitud frente a la actual crisis es bastante más reservada que la de Rusia. El régimen de Xi Jinping es más pragmático, juega al “poder blando”, evita una confrontación directa con el gobierno de Donald Trump; y no sería de extrañar que, llegado el caso, termine negociando en buenos términos con un gobierno de Guiadó. 

En Washington lo que cambió todo fue la llegada al poder de Trump y su rivalidad declarada a China por el liderazgo global. Pero para el caso particular de Venezuela, más lo fue su cambio de tercio en la política exterior, cuando el año pasado puso al frente de esta a los halcones. El consejero de Seguridad Nacional, John Bolton, ha llevado la voz cantante en la nueva ofensiva de Washington para recuperarle terreno a China en América Latina. Para ello han contado con los nuevos aliados que les granjeó el giro a la derecha en los gobiernos de la región; señaladamente, Jair Bolsonaro en Brasil e Iván Duque en Colombia. Y por la propia lógica intervencionista y dada al cambio de régimen de toda la vida de los halcones, no sorprende demasiado que hoy nos encontremos ante este impasse en la crisis de Venezuela. Ninguno va a aflojar; ni los venezolanos y cubanos por un lado, ni los halcones de Washington por el otro. Y así, cualquier chispazo podría desencadenar un escenario de confrontación. Sin embargo, no parece factible “la gran guerra civil”, el gran conflicto de proporciones, que vaticinan algunos. Si llega a caer Maduro, lo más probable es que todo el ejército se vaya a mazo y deje de atormentar y masacrar a su propio pueblo.

Lo que sí sorprende, ya puestos a evaluar actores internacionales, es la indiferencia del Papa Francisco, que ni siquiera se ha manifestado sobre la negativa del régimen al ingreso de ayuda humanitaria, ha declarado una imposible “neutralidad positiva” y ahora hasta se ha negado a oficiar de mediador ante el pedido tanto de Maduro como de Guaidó, tal como lo exigía el sumo pontífice. Cuesta trabajo pensar que ante una crisis de esta naturaleza en cualquier país de Europa del Este, Juan Pablo II se hubiera negado a mediar. Pero el Papa latinoamericano no ha tenido empacho en darle la espalda a Venezuela.

Más vocal ha sido el expresidente José Mujica, una suerte de Papa ateo para la opinión internacional. Mujica ha pedido “elecciones totales” en Venezuela; pero también insiste en advertir sobre la posibilidad de una guerra si no se les deja, dice, “una vía de escape” a los dirigentes del régimen. “Cada vez que tengo una fortaleza sitiada, dejo una ruta de escape”, ha dicho una y otra vez en los últimos días; algo que según Mujica se lo “enseñó Napoleón”. 

Pero Mujica conoce a los venezolanos; y sobre todo, conoce la lógica militarista de los cubanos. ¿Qué vía de escape? ¿Qué Napoleón? La vía de escape ya está propuesta, para Maduro y para los demás jerarcas del régimen. Se lo han hecho saber una y otra vez; el salvoconducto hacia el exilio está garantizado. El caso es que, como bien sabe Mujica, la única vía de escape que aceptan Maduro y los cubanos es mantenerse en el poder. No hay más. Por eso habla de evitar una guerra. La vía de escape es lo que cada vez se ve más arduo y doloroso pero para el castigado pueblo de Venezuela. 

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